Nicaragua: La Iglesia debe defender a los perseguidos
Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano
Estas palabras las pronunció el obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Managua, Mons. Silvio Báez, en su homilía dominical del 23 de septiembre. Y recordó también que hay dos actitudes que pide Jesús: la primera dice que para ser el primero hay que ser el último y el servidor de todos. La segunda: En el centro del corazón y en el centro de la comunidad de Jesús, hay que poner a los pobres, a los descartados, a los excluidos de la sociedad.
Jesús, dijo el obispo, enseña que los seres humanos grandes e importantes son los que no piensan en su propio prestigio. Ni ambicionan imponerse sobre los demás. Sino que se dedican sin ambición y con alegría a ayudar a los otros. El dinero y el poder no nos hacen más grandes, dijo, “volverse caudillo, o dictador, no engrandece a nadie, más bien lo empequeñece”.
El impío busca siempre someter a los más frágiles
Mons. Silvio Baez, recordó las palabras que dijo el Papa en el Ángelus ese domingo: “El impío – afirma el Papa – es descrito como el que oprime al pobre, no tiene compasión de la viuda ni respeta al anciano. El impío tiene la pretensión de creer que su ‘fuerza es la norma de la justicia’. Someter a los más frágiles, usar la fuerza en cualquiera de sus formas: imponer un modo de pensar, una ideología, un discurso dominante, usar la violencia o represión para doblegar a quienes simplemente, con su hacer cotidiano honesto, sencillo, trabajador y solidario, expresan que es posible otro mundo, otra sociedad”.
Porque como dijo Mons. Báez, los impíos, los malvados, los corruptos, no toleran a los hombres rectos, a los hombres y mujeres buenos y honestos, e intentan eliminarlos a toda costa. En el pasado y todavía hoy.
Los discípulos no le entendieron
“Jesús sabe que su camino es el del justo perseguido, pero no está dispuesto a echarse atrás. No está dispuesto a bajar el tono de su denuncia al poder injusto y a la religión inhumana, no está dispuesto a negociar con nadie la misericordia de Dios y el lugar privilegiado de los pobres y excluidos en el corazón de Dios. Está dispuesto a correr la suerte de los hombres justos, en medio de una sociedad dominada por los impíos. Como dice el Evangelio está dispuesta a ser entregado en manos de los hombres que lo entregarán a la muerte. El Evangelio dice que los discípulos no entendían el asunto y no se atrevían a preguntarle”, dijo el obispo.
Pero como dijo el prelado, no es que los discípulos no entendían a Jesús, pues su discurso era claro. Lo entendían perfectamente, lo que no entendían, como tampoco lo terminamos de entender hoy, afirmó Mons. Báez, es que el amor que no tiene límites se paga caro. Que la integridad personal tiene un alto precio, que la honestidad y la rectitud a veces son perseguidas por los malvados, que la fidelidad a los planes de Dios y a la propia conciencia, se puede pagar con la persecución, la tortura y la muerte.
«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos»
Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.»
Al respecto, el prelado, dijo que, en la sociedad nicaragüense, muchos siguen pensando que la grandeza está en mandar e imponerse. En hacer de sus caprichos la ley e imponerla a todos. Muchos, dijo, en nuestra sociedad están convencidos que es grande quien se sale con la suya a través del arribismo y la mentira. Que es importante quien tiene privilegios, quien logra obtener dinero fácil. Quien se hace servir de los demás.
“Si queremos que en Nicaragua surja una sociedad nueva según el querer de Dios, la Iglesia debe poner en el centro a los débiles, a los pobres, a los descartados, y curar a los enfermos. Llorar con quien llora, y estar al lado del que sufre. Defender a los perseguidos y luchar por liberar a los prisioneros”
Una sociedad construida pensando sólo en el interés de los de arriba, de los grandes, de los de mayores recursos, es una sociedad que no se está construyendo según el querer de Dios, ni garantiza el bienestar de todos. Del mismo modo, dijo por último Mons. Báez, una Iglesia aliada con los poderosos de la sociedad y olvidada de los últimos, desfigura el Evangelio de Jesús y no colabora a la llegada del Reino de Dios a nuestra sociedad.
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