Fiestas Litúrgicas
Solemnidad de Todos los Santos
Ya a finales del siglo II encontramos una verdadera veneración de los santos: tras las grandes persecuciones del Imperio Romano, hombres y mujeres que habían vivido la vida cristiana de forma bella y heroica se convirtieron poco a poco en objeto de veneración. El primer santo no mártir fue San Martín de Tours. Hacia finales del año 1000, ante el desarrollo incontrolado de la veneración de los santos y del "comercio" relacionado con las reliquias, se elaboró un proceso para la canonización, hasta llegar a la prueba de los milagros. La solemnidad de Todos los Santos tuvo su origen en Oriente, en el siglo IV; con el tiempo se extendió por la cristiandad, aunque se celebraba en fechas diferentes en los distintos lugares: en Roma, el 13 de mayo; en Inglaterra e Irlanda, desde el siglo VIII, el 1 de noviembre. Esta última fecha se establecerá también en Roma a partir del siglo IX. La solemnidad cae hacia el final del año litúrgico, cuando la Iglesia tiene la mirada puesta en el final definitivo, y piensa en quienes ya han cruzado las puertas del Cielo.
Lee todo...Conmemoración de todos los fieles difuntos
Ya en el siglo II se encuentran testimonios de que los cristianos rezaban y celebraban la Eucaristía por sus difuntos. Al principio, en el tercer día después de la sepultura, luego en el aniversario. Más tarde, el séptimo día y el trigésimo. En el año 998, el abad Odilón de Cluny (994-1048) hizo obligatoria la conmemoración de los difuntos, el 2 de noviembre, en todos los monasterios a él sometidos. En 1915, Benedicto XV concedió a todos los sacerdotes el derecho a celebrar tres Misas en este día, con la condición de que: una de las tres se aplique libremente, con la posibilidad de recibir una oferta; la segunda Misa, sin ninguna oferta, se dedique a todos los fieles difuntos; y la tercera se celebre según la intención del Sumo Pontífice. La liturgia propone varias Misas para este día, todas ellas orientadas a resaltar el misterio pascual, la victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte.
Lee todo...Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán
Dedicar o consagrar un lugar a Dios es un rito que forma parte de todas las religiones. Es "reservar" un lugar a Dios, reconociéndole gloria y honor. Cuando el emperador Constantino dio plena libertad a los cristianos -en el año 313-, éstos no escatimaron en la construcción de lugares para el Señor. El propio emperador donó al Papa Melquiades los terrenos para la edificación de una domus ecclesia cerca del monte Celio. La Basílica fue consagrada en el 324 ( o 318 ) por el Papa Silvestre I, que la dedicó al Santísimo Salvador. En el s. IX, el Papa Sergio III la dedicó también a San Juan Bautista; y en el s. XII, Lucio II añadió también a San Juan Evangelista. De ahí el nombre de Basílica Papal del Santísimo Salvador y de los Santos Juan Bautista y Evangelista en Letrán. Es considerada como la madre y la cabeza de todas las iglesias de Roma y del mundo: es la primera de las cuatro Basílicas papales mayores y la más antigua de occidente. En ella se encuentra la cátedra del Papa, pues es la sede del Obispo de Roma. A lo largo de los siglos, la basílica pasó a través de numerosas destrucciones, restauraciones y reformas. Benedicto XIII la volvió a consagrar en 1724; fue en esta ocasión cuando se estableció y extendió a toda la cristiandad la fiesta que hoy celebramos.
Lee todo...Presentación de la Santísima Virgen María/Virgen de la Salud
La fiesta de la Presentación de la Santísima Virgen María en el Templo recuerda -según los evangelios apócrifos- el día en que María, aún niña, fue al Templo de Jerusalén y se consagró a Dios. La Iglesia desea destacar no el acontecimiento histórico en sí, del que no hay rastro en los Evangelios, sino el don total de sí misma que, en la escucha - "Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la guardan"-, preparó a la joven de Nazaret para convertirse en "templo del Hijo". Este mismo día, el 21 de noviembre, se celebra también la fiesta de Nuestra Señora de la Salud, que fue establecida en la República de Venecia en 1630 y que posteriormente tuvo gran difusión. Esta fiesta se originó tras la peste que azotó el norte de Italia entre 1630 y 1631, mencionada por Alessandro Manzoni en "Los novios". Ante la propagación de la enfermedad y sin saber cómo poner remedio, el gobierno de la República organizó una procesión de oración a la Virgen; asimismo, el Dogo se comprometió a erigir un templo dedicado a Nuestra Señora si la ciudad sobrevivía. Unas semanas más tarde se produjo un repentino colapso de la epidemia, y en noviembre de 1631 se declaró el fin de la emergencia. Desde entonces, se decidió llamar a la Virgen con el título "de la Salud". Para cumplir su voto, el Dogo hizo construir una basílica, que fue consagrada el 9 de noviembre de 1687. También el 21 de noviembre, la Iglesia -por voluntad de Pío XII- celebra desde 1953 la Jornada Pro Orantibus, dedicada a las religiosas y religiosos de vida contemplativa y de oración.
Lee todo...Cristo Rey del Universo
En el año 325, se celebró el primer concilio ecuménico en la ciudad de Nicea, en Asia Menor. En esta ocasión, se definió la divinidad de Cristo contra las herejías de Arrio: "Cristo es Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero". 1600 años después, en 1925, Pío XI proclamó que el mejor modo de que la sociedad civil obtenga “justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia” es que los hombres reconozcan, pública y privadamente, la realeza de Cristo. “Porque para instruir al pueblo en las cosas de la fe -escribió-mucha más eficacia tienen las fiestas anuales de los sagrados misterios que cualesquiera enseñanzas, por autorizadas que sean, del eclesiástico magisterio (…) e instruyen a todos los fieles (…) cada año y perpetuamente; (…) penetran no solo en la mente, sino también en el corazón, en el hombre entero”. (Encíclica Quas primas, 11 de diciembre de 1925). La fecha original de la fiesta era el último domingo de octubre, esto es, el domingo que inmediatamente antecede a la festividad de Todos los Santos; pero con la reforma de 1969, se trasladó al último domingo del Año Litúrgico, para subrayar que Jesucristo, el Rey, es la meta de nuestra peregrinación terrenal. Los textos bíblicos cambian en los tres ciclos litúrgicos, lo que nos permite captar plenamente la figura de Jesús.
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