Jueves Santo: Coena Domini
La Iglesia primitiva celebraba la fiesta de la Pascua sólo desde la Vigilia Pascual hasta la mañana de Pascua. No fue hasta el siglo IV que esta celebración se extendió gradualmente a lo largo de tres días. El Triduo Pascual se inicia así el Jueves Santo con la Misa "in Coena Domini", y encuentra su punto culminante en la Vigilia Pascual. Comienza el jueves por la tarde porque, según los judíos, el día empieza ya la noche anterior y, por tanto, litúrgicamente las solemnidades y los domingos se celebran ya con las Vísperas del día anterior; una segunda razón es que en la Última Cena, Jesús anticipa sacramentalmente el don de sí mismo que hará en la Cruz.
Según la ley y las costumbres judías, Jesús celebra con sus discípulos la fiesta de la Pascua en recuerdo de la liberación de Israel de la esclavitud en Egipto. Durante este banquete, Jesús instituyó la Eucaristía, el sacramento de la salvación, y estableció el sacerdocio ministerial. Pero no se limitó a decir palabras, sino que hizo un gesto que revela el sentido verdadero y profundo de lo que acababa de celebrar: el lavatorio de los pies, es decir, el servicio, el amor. Este gesto lo realizaban los esclavos hacia sus amos y sus invitados, para lavarles los pies cubiertos por el polvo de las calles. Jesús nos exhorta con su ejemplo a servir a los demás. Este es, pues, el "código" a través del cual entender y vivir la Última Cena, obedeciendo a las palabras de Jesús: "Haced esto en memoria mía". No se trata sólo de la repetición de los gestos y palabras de la Última Cena que será la Eucaristía, sino también de "hacer" en el servicio, en el amor mutuo, empezando por los más pequeños. Este es el sentido pleno de la Eucaristía.
El Jueves Santo se convierte así en una escuela de fe y de sabiduría cristiana.
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, Él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.
Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que Él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.
Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?».
Jesús le respondió: «No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás».
«No -le dijo Pedro-, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!». Jesús le respondió: «Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte».
«Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!».
Jesús le dijo: «El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos». Él sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: «No todos ustedes están limpios».
Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes». (Gv 13,1-15).
Oración
Señor Jesús
que anticipaste a tus discípulos
tu acto supremo de amor.
Los convocaste instituyendo así el sacerdocio.
Tomaste el pan, el vino,
los bendijiste y se los entregaste.
Te levantaste y te quitaste el manto,
tomaste un recipiente,
y les lavaste los pies.
Convocar.
Compartir.
Servir.
Tres movimientos, Señor,
para enseñarme la lógica de la Eucaristía,
para enseñarme la lógica de la vida.
Tres movimientos, Señor,
entrelazados entre sí;
el uno revela el otro:
hay eucaristía donde hay fraternidad;
hay fraternidad cuando se comparte;
se comparte donde hay servicio;
hay servicio allí donde juntos celebramos la Eucaristía.
Desde la cátedra de la Eucaristía,
Tú me enseñas, Señor,
el arte de las relaciones,
el estilo del compartir,
la libertad del servicio.
Hoy, me invitas a tu mesa:
mi corazón, Señor, me dice que no soy digno;
pero tú, Cordero de Dios, que quitaste el pecado del mundo,
di una sola palabra y bastará para sanarme.
(Oración de A.V.)