Mons. Patiño sobre violencia en estado de Veracruz, México
Manuel Cubías – Ciudad del Vaticano
Mons. Patiño es obispo de la diócesis de Córdoba desde junio de 2000. Veracruz es un estado mexicano azotado por la violencia. Es una zona de disputa de grupos delincuenciales. A pesar de los esfuerzos federales, las tasas de homicidios, secuestros y extorsiones no bajan.
Veracruz es el tercer estado más poblado de México, con una alta conflictividad social y política y niveles de pobreza en aumento. Según estudios del CONEVAL, hay un déficit constante en las áreas de educación, salud, seguridad social, vivienda y alimentación. A esta problemática se suma el tránsito de migrantes provenientes de países del sur de México y del Caribe y el tráfico de drogas.
El Obispo de Córdoba mostró las dimensiones de la violencia que afecta Veracruz: “la violencia no tiene límites, ni horas, ni lugares, ni respeto a lo sagrado”. También se unió al dolor de las familias de los dos jóvenes asesinados el sábado pasado en la Rectoría de Nuestra Señora de Guadalupe en Fortín de las Flores: “Nos unimos, por supuesto, al dolor y pérdida de las familias de los jóvenes asesinados. No conocemos aún su identidad. A sus familiares puede quedarles algo de consuelo el saber que, tiempo después, el padre Jorge, a pesar de ser un sacerdote de edad avanzada tuvo el gesto compasivo de orar y darles la absolución bajo condición y el sacramento de la Unción, encomendándoles a la misericordia infinita de Dios nuestro Padre”.
En el mensaje, hace un llamado a las instituciones de gobierno: “Exigimos de las autoridades de los tres niveles de gobierno, planes realistas y eficaces contra la delincuencia organizada y la corrupción que dan origen a tantas agresiones cada vez más frecuentes que viene padeciendo la sociedad: desapariciones, secuestros, balaceras, cobros de piso, extorsiones y proliferación de las adicciones, destruyendo la vida de tantas familias y la esperanza de los jóvenes”.
Mons. Patiño, en su mensaje, afirma que el atentado del pasado sábado no es casual. Estas situaciones se repiten cerca de templos, escuelas, comercios, de día o de noche. Finalmente, ora por los que causan el mal: “Ellos están cegados o anestesiados por el señuelo que les propone el espíritu del maligno, haciéndoles creer que, en el dinero fácil o mal habido, o en la vanidad por conquistar territorios para sus negocios sucios, le van a encontrar algún sentido a sus pobres y desperdiciadas vidas”.
Termina el mensaje expresando su confianza en Dios: “enjuagará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado. Entonces dijo el que está sentado en el trono: «Mira que hago un mundo nuevo » (Apocalipsis 21,5).
Gracias por haber leído este artículo. Si desea mantenerse actualizado, suscríbase al boletín pulsando aquí