"Lucha para entrar por la puerta estrecha". Reflexión
Ciudad del vaticano
El Evangelio de hoy nos invita a reflexionar sobre el tema de la salvación a través de la Puerta. A la pregunta de cuántos serán salvados, Jesús responde indirectamente, diciendo: "Lucha para entrar por la puerta estrecha". El número de los salvados no le interesa más que el camino de la salvación. El camino que nos lleva a la salvación pasa por una puerta, dice San Lucas, pero una puerta estrecha.
Y sobre esta puerta, el evangelista nos hace contemplar dos escenarios. La primera es la estrechez de la puerta: la multitud empuja o pelea para entrar. La segunda es la generosidad y la generosidad del portero que no necesita una tarjeta de invitación y que abre la puerta a todos aquellos que buscan a Dios con un corazón sincero. Vemos cómo, de manera inesperada, la estrechez de la puerta deja de ser un obstáculo y abre una gran fiesta universal e inclusiva. La puerta es estrecha, pero conduce a una gran celebración. Así se cumplió lo que anunció el profeta Isaías: "He venido a reunir a todas las naciones, de todas las lenguas. Vendrán y verán mi gloria: ¡les pondré una señal! "(Isaías 66:18).
A primera vista, la palabra estrechez nos preocupa. Nos recuerda el dolor, el sacrificio que se necesita para participar de la salvación de Dios. La puerta estrecha significa que tenemos que ser pequeños, pobres para pasar fácilmente: "Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos" (Mt 18,2). La puerta es estrecha, pequeña, por lo que es del tamaño de las muy pequeñas. He aquí, Dios nos sorprende; está verdaderamente en la pobreza, en la debilidad, en la humildad que se manifiesta y nos da su amor que nos salva, nos sana y nos da fuerza. Sólo nos pide que sigamos su palabra y confiemos en él.
El precio a pagar para entrar al cielo no es el hecho de haber comido y bebido en la presencia del Señor o de haberle escuchado enseñar, sino de ser muy pequeño, de ser del mismo tamaño que Jesús, que se despojó a sí mismo por nosotros. Él es Jesús, nuestra puerta (cf. Jn 10,9). Él es el portero. Él nos conduce de las desolaciones del mundo a los consuelos del verdadero Dios. Y la puerta que es Jesús nunca se cierra, esta puerta nunca se cierra, siempre está abierta y para todos, sin distinción, sin exclusión, sin privilegio. Porque, ya sabes, Jesús no excluye a nadie. Pidamos al Señor la gracia de la pequeñez, de la sencillez, para que podamos entrar fácilmente en la gloria de su reino. Amén.
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