Fiesta del Bautismo de Jesús
Ya en el año 300, la Iglesia oriental celebraba la Epifanía y el Bautismo de Jesús el 6 de enero, mientras que en la Iglesia occidental esta fiesta se mencionaba en la Liturgia de las Horas. Con la reforma litúrgica de 1969, la fiesta se fijó en el domingo siguiente a la Epifanía. En los países donde la Epifanía no es fiesta civil, la celebración se traslada al domingo entre el 2 y el 8 de enero, y la fiesta del Bautismo de Jesús, al lunes siguiente a la Epifanía.
Con la fiesta del Bautismo de Jesús finaliza el Tiempo de Navidad, aunque queda abierta una "ventana" el 2 de febrero, día en el que se celebra la Presentación de Jesús en el Templo (conocida popularmente como "Candelaria").
Del Evangelio según san Mateo
Entonces Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él. Juan se resistía, diciéndole: «Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi encuentro!».
Pero Jesús le respondió: «Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo». Y Juan se lo permitió.
Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia Él. Y se oyó una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección». (Mt 3,13-17)
Jesús en el Jordán
El texto del Evangelio comienza con una nota geográfica: Jesús va de Galilea al Jordán para hacerse bautizar por Juan el Bautista. En su camino, Jesús no se declara el Mesías, no predica, sino que se sitúa con la gente queriendo ser bautizado y mostrando su solidaridad con el pueblo pecador. Jesús no se aísla, sino que sale al encuentro de los hombres, aunque estén marcados por la herida del pecado; y se compromete por ellos, como se comprometió haciéndose hombre en el seno de María. Hay, pues, un plan en este "movimiento" de Jesús, en su "itinerario de salvación".
Juan el Bautista
“Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi encuentro!”, dirá el Bautista al ver a Jesús. Nos encontramos ante el desconcierto del profeta, que unos versículos antes había dicho: "Aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias". (Mt 3,11). Esta escena nos recuerda el desconcierto de Pedro en Cesarea, cuando Jesús confió a los suyos que le esperaban la pasión, la muerte y la resurrección: "«Dios no lo quiera, Señor»... Pero Jesús, dándose vuelta, dijo a Pedro: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres»”. (Mt 16,22-23). O en el Cenáculo, cuando Pedro se negó a que le lavara los pies (Jn 13,6.8). Reacciones, la del Bautista y la de Pedro, que ponen de manifiesto la incomodidad al ver la entrega total de Jesús.
"Dejar hacer"
Hay un momento en el que es importante "dejar hacer". Lo que puede parecer fuera de lo común, hasta el punto de avergonzar a los interlocutores más cercanos a Jesús, forma parte, sin embargo, de un plan de Dios para dar cumplimiento a toda la justicia, puesto que Cristo -como Él mismo declarará- no ha venido a abolir la ley y los profetas (cfr. Mt 5,17), sino precisamente a dar "cumplimiento" a todo lo que es la justicia de Dios, que no humilla, no separa, no juzga, sino que une, rompe las barreras, responde a la necesidad de todos con el respeto a todos. La justicia de Dios es superior a la de los hombres: no utiliza la vara de medir del “tanto has ofendido y tanto pagarás”. Utiliza la vara de medir del amor, de la misericordia, del perdón. La única vara de medir capaz de salvar las distancias y sanar los corazones heridos, porque es del interior de donde nacen las malas intenciones (cfr. Mc 7,1-23).
Los cielos abiertos
La elección de Jesús es confirmada por la apertura de los cielos, por el don del Espíritu y por la voz del Padre que sella la misión de Jesús: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección». En esta apertura de los cielos, la "justicia" borra la separación entre el hombre y Dios, devolviendo al hombre al amanecer de la creación, cuando el Espíritu se cernía sobre las aguas. En Jesús, Dios Padre señala al hombre nuevo, al amado en quien se complace. Es como si dijera: "En ti soy feliz, estoy orgulloso". Una felicidad que, en cualquier caso, está presente en cada uno de nosotros, porque cada uno lleva en sí mismo la huella de Dios, al estar hecho "a su imagen y semejanza" (Jn 1,26); un sello que nadie podrá borrar jamás: "Y vio que era muy bueno" (Gen 1:31). La venida de Cristo manifiesta el interés de Dios por nosotros, su deseo de empezar una nueva historia de salvación, de establecer un nuevo comienzo. Uno es un hombre nuevo en la medida en que aprende a reconocer la vida como un regalo de amor y vive de este Amor.