Verónica Rubí, misionera laica: que el Sínodo anime a ver con cariño la realidad de estos pueblos
Manuel Cubías – Ciudad del Vaticano
El compromiso misionero de Verónica Rubí, una laica de origen argentino, la ha llevado hasta la triple frontera entre Perú, Colombia y Brasil. Hasta la diócesis de Alto Solimoes, lugar donde se ha puesto al servicio de una iglesia particular.
Verónica Rubí vive en esta región desde hace cinco años. En la actualidad trabaja con la Cáritas diocesana porque está empeñada en dar “a conocer el amor de Dios que se quiere organizar en cuestiones prácticas para ir al servicio de los que más necesitan. No es algo nuevo, es el amor de Dios que sale y que va al encuentro de las personas”, afirmó.
Como misionera acompaña a la comunidad cristiana de San Antonio de Umariacú. Ella afirma que la comunidad pertenece a la etnia tikuna y tienen su propio idioma: “Ellos tienen su lengua, hablan Tikuna, poco portugués”.
Acompañar las alegrías y sufrimientos
Los tikuna conforman el pueblo indígena más numeroso del Amazonas brasileño. Con una historia marcada por la violenta entrada de los siringueros, pescadores y madereros en la región del río Solimões. En la última década del siglo XX lograron el reconocimiento oficial de la mayoría de sus tierras. Hoy luchan por preservarlas.
Desde hace tres años, Verónica Rubí trabaja con jóvenes y se ha encontrado con una realidad que “duele”: el suicido de algunos jóvenes de la comunidad. Ella constata la dura realidad de los pueblos indígenas en general, y de la comunidad tikuna en particular: “Los jóvenes ven el suicidio como una alternativa frente a las dificultades que viven a diario: la pobreza, la falta de empleo, de oportunidades. También la marginación y el desprecio”. Considera que esta situación la reta, y afirma: “Era necesario trabajar con ellos para recuperar este valor de la vida, para abrazar la vida en todas sus circunstancias”.
Participación en la vida litúrgica
Verónica Rubí también participa de las diferentes celebraciones litúrgicas, particularmente en el área de la preparación para la recepción de los sacramentos. Recuerda cómo “El domingo pasado, el 7 de julio, celebrábamos aquí nueve matrimonios. ¡Nueve matrimonios! Hace cuarenta años que no se celebraba un matrimonio en esta comunidad, desde 1979. Fue un momento muy bonito y de alegría muy grande”.
La misionera argentina subraya que “Acompañar la vida y la fe de este pueblo tikuna es lo que también le ha dado sentido mi presencia aquí”.
Una dificultad que identifica Verónica es la presencia de la sociedad de consumo y materialista entre los diferentes grupos étnicos, pues produce en las comunidades indígenas un menosprecio por lo propio y comienzan a pensar que lo mejor es lo que se ve en los medios de comunicación. Entonces, el desafío es cómo apropiarse de la cultura y no dejar que las ideas que vienen del exterior la destruyan.
El Sínodo para la Amazonía. Esperanzas
Respecto al Sínodo, afirma Verónica, es un tiempo de esperanza. Hay quien dice, haciendo un paralelo, que lo que fue el Concilio Vaticano II puede ser ahora este Sínodo para la Amazonía para la vida de la Iglesia, no solo para nosotros. El deseo es que, como Iglesia, podamos mirar, conocer esta realidad que es indígena, que tiene muchos desafíos… es muy bonita desde la naturaleza, pero que tiene muchos desafíos, de distancias, de ríos, que está siendo muy amenazada por proyectos macros, de minería, de tala de árboles.
Esperemos que el Sínodo nos dé herramientas para poder celebrar la fe en cada una de las comunidades, con los ritos y las formas, las lenguas de cada uno de ellos. Verónica se pregunta: ¿Es una realidad la falta de sacerdotes? Sí. Por ahí una de las alternativas es crear ministerios. Así como existen los ministros de la Palabra pueden existir los ministros de la Eucaristía. Qué este momento así celebrativo de la Eucaristía pueda ser accedido por todas las comunidades, igual aquellas que están muy distantes, a días navegando por el río y que en el año a veces reciben solo una vez la visita del sacerdote y entonces celebran la Eucaristía.
Mi esperanza en relación al Sínodo es un poco que se pueda mirar con cariño a esta realidad y tomar decisiones que ayuden y animen la vida de fe y la vida misma, la vida humana de todos los que vivimos por aquí.
Este artículo ha sido posible gracias al apoyo de REPAM-CIDSE.
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