Abuso a menores y riesgo donatista
La oración, la penitencia y la acusación de sí mismo, son indispensables para combatir el mal. También ese abismo de maldad representado por el abuso de menores. El Papa Francisco explicó esto durante el encuentro con los periodistas en el vuelo de regreso de Marruecos, invitándolos a leer un artículo de Gianni Valente, en Vatican Insider, donde habla de los donatistas. El peligro de la Iglesia hoy de hacerse donatista haciendo prescripciones humanas, que deben hacerse, pero limitándose a éstas y olvidando las otras dimensiones espirituales, la oración, la penitencia, la acusación de sí mismo, que no estamos acostumbrados a hacer. ¡Se necesitan las dos cosas! Porque para vencer el espíritu del mal no hay que “lavarse las manos” diciendo: “es obra del diablo”. No. Debemos luchar también nosotros contra el diablo, así como debemos luchar contra las cosas humanas.
El artículo al que se refería el Pontífice fue publicado en el periódico en línea La Stampa, dedicado a la información sobre la Santa Sede y las religiones, el pasado 22 de febrero, es decir, durante el encuentro para la protección de los menores. Valente había analizado, ante el abismo de los abusos, tanto la reacción rigurosa que insiste en la homosexualidad como causa última, como la tecnocrática. Encontrando en ambos ecos de la antigua herejía donatista, que en los primeros siglos quiso quitar a Cristo mismo la eficacia de los sacramentos y medios de salvación administrados en la Iglesia.
El autor recuerda que ya en mayo de 2014, en el vuelo que lo trajo de vuelta a Roma desde Tierra Santa, “el Papa Francisco sugirió la causa última de la pederastia clerical, cuando comparó a los clérigos pederastas con quienes ofician misas negras. Los abusos clericales de los más débiles y menores de edad tocan vertiginosamente el misterio y la naturaleza misma de la Iglesia. Su misión como instrumento de la gracia. Instrumento no auto-suficiente que existe y puede vivir, en cada instante, solamente como reverberación y signo de la caridad de Cristo, que, encontrando y atrayendo a sí a las personas, la convierte visiblemente en Iglesia”.
“En la historia de los hombres – escribió Valente – la Iglesia es solamente la visibilidad de esta atracción amorosa, sin la cual, incluso las estructuras y las prácticas eclesiásticas pueden convertirse en peligrosísimos factores de perdición e infelicidad. Lugares en los que se consuman ritos sacrificiales, perpetrados en la carne viva de las personas. Como ha sucedido con todas las víctimas de los abusos clericales. La abominación de los abusos sexuales clericales, documentado no como fenómeno marginal de casos aislados, sino como una perversión endémica en amplias zonas del cuerpo eclesiástico, pude ser vista con lealtad y verdad solamente si no se oculta otro dato confirmado, y también vertiginoso: que la Iglesia, por su naturaleza, no se auto-redime de los males por sus fuerzas, con medios o estrategias humanas. Este es el auténtico parteaguas, esta es la partida más real que se está jugando en estos días. Si se censura este dato, incluso la crisis de la pederastia y de los abusos clericales se convierte en un pretexto para encerrarse en la burbuja asfixiante de las operaciones de la política eclesiástica”.
De hecho, con el resurgimiento de los escándalos, por un lado se insiste en presentar la propagación del abuso sexual sólo como un efecto colateral y secundario de “la invasión homosexual en las filas del clero”. Aunque “el lodo arrojado al ventilador ha acabado ensuciando a todos”. Demostrando, además, la debilidad de los argumentos de quien retiene que para afrontarlos es suficiente aumentar la dosis de rigor en los seminarios, noviciados y universidades eclesiásticas. Desgraciadamente, como muestran las estadísticas, los abusos se han extendido incluso en las estaciones en las que se ha insistido mucho en reafirmar las reglas y el contenido de la moral sexual católica, también en la formación de los sacerdotes.
“La infección de los abusos clericales de menores y personas débiles – escribió el autor del artículo – revela traumáticamente la no auto-suficiencia de la compañía eclesial, su incapacidad para plasmarse por sí misma como “Societas perfecta” en virtud de proclamadas y enarboladas coherencias morales. Incluso el Papa Francisco, al inaugurar la cumbre sobre la protección de los menores en la Iglesia, repitió que hay que aplicar urgentemente en todo el mundo las «medidas concretas y eficaces» para desmantelar cualquier residuo de silencio cómplice y de encubrimientos eclesiásticos ante los abusos clericales. Pero la misma raíz de ese oscuro mal deja claro que es inapropiado cualquier enfoque que pretenda “arreglar las cosas” prescindiendo de la gracia de Cristo, necesaria. Inapropiado es, pues, cualquier enfoque que apueste por acreditar como instrumentos suficientes de auto-purificación los protocolos disciplinarios establecidos, vigilancia más estricta, denuncias más veloces, la represión más inmediata. O tal vez cursos de concientización, de dirección espiritual y de formación permanente”.
“Ante el abismo de la pederastia clerical, la reacción neo-rigorista homo-sexofóbica y la reacción tecnócrata ‘políticamente correcta’, a pesar de estar ideológicamente alejadas, acaban compartiendo los mismos reflejos condicionados afines a una antigua herejía, que en los primeros siglos pretendía cancelar de la persona de Cristo mismo la eficacia de los sacramentos y de los medios de salvación administrados en la Iglesia, y sujetarla a la dignidad y a la impecabilidad de sus ministros. La herejía pretendía construir una ‘Iglesia de puros’ y perfectos mediante la rigurosa fidelidad al Evangelio de los orígenes, encomendada ya no al don de la gracia, en cada instante, sino obtenida según el esfuerzo heroico de coherencia moral y rigurosa aplicación militar de procedimientos y medidas disciplinarias”.
“Durante la historia – concluyó el autor del artículo – cada vez que la Iglesia ha pretendido curarse sola de sus males, ha acabado pareciéndose a una organización de inteligencia rehén de investigaciones y chantajes. Congestionada por el desprecio de los ‘lapsi’ y de los contaminados. De esta manera todo el cuerpo eclesial no logra comunicar nada útil ni interesante a los hombres y a las mujeres que esperan la salvación de las heridas y enfermedades, y no se reconoce mendicante de sanación. Todo esto sucede si no es Cristo mismo quien cure las enfermedades de la misma Iglesia, si el deseo de frenar los encubrimientos de los abusos tiene como último fin defender a la ‘empresa Iglesia’, su buena reputación de benemérita organización social, y no coincide con el dolor por haber herido la carne misma de Cristo, con la condición mendicante de Su perdón y con la petición de que sea Cristo mismo quien salve las vidas (incluso las más arruinadas) tanto de las víctimas como de los carniceros”.
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