Religiosas en Islandia, Perú: “Que, de esta fe bajo las cenizas, salga fuego"
Manuel Cubías – Ciudad del Vaticano
Una particularidad de esta comunidad es que durante al menos siete meses permanece inundada por la crecida de las aguas del río Amazonas, por esta razón, todas las casas y edificios están construidos encima de pilotes con más de cuatro metros de altura. Tiene alrededor de 2.300 habitantes. Es un punto de llegada y salida de las embarcaciones provenientes de Iquitos y Caballococha, por el lado peruano; así como de Benjamin Constant y Atalaia do Norte, ubicadas en Brasil. Está a solo media hora de la ciudad colombiana de Leticia.
Islandia tiene un mercado, un centro comercial, un hotel, dos escuelas, un polideportivo y un templo católico. Durante muchos años no tuvo la visita de un sacerdote. En la actualidad cuatro religiosas pertenecientes a diferentes congregaciones son parte de un proyecto intercongregacional y ayudan a animar la fe de los habitantes de la región.
Cuatro religiosas, pertenecientes a diferentes congregaciones, son parte de una sola comunidad religiosa. El territorio donde realizan su labor comprende muchas comunidades a las que se llega a través del río. Problemas sociales como la violencia, el consumo de drogas, el alcoholismo son parte de la vida de este territorio.
En lugar de irme, siento una amarra para quedarme
La hermana Evanés expresa que al vivir en Islandia tiene la sensación de vivir en un pueblo olvidado, pues se dan muchas situaciones de violencia contra la niñez, pobreza y el Estado peruano no ofrece solución. Sin embargo, estas dificultades no le hacen disminuir su compromiso: “Antes tenía miedo al agua. Hoy, tengo una energía muy fuerte. Parece que, en lugar de irme, siento una amarra para quedarme. Esta agua habla, este pueblo habla. El agua me da la energía para seguir. Me siento muy realizada, afirmó, pues recibo más de lo que ofrezco. Construimos una Iglesia de hermanos, de inclusión, intercultural”.
La hermana Emilia subrayó que “Lo que nos sostiene es este pueblo que está a la deriva. Nosotras estamos con él. Nuestra presencia debe ser misericordiosa, amiga, cristiana”.
Ganas de luchar por la vida
Emilia recordó su experiencia en la lejana África: “Yo estuve en África, en Kenia. Era una zona desértica, puro sol. Era terrible. Ahora estoy en el agua. Es otra realidad que me encanta. Alguna vez estamos un poco sin ánimo, así, en casa. Pero cuando salimos a las comunidades es otra cosa. Volvemos a llenarnos de energía y con ganas de luchar por la vida.
La hermana Fátima explicó la razón de su presencia en Islandia: “Una de las razones por las que estoy por aquí son las personas que sufren, las personas olvidadas. Veo que es necesaria la presencia de algunas personas para que ayuden. Me siento muy contenta y me siento realizada como persona y como hermana.
Fátima tiene 10 años de participar en la experiencia intercongregacional y 17 años de trabajar como misionera en Brasil, trabajando con los indígenas. “Estar aquí me da mucha fuerza y siento mucha gratitud por estar aquí”. Afirma que la misión de los religiosos y religiosas es “acompañar, caminar, hacer con la gente, con el pueblo y con la sociedad. De esta manera se da vida a la Iglesia y a nosotras mismas”, concluyó.
No enredarse. Ir a lo fundamental de la vida
Las hermanas consideran que es necesario un mayor apoyo del Vicariato. Afirmaron que quienes les sostienen son sus propias congregaciones religiosas.
Preguntadas sobre el perfil que debe tener una misionera para trabajar en la Amazonía, respondieron: “¿Quién soy yo para definir un perfil de misionero o misionera? Y continuaron: “Una cosa es importante, para estar aquí hay que estar dispuesta para aguantar la realidad. Realidad social, económica y de comunidad. No hay que enredarse en cosas pequeñas. Hay que ir a lo fundamental de la vida”.
Fátima respondió: “El único perfil es que sea una persona con un corazón abierto, dispuesta a vivir en riqueza y en pobreza; en la alegría y en la tristeza, que esté abierta a vivir esta realidad en 2, 10, 15 años. Personas perfectas no hay”.
Preguntadas sobre el Sínodo para la Amazonía, la hermana Evanés afirmó: “Considero que esta realidad no es para tener poder, es para vivir; es para tener coraje de vivir y de convivir. He visto que hay sacerdotes con muchas ganas de vivir, pero algunos no”. En cuanto al sínodo, “El gran temor es que no se llegue a grandes resultados”.
30 años con ausencia de sacerdotes
Las hermanas relatan que en Islandia no han tenido sacerdote durante treinta años. Y cuentan la anécdota: “Una vez vino alguien que me dijo: -Hermana, puede regalarme un cancionero porque ya me olvidé de ser católico y yo quiero recordar el Credo. Cuando llegamos aquí decíamos: la fe del pueblo está sostenida. Nosotras estamos intentando soplar para que, de esta ceniza, de estas brazas, salga el fuego”.
Iglesia de presencia. Compañeros de camino
En las reflexiones presinodales está muy presente el tema de cambiar el modelo de una Iglesia en visita a una Iglesia de presencia. Para las religiosas de Islandia, Iglesia de presencia significa: “Una Iglesia que está con la gente. Es una Iglesia donde la gente sepa que puede contar con nosotras. Cuando las visitamos, la gente se queda contenta. Cuando la gente nos visita, porque vienen a nuestra casa, ellos llegan, piden un vaso de agua o expresan alguna necesidad. Así van sintiendo que somos parte de ellos”.
Este artículo ha sido posible con el apoyo de la REPAM y CIDSE
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