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Viernes Santo: Pasión
Viernes Santo, BAV Ross. 181, f. 127v

Viernes Santo: Pasión

El Viernes Santo nació para conmemorar el día de la muerte de Jesús (el 14 del mes de Nisan, un viernes). Antiguamente era un día de luto en el que se participaba mediante el ayuno,  que luego se extendió a todos los viernes del año.
La liturgia del Viernes Santo se compone de tres momentos: Liturgia de la Palabra, Adoración de la Cruz y Comunión. En este día y a través de esta liturgia, se invita a los fieles a fijar su mirada en Jesús, el Crucificado. Cristo murió en la Cruz para llevar a cabo la misión de salvación que el Padre le había confiado: "He aquí el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo". "Él -dice Isaías- tomó sobre sí nuestros sufrimientos, cargó con nuestros dolores, y nosotros lo juzgamos castigado, golpeado por Dios" (Is 52,13-53,12). Jesús pagó con su vida el precio más alto por nuestra desobediencia, y lo hizo con amor y por amor: "Jesús, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para que os enriquecierais con su pobreza" (2 Cor 8,9).
A la sombra del Viernes Santo, cada uno de nosotros puede ponerse ante la Cruz y confrontarse con el  Señor Jesús sobre sus propios problemas, sus dramas, sus propios sufrimientos. Todas las cuestiones de la vida están iluminadas por la Cruz, hasta el punto de que podríamos decir realmente que "el corazón tiene razones que la razón no entiende". Hay que seguir al Señor Jesús en el amor, hasta el final. Como Él nos ha amado.

Junto a la cruz de Jesús, estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien Él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: «Tengo sed». Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca.
Después de beber el vinagre, dijo Jesús: «Todo se ha cumplido». E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.  (Jn 19,25-30)

Oración

Señor Jesús,
Hombre de la Cruz,
a tu grito de dolor
me uno con mi dolor,
mis miedos y pérdidas,
mis decepciones y el vacío del corazón.
Te grito mi necesidad de Ti.
Señor Jesús,
Hombre de la Cruz,
como sacerdote, me hago intercesor
por todos mis hermanos y hermanas:
te traigo, uniéndolo a tu grito,
los gritos de los corazones que lloran
por sus seres queridos que han muerto.
Señor Jesús,
Hombre de la Cruz,
te traigo, uniéndolo a tu grito,
el miedo de los enfermos y de los ancianos,
el cansancio del personal sanitario
el agotamiento de las familias,
la desconfianza de los jóvenes, los niños y adolescentes.
Señor Jesús,
Hombre de la Cruz,
te traigo, uniéndolo a tu grito,
la preocupación de los empresarios,
el miedo de los trabajadores.
la inquietud de los profesores,
el desconcierto de nuestras comunidades cristianas que se resquebrajan.
Señor Jesús,
Hombre de la Cruz,
acepta nuestro clamor y escúchanos.
Enséñanos a encomendarnos
al Padre tuyo y nuestro,
a dejar que nos custodie
en sus amorosos brazos.
Señor Jesús,
Hombre de la Cruz,
acepta nuestro clamor y escúchanos,
seguros de que nada sucede
fuera de tu plan de amor;
enséñanos a creer
que todo, en Ti, tiene sentido.
Señor Jesús,
Hombre de la cruz,
confío en Ti. Me encomiendo a Ti.

(Oración de A.V.)

29 marzo
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