El cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado vaticano El cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado vaticano  (ANSA)

El Papa exhortará a que Europa redescubra los valores fundacionales

Una visita que llevará la luz del coraje y de la esperanza a una Europa que tiene «una gran necesidad de redescubrir sus raíces». Es el deseo que expresa el cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado vaticano, para el viaje apostólico del Papa Francisco a Luxemburgo y Bélgica

Massimiliano Menichetti

Tras el viaje más largo de su pontificado, que lo llevó hace unos días a Asia y Oceanía, el Papa Francisco parte de nuevo. Testigo incansable del rostro de Cristo, estará en una Europa herida por la guerra, a menudo dividida, y que experimenta la realidad de una población en declive. El mismo día, 26 de septiembre, Francisco estará en Luxemburgo y Bélgica. En Bruselas permanecerá hasta el día 29.

 

Para el cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado de la Santa Sede, en «Europa se ha perdido un poco la memoria de los inmensos desastres del pasado y, por tanto, aumenta el riesgo de recaer en los trágicos errores del pasado».

Para el purpurado, esta visita aportará la clarividencia de la solidaridad y el valor de abrirse al futuro.

Eminencia, ¿cómo nace este viaje con la breve etapa en Luxemburgo?

 

El viaje es una visita pastoral centrada sobre todo en las celebraciones del 600° aniversario de la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica, pero también incluye una etapa en Luxemburgo. Se trata de dos países fundadores de la Unión Europea y sede de sus instituciones, en los que el catolicismo, aunque formalmente sigue siendo mayoritario, a menudo parece haber dejado de considerarse un horizonte de vida y estar casi relegado a los márgenes de la sociedad.

Los obispos de Bélgica hablaron de: «Sorpresa» y de “una gran alegría” por la visita del Papa Francisco, que tiene lugar en el 600° aniversario de la Universidad Católica de Lovaina. ¿Será esta conmemoración una oportunidad para destacar el estrecho vínculo entre ciencia y fe?

El diálogo entre fe y ciencia es fundamental. A lo largo de la historia, ha habido tanto largas fases de entendimiento y colaboración como momentos de incomprensión mutua. El malentendido surgió de la superposición indebida de métodos, cuando, por una parte, se cometió el error de considerar la Biblia no sólo como un texto sagrado, sino también como un libro de ciencia, mientras que, por otra, se consideró que el conocimiento científico era el único verdaderamente científico, subestimando y restringiendo el alcance mismo de la razón.

Ciertamente, el viaje del Santo Padre a Bélgica, con ocasión del 600° aniversario de la fundación de la Universidad de Lovaina, será providencial para redescubrir el estrecho vínculo entre fe y ciencia, en sus respectivos campos de acción y con sus respectivos métodos.

El Papa vuelve a una Europa a menudo dividida sobre las cuestiones de la vida, de los emigrantes y herida por la guerra. ¿Tendrá esta visita la fuerza de recuperar las raíces de los padres fundadores, Schuman, De Gasperi, Adenauer, de un proyecto político de desarrollo basado en la paz, la fraternidad y la solidaridad?

Inmediatamente después de la segunda guerra mundial, los pueblos de Europa estaban agotados. Los treinta años anteriores habían estado tan llenos de desgracias y sufrimientos que estaban decididos y audaces para construir un nuevo orden, capaz de evitar el resurgimiento de los nacionalismos exagerados que habían provocado los conflictos.

Ahora, por el contrario, en Europa se ha perdido un poco la memoria de los inmensos desastres del pasado y, por tanto, aumenta el riesgo de volver a caer en los trágicos errores del pasado. Espero que la visita del Santo Padre sea una valiosa ocasión para que Europa redescubra sus valores fundacionales. Mientras que en 1945 los pueblos de Europa estaban lanzados hacia el futuro, que sólo podían imaginar como mejor que el pasado, hoy parecen pensar en el futuro como algo desconocido o incluso peor que el pasado reciente.

Este modo de pensar afecta a la propia capacidad de apertura a la vida y difunde un clima de resignación donde no habita la esperanza. El Santo Padre, en cambio, es un peregrino de la esperanza. Quiere que Europa redescubra las razones de su construcción, para que sepa afrontar con clarividencia y solidaridad todos los problemas, incluidos los económicos o migratorios, redescubriendo el valor de abrirse al futuro y vencer el «invierno demográfico».

¿Ayudará esta visita a uno de los corazones de la política europea a contrarrestar los miedos, las polarizaciones y los populismos?

Los populismos, las polarizaciones, los miedos, son a menudo el resultado de un cansancio del espíritu y del pensamiento y de la consiguiente pretensión de que son posibles simplificaciones casi mágicas, capaces de resolver problemas complicados o incluso que hacen época con decisiones sencillas y de rápida eficacia.

Este cansancio de los pueblos acaba por hacer que se sientan dispuestos a aceptar propuestas radicales, que prometen lo imposible, sólo para descubrir más tarde que esas promesas no eran realizables, con el resultado de que recurren a otras narrativas, opuestas en contenido, pero muy similares en la asertividad del lenguaje.

La Iglesia «experta en humanidad» y, por tanto, el Santo Padre, tienen un lenguaje de responsabilidad, de moderación, de advertencia de los riesgos que se pueden correr si se toman caminos peligrosos, con condena de los errores más peligrosos. Por eso ese lenguaje no se presta a fáciles simplificaciones y no siempre presenta soluciones inmediatas.

Las palabras del Santo Padre, sin embargo, brotan del Evangelio y son siempre palabras de sabiduría. Son realistas, como realista es el Evangelio, que no promete el Paraíso sin la Cruz. 

La voz del Papa nos enseña, por tanto, a desconfiar y a mantener alto nuestro sentido crítico ante quienes ofrecen inmediatamente a los pueblos recetas simplificadas de redención, cansados por las razones más diversas. Suelen resultar recetas del desastres.

En una Europa que envejece progresivamente, el Papa Francisco ha destacado en repetidas ocasiones el drástico descenso de la natalidad. ¿Es necesaria una pastoral más cercana a las necesidades de las familias?

Sí. Creo que para contrarrestar el dramático descenso de la natalidad urge una serie de acciones por parte de diferentes actores. La Iglesia, los Estados, las organizaciones intermedias, todos deberían tomar conciencia de la importancia, me atrevería a decir «vital», de esta cuestión e intervenir con una serie de medidas, de ser posible bien coordinadas.

Pensando en la pastoral, ciertamente debe planificarse una acción que sepa escuchar atentamente a las familias para identificar sus verdaderas necesidades y prestarles ayuda, incidiendo en la concreción de sus vidas, a fin de eliminar los diversos obstáculos que se oponen a la acogida generosa de la vida naciente. Permítanme decir, sin embargo, que la mejor pastoral sería la que consigue inculcar esperanza en el corazón y en la mente de las personas.

Sin esperanza, sin la convicción profunda de la ayuda de la Providencia en nuestra vida, sin esta apertura a la ayuda que viene de Dios, toda dificultad, por real que sea, se magnificará y los impulsos egoístas tendrán más campo libre para imponerse.

El Viejo Continente parece haber perdido su identidad, sus raíces. ¿Qué necesita, en su opinión, y cómo se siente la Santa Sede interrogada por estos retos?

No cabe duda de que la civilización europea hunde sus raíces en la cultura grecorromana y debe sus valores a la tradición judeocristiana. El cristianismo, en particular, ha remodelado profundamente el paisaje europeo a lo largo de los siglos. Prueba de ello son las catedrales, las universidades, el arte, el desarrollo de sus instituciones y mil aspectos más que, por así decirlo, han dado forma a Europa tal y como la conocemos.

Digamos que, con respecto a todo esto, en la Constitución europea se prefirió no explicitar estos fuertes vínculos con la herencia cultural y religiosa del pasado, por considerar que en cualquier caso eran divisorios o que, con tal reconocimiento, estas raíces podrían volverse engorrosas y obstaculizar nuevos desarrollos. El resultado de esta elección es la exacerbación de un cierto desconcierto que no ayuda a la construcción europea.

De hecho, pera encontrar la fuerza para un nuevo impulso que le permita alcanzar nuevas e importantes metas, superando el egoísmo cada vez mayor, necesita urgentemente redescubrir sus raíces. Si pretende ser una voz escuchada y autorizada en el mundo actual y si quiere superar los cansinos callejones sin salida, necesita redescubrir la grandeza de los valores que la inspiraron, valores que estaban bien presentes en los fundadores de la Europa moderna.

La Santa Sede puede acompañar a los pueblos de Europa en esta delicada fase, exhortándolos a proseguir su camino con confianza y a no tener miedo de mantener un fuerte vínculo con los valores que han inspirado la vida y la sociedad europeas. De este modo, Europa encontrará un nuevo impulso ideal que le permitirá afrontar los complicados desafíos de estos años.

¿Cuál es su deseo para este viaje?

Espero que este viaje del Papa a Luxemburgo y Bélgica sea como una chispa que encienda una luz mayor. Una chispa que ayude a sacar a la luz todo el potencial de bien que hay en la Iglesia y en la sociedad, una luz que infunda valor a quienes parecen resignarse a la decadencia.

Espero y deseo que la visita del Papa sea una ocasión para una reflexión profunda sobre Europa y sobre el modo de ser Iglesia en la Europa de hoy.

Espero que sea un momento en el que creyentes y no creyentes tengan la oportunidad de escuchar la palabra del Sucesor de San Pedro y de confrontar su modo de ser y de actuar en el mundo con la propuesta que viene del Evangelio.

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25 septiembre 2024, 14:30