«¿Cómo ser una Iglesia sinodal en misión?»
Maria Ignazia Angelini
Un profundo agradecimiento a Dios por este comienzo: el Evangelio, en el corazón de las Laudes, nos reposiciona a todos. Como nos decía hace pocas semanas el Papa Francisco en el Ángelus: “Primero: la maravilla porque las palabras de Jesús nos sorprenden. Jesús siempre nos sorprende, siempre. Incluso hoy, en la vida de cada uno, Jesús siempre nos sorprende.” (18-08-’24). Mucho más si nos exponemos al Evangelio desde la gran luz de la Eucaristía. Tiene en sí la fuerza para disponernos al camino. Dejemos espacio a la escucha asombrada que nos reposiciona y nos prepara para este nuevo comienzo de caminar juntos.
Con el eco de la vigorosa memoria de San Jerónimo, el hombre rudo y colérico, con fuertes pasiones y que fácilmente entraba en conflictos en sus relaciones más cercanas, pero atento escrutador de la Sagrada Escritura hasta ser transformado por ella, hoy el Evangelio habla: nos cuenta el final de una etapa del itinerario de Jesús hacia el inicio de la etapa decisiva. [Y nosotros estamos entrando en una etapa final (por decirlo así!) del camino sinodal]. Una conclusión misteriosa que abre de manera desconcertante el horizonte mientras la etapa anterior parece cerrarse con una sombra de fracaso: de hecho, mientras todos estaban maravillados de Él, Jesús acababa de anunciar por segunda vez la cercanía de la “entrega” del Hijo del Hombre en manos de los hombres. Y aquí, justo aquí, Jesús abre el horizonte sacando a la luz rudamente el embarazoso dialogismos de los discípulos y lo ilumina en su necedad mediante el simple gesto de acercar y colocar a su lado a un niño pequeño. Refundación del colegio apostólico. Símbolo viviente del discípulo, ofrecido también a nosotros, aquí y hoy. Lo mínimo hecho símbolo vivo.
Jesús, al comentar este gesto profético, nos ofrece indirectamente una nueva visión sobre la misión, y por tanto, sobre el camino sinodal. “Quien recibe a este pequeño niño en mi nombre, me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe a quien me ha enviado.” La misión tiene origen en la pasión, en la invencible atracción de Dios hacia lo mínimo, el paidion. Es una constanteen la revelación de Dios en la historia humana, desde el primer día de la creación hasta Jesús. Los apóstoles “enviados” (la misión) deben volver siempre al inicio, desde aquí. La misión sin esta manera de “estar con Él”, es vana.
Pero ellos, obtusos, aún corregidos por el Maestro, insisten en su perspectiva integrista que levanta barreras y excluye al extraño. Y en respuesta, Jesús con mansa tenacidad revela que el Abbá desea “consigo” y reconoce “suyos” a todos, empezando por el pequeño y el irrelevante. Y desde aquí, precisamente desde este obstáculo en la comprensión entre Jesús y los suyos, se inicia el camino “sinodal” hacia Jerusalén. Aquí, la cristología y la eclesiología se entrelazan. Desde aquí la II Sesión de la Asamblea Sinodal se encuentra, con fuerza, invitada a partir. I.L.: “... esta es la pregunta: ¿cómo la identidad del Pueblo de Dios sinodal en misión puede tomar forma concreta en las relaciones, caminos y lugares en cuyo entrelazamiento se desarrolla la vida de la Iglesia?”. La misión sin esta forma de estar “con Él” revelada en el paidion es, en el mejor de los casos, un buen voluntariado.
Los loghismoi, la búsqueda del diálogo, la incomunicación entre diferencias, las barreras entre generaciones, entre culturas abismalmente diferentes: todos los obstáculos que hemos medido bien en estos meses de camino entre una Asamblea y otra se confrontan aquí con la medida de la verdad que – en el símbolo – nos reposiciona a todos: el pequeño, es decir, lo mínimo. Jesús aquí no da una lección moral: señala en sí mismo el camino y el paso.
Y entonces, ¿cómo nos reconocemos aquí llamados a la nueva etapa del camino sinodal, a los encuentros, a los diálogos? ¿Cómo nos exponemos a la fuerza reveladora, transformadora y transfigurante de la Eucaristía y, en ella, al Evangelio? El I.L. (I 25; ver también “Cinco Pistas...”) en la IV pista de profundización propuesta dice que el método sinodal incluye también la referencia litúrgica. Pero no tanto como un procedimiento ritual, pienso yo, sino como luz inspiradora.
Sabemos qué nivel de superficialidad ha producido en el mundo las ridículas discusiones, jerarquías de poder: “... quién de ellos sería el mejor” (Lc 9, 46)...
¿Cómo entonces identificar al “más pequeño” en la situación epocal en la que vivimos? El niño indefenso y confiado, el joven perdido, el encarcelado en rebelión, el migrante, el anciano abandonado, la mujer no escuchada, el... “¿quién?”
El arte del diálogo, aquí refundado en la Iglesia sinodal, es una alternativa decisiva a todos los dialoghismoi que, consciente o inconscientemente, llevamos en el corazón. Un arte que nace – lo comprendemos a partir de este Evangelio – de un plano de realidad que Dios asume: del dolor de una sordera percibida. Esta paciencia de Jesús al hacerse entender por aquellos que, aunque elegidos para estar con Él, permanecen sordos, es reveladora: habla de Dios. Que nunca se rinde en su sed del Tú humano. Y funda el arte del diálogo. Martin Buber, en su escrito sobre el diálogo, ofrece un apotegma jasídico muy incisivo al respecto: «Se cuenta que una vez un hombre entusiasta de Dios, abandonando el reino de la creación, vagó en el gran vacío. Allí erró hasta que llegó a las puertas del secreto de Dios. Tocó. Desde adentro le preguntaron: “¿Qué buscas aquí?”. Dijo: “He proclamado tu alabanza a los oídos de los mortales, pero eran sordos a mi palabra. Entonces vengo a ti para que tú mismo me escuches y me respondas”. “Regresa” se oyó desde el interior “aquí no hay oído para ti. He hundido mi oído en la sordera de los mortales”». Y en este Evangelio, la mansedumbre de Jesús al desenmascarar los pensamientos “sordos” de los discípulos dice vívidamente este abismo. Este arte del diálogo se aprende únicamente en su escuela: exponiéndose hasta entregarse como “pequeños” al otro.
Al Evangelio “desconcertante” le dan horizonte y resonancia los salmos ahora rezados. Dos salmos transformadores. Gregorio Magno dice (Homilías sobre Ezequiel I.I 15) que – cuando la profecía desaparece en su pueblo – y a menudo sucede – es la voz de los salmos la que prepara en el corazón oscurecido el camino al espíritu de profecía y a la gracia de la compunción, un camino que conduce hasta Jesús. Estupendo.
Como escribe Jerónimo – hoy lo recordamos – en su redescubierto comentario a los Salmos: “El salterio es como una gran casa que tiene una sola llave externa para la puerta – y esa llave es el Espíritu Santo; pero también tiene llaves propias para las distintas habitaciones internas. Cada habitación tiene su propia llave. Si uno arroja todas las llaves al azar, luego, cuando quiera abrir esa habitación, no podrá hacerlo. A menos que recupere la llave.” Frecuentemente, respecto al salterio, tenemos esta negligencia de tirar las llaves y considerarlo indescifrable e inútil para la oración”. Hoy, jornada de retiro, podría ser una gracia encontrar la llave para entrar en estos dos magníficos salmos: “Como la cierva anhela los cursos de agua, así mi alma te anhela a ti, oh Dios”. Es la voz de la Iglesia, es la voz de los innumerables pequeños en espera de ser evangelizados, es la voz de “mi alma” (Sal 41, 2) en búsqueda. Dos salmos espléndidos nos han sido donados hoy para dar forma a las alabanzas de Dios. El Sal 41 da voz a esa secreta e innombrable sed que llevamos dentro de nosotros. Esa sed que es el alma de la libertad. Sed que corresponde a la sed de Dios.
Las culturas a las que pertenecemos dudan en exponerse a esta sed, en integrarla en sus sistemas simbólicos, tienen dificultades: están demasiado marcadas por lógicas de empresa, poder, mercado, fitness. O por lógicas evasivas. Que persiguen sueños de libertad como autodeterminación: pero el salmo que acabamos de rezar despierta la sed del Dios vivo. Él, el Viviente, tiene sed de esta sed, como atestigua el antiguo monje: "Dios tiene sed de quien tenga sed de Él". Y Teresa de Calcuta nos lo ha recordado con humilde fuerza. Exponerse largamente a su luz, habitar en el Evangelio “como en la carne de Cristo” (Ignacio de Antioquía): esto es un retiro vivificante. Como acoger cerca de sí, en uno mismo, al niño.
Sobre el Salmo 41, decía Abba Poemen, monje del desierto egipcio: “Está escrito: ‘Como la cierva anhela las fuentes de agua, así mi alma te anhela a ti, oh Dios’. Como les sucede a los ciervos en el desierto que devoran muchos reptiles y, cuando el veneno los quema, ansían llegar a las aguas donde encuentran alivio del ardor de los venenos ingeridos, así los monjes que viven en el desierto son consumidos por la amargura de las pasiones y, por eso, ansían que llegue el sábado y el domingo para la sinaxis, para beber de las fuentes de las aguas, es decir, del cuerpo y la sangre del Señor, que purifica de la amargura del maligno” (Apoftegmi, Alf., 30).
Poema aplica el movimiento espiritual del Salmo 41 a la realidad del desierto. Nosotros podríamos – una vez encontrada la llave – rezar el salmo disponiéndonos a la Asamblea Sinodal como un lugar en el que el Espíritu nos sacia en el deseo de conformar nuestra Iglesia a la ardua misión que el Señor, en este desierto de hoy, le confía. Como a un pequeño niño. Una memoria anhelante y una esperanza temblorosa se respiran en el salmo: dejémonos atravesar por sus preguntas (“¿Cuándo?”, “¿Dónde?”, “¿Por qué?”) para componer memoria y esperanza en una armonía superior. Del abismo (v. 8) de un hoy que apenas logramos leer – y sin embargo estamos llamados a interpretarlo como el hoy de la misión – al abismo de la Misericordia.
La memoria de un pasado – aunque bello, ya archivado – debe transformarse en humilde esperanza. La fuente, como descubre San Juan de la Cruz en su “noche”, es manantial y siempre está ofrecida. En la Eucaristía que hoy también nos sacia. Aquí encontramos las razones de la esperanza.
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“Los cielos narran”, canta el segundo salmo: no hay lenguaje, no palabras de las que se oiga el sonido. Una narración silenciosa que requiere nuevos sentidos. Una narración que espera oídos, ojos, manos, nariz, boca para ser saboreada. Para captar lo indecible. También de nuestras experiencias humanas y eclesiales de hoy: por toda la tierra, hasta los confines del mundo, estamos en la búsqueda de nuevas narraciones que abran el horizonte de la esperanza.
El Papa Francisco nos sugiere algunas pistas sobre cómo buscar una narración que venza las soledades y los silencios: “En este universo compuesto por sistemas abiertos que se comunican entre sí, podemos descubrir innumerables formas de relación y participación. Esto nos lleva también a pensar el conjunto como abierto a la trascendencia de Dios, dentro de la cual se desarrolla. La fe nos permite interpretar el significado y la belleza misteriosa de lo que sucede. La libertad humana puede ofrecer su inteligente contribución hacia una evolución positiva” (Laudato si’ 79). “Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta apertura al asombro y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las de un dominador, un consumidor o un mero explotador de los recursos naturales, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos.” Esto también se refiere a la forma de abordar el diálogo sinodal. (...) Podemos decir que “junto a la revelación propiamente dicha contenida en las Sagradas Escrituras, hay también una manifestación divina en el brillo del sol y en el caer de la noche”. Prestando atención a esta manifestación, el ser humano aprende a reconocerse a sí mismo en relación con las demás criaturas: “Yo me expreso expresando el mundo; exploro mi sacralidad descifrando la del mundo” (L.S. 85). “Esto enseña el Catecismo:«La interdependencia de las criaturas es querida por Dios. El sol y la luna, el cedro y la pequeña flor, el águila y el gorrión: las innumerables diversidades y desigualdades significan que ninguna criatura se basta a sí misma; ellas existen solo en dependencia unas de otras para completarse mutuamente al servicio unas de otras».
«Sin lenguaje, sin palabras, sin que se oiga su voz»
Pero en el momento en que la Biblia testimonia las narraciones de las estrellas y las reconoce como lenguaje de Dios, ese lenguaje no verbal se convierte también en palabra del hombre que narra la no-palabra de Dios. Entonces, cuando leemos su palabra más sorprendente: ‘El Verbo se hizo carne’, en esa palabra debemos incluir también las no-palabras del sol, de las estrellas, del cosmos... nuestros diálogos abiertos a la venida del Espíritu – todas las palabras de la tierra y todas las “palabras” del cielo.
Los astros no son Dios, sino sus criaturas - los cielos narran la gloria de Dios. No son portadores de un mensaje propio, sino que significan a Otro; también ellos son “palabras” pronunciadas para orientar la sed que nos habita y nos impulsa – en diálogo – hacia la Fuente.
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Como conozco bien
la fuente que mana y corre aunque es de noche. (San Juan de la Cruz)
Permanece oculta esa eterna fuente, pero yo bien sé dónde tiene su morada, aunque es de noche.
No sé cuál es su origen, porque no lo tiene, pero sé que de ella derivan todos los orígenes, aunque es de noche.
Sé que no puede haber cosa tan hermosa, y que cielos y tierra beben de ella, aunque es de noche.
Sé bien que en ella no se encuentra fondo, y que nadie en el mundo puede sondarla, aunque es de noche.
Su esplendor nunca se oscurece, y sé que es la fuente de toda luz, aunque es de noche.
Sé que sus corrientes desbordantes irrigarán los infiernos y los cielos y a las gentes,
aunque es de noche.
La corriente que surge de esta fuente bien sé cuánto es capaz y omnipotente, aunque es de noche.
La corriente que de estas dos procede, sé que ninguna de aquellas la precede, aunque es de noche.
Permanece oculta esta eterna fuente en este pan vivo para dar vida a nosotros,
aunque es de noche.
Aquí llama a las criaturas
que de esta agua se sacian aunque a oscuras, porque ahora es de noche.
Esta fuente de agua viva a la que anhelo, en este pan de vida la veo,
aunque es de noche.
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