A 30 años del martirio de nuestros compañeros jesuitas y sus dos colaboradoras
Card. Michael Czerny S.J.[1]
Les invito a un itinerario en cinco pasos: Después de haber escuchado las primeras voces sobre el martirio, reconocemos al mártir como testigo consciente de Jesús. Pues levantamos dos preguntas: ¿Nuevas formas de martirio? y ¿Puede una sociedad confesionalmente cristiana mostrar odio a la fe? Enseguida clarificamos que el mártir no es un héroe, ni un revolucionario ni una simple víctima del sistema, y concluimos reconociendo al mártir como maestro y formador del pueblo de Dios.
Las primeras voces sobre el martirio
Cuando Ignacio Martín-Baró, Juan Ramón Moreno, Joaquín López y López, Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Amando López, Elba Julia Ramos y Celina Ramos yacían en el jardín de la residencia universitaria, a pocas horas de haber sido asesinados, una de las primeras voces en hacerse presente y escucharse fue la de Mons. Arturo Rivera Damas, arzobispo de San Salvador, junto con el Provincial de la Compañía de Jesús, P. José María Tojeira.
Al ver los cuerpos destrozados de nuestros compañeros, y los de Julia Elba y de Celina, nuestras colaboradoras, Monseñor Rivera Damas, un gran obispo a quien debemos reconocer sus méritos como pastor ecuánime, pronunció estas palabras que hoy, a 30 años, resuenan con más fuerza y con más significación, y rompieron la ambigüedad con la que los asesinos de siempre quisieron ocultar y tergiversar la autoría de su magnicidio: “Es el mismo odio que asesinó a Mons. Romero”. Pocas horas más tarde, el P. Peter Hans Kolvenbach, Superior General de la Compañía de Jesús, quien, un año antes en El Salvador, había viajado al Paisnal a visitar la tumba del P. Rutilio Grande, primer jesuita mártir en El Salvador, emitía un comunicado en Roma, que hoy, a 30 años, suena también como aquella voz profética: “Cuando visité El Salvador, me di cuenta de que ellos eran conscientes de que podían ser asesinados de un momento a otro.”
El mártir como testigo consciente de Jesús
A treinta años del asesinado de nuestros compañeros podríamos parafrasear a Mons. Rivera Damas, gran arzobispo de San Salvador, sucesor de San Óscar Arnulfo Romero y testigo de tantos acontecimientos significativos en este país: es el mismo odio que asesinó a Rutilio Grande y a tantos otros sacerdotes. Es un odio que cambia de rostro, pero en el fondo es el mismo: un grupo de poder que controló el aparato estatal y muchos de los medios de comunicación y lo dirigió a su antojo para defender sus privilegios y que consideró como enemigo a todo aquel que tenía un pensamiento crítico sobre la situación del país.
Con todo esto queremos decir que el martirio de nuestros compañeros no fue casual,[2] no fue un accidente ni una equivocación. Ellos eran muy conscientes de este desenlace, porque eran seguidores de Jesús, porque amaban a los pobres y sabían que en una sociedad donde se persigue y se mata a los pobres por su lucha social, y donde la Iglesia defiende sus justas reivindicaciones y se solidariza con ellos, la muerte martirial es una consecuencia necesaria.
¿Nuevas formas de martirio?
El gran teólogo alemán Karl Rahner S.J.,[3] considerado por muchos como el más grande teólogo católico del siglo XX –y, por cierto, fue profesor de Ignacio Ellacuría en Innsbruck, Austria–, escribió en una ocasión que era necesario ampliar el concepto tradicional del martirio (aceptar morir por la fe y las costumbres cristianas de manera libre y resignada, no luchando activamente), pues resulta claro que no puede aplicarse a la muerte de un cristiano sufrida en la lucha activa. El gran problema a resolver radica, según él, en precisar si la aceptación resignada de la muerte por causa de la fe y el hecho de morir luchando activamente por esa misma fe pueden englobarse bajo el mismo concepto de martirio.
P. Rahner no resuelve el problema que plantea, pero deja la inquietud y la necesidad de hacerlo, y dice que Santo Tomás puede ser una base para la ampliación de dicho concepto, pues él llama mártir al que muere luchando por defender la república de intentos enemigos por corromper la fe cristiana.
Pienso que esa actualización del concepto es necesaria y debe ampliarse en los nuevos contextos mundiales, y sobre todo en el marco de las nuevas amenazas a la vida y de los nuevos compromisos cristianos para su defensa. Me refiero específicamente a la posibilidad de que la lucha por salvaguardar la creación genere nuevas formas de persecución y de martirio inéditas hasta el momento. En efecto, una ecología integral, como la que propone nuestro papa Francisco, bien podría generar nuevas formas de martirio, como testimonia el recién Sínodo para la Amazonía:
La participación de los seguidores de Jesús en su pasión, muerte y resurrección gloriosa, ha acompañado hasta el día de hoy la vida de la Iglesia, especialmente en los momentos y lugares en que ella, por causa del Evangelio de Jesús, vive en medio de una acentuada contradicción, como sucede hoy con quienes luchan valerosamente en favor de una ecología integral en la Amazonía. Este Sínodo reconoce con admiración a quienes luchan, con gran riesgo de sus propias vidas, para defender la existencia de este territorio.[4]
Por eso la teología del martirio debe hoy incluir, dentro del odio a la fe, un odio a la creación, a la casa común que Dios nos ha creado.
La necesidad de actualizar las exigencias de la fe cristiana hizo eco en el Papa Francisco, quien hace unos años propuso una actualización de las así llamadas obras de misericordia. En la II Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, tenida en Roma el.1.09.2016,[5] el Papa ha pedido actualizar las obras de misericordia de la siguiente manera:
Me permito proponer un complemento a las dos listas tradicionales de siete obras de misericordia, añadiendo a cada una el cuidado de la casa común. Como obra de misericordia espiritual, el cuidado de la casa común precisa la contemplación agradecida del mundo que nos permite descubrir a través de cada cosa alguna enseñanza que Dios nos quiere transmitir. Como obra de misericordia corporal, el cuidado de la casa común, necesita «simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo […] y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor»[6]
En este mismo mensaje, el Papa lanza el imperativo de hacernos cargo de la creación, cuando nos interpela:
Con este Mensaje, renuevo el diálogo con «toda persona que vive en este planeta» respecto a los sufrimientos que afligen a los pobres y la devastación del medio ambiente. Dios nos hizo el don de un jardín exuberante, pero lo estamos convirtiendo en una superficie contaminada de «escombros, desiertos y suciedad» (Laudato si’, 161). No podemos rendirnos o ser indiferentes a la pérdida de la biodiversidad y a la destrucción de los ecosistemas, a menudo provocados por nuestros comportamientos irresponsables y egoístas. «Por nuestra causa, miles de especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje. No tenemos derecho» (ibíd., 33).
¿Odium fidei en una sociedad confesionalmente cristiana?
En la tradición y el magisterio de la Iglesia hay una afirmación básica sobre el martirio y sus causas: el mártir es asesinado por odio a la fe. Una manera de entender esto es que los asesinos no practican la fe cristiana, sino que la odian y asimismo sus expresiones, ya sea porque no son creyentes, porque tienen credos diferentes a la fe cristiana o porque son ateos.
Con el martirio de San Óscar Arnulfo Romero, Rutilio Grande y los mártires de la UCA, esta visión del martirio fue problemática. Muchos en Europa y en otros lugares nos preguntamos: ¿cómo es posible que en países de mayoría católicos –cerca del 90% en la época de Monseñor Romero– se asesine a sacerdotes y obispos? La conclusión simplista y obvia era que los asesinos eran creyentes y que no podían odiar la fe.
Monseñor Vincenzo Paglia, el postulador de la causa de Monseñor Romero dio una respuesta que también es válida para el caso de Rutilio Grande y de nuestros compañeros: los asesinos y quienes ordenaron esos crímenes odian la fe, odian lo sagrado, odian las expresiones religiosas del pueblo, odian la fe del pueblo; si bien se confiesan cristianos. Este odio se expresa en la ocasión u oportunidad (momentum) del crimen: bien podrían haber cometido esos asesinatos sin saña, los mártires caminaban indefensos y libremente y se exponían a cada rato a la muerte; por eso pudieron ser asesinados sin grandes montajes ni aparatajes de seguridad. Con más discreción, podríamos decir. Pero los asesinos escogieron una oportunidad la saña, lo público, lo macabro; el generar terror, y con ello pretendieron matar la fe de un pueblo. Querían dar lecciones: aterrorizar a la gente, generar desesperanza, miedo. Y esta es una nueva forma de odium fidei.
Vista la situación de la Iglesia de El Salvador en perspectiva y en un tiempo medio, muy probablemente su mayor contribución a la Iglesia universal sean sus mártires. Dentro de ellos cabe destacar el haber dado a la Iglesia Universal como ofrenda viva a San Óscar Arnulfo Romero, obispo y mártir de la Iglesia Universal, a quien no pocos de los acá presentes Dios les concedió el privilegio y la gracia de conocer, ¡en la que yo mismo me incluyo! la vida de sus mártires ilumina nuestro peregrinar hacia el Padre y que nos indica cuál es el verdadero camino: ofrendar la vida, como nuestro Señor, por aquellos a quienes amamos y también por aquellos que nos odian.
Sabemos que el concepto canónico del mártir, como tal, es una creación de la tradición de la Iglesia y aplicable a una forma muy precisa de morir violentamente, por causa de la fe y de las costumbres cristianas, de manera libre y consciente, y que presupone el seguimiento de Jesús. El texto conocido como el Martirio de Policarpo lo expresa así: por “ser discípulo e imitador de Jesús".
Sin contradicción con el concepto canónico de mártir, las formas que adquiere el martirio hoy difieren de otras formas que tuvo en el pasado. Una de ellas, como ya he dicho, es el nuevo modo de manifestarse el odium fidei. Pero no solo eso. Nuestros mártires son seres humanos insertos en una realidad social, cercanos a los pobres: trabajaban, enseñaban en la universidad, pastoreaban comunidades rurales los fines de semana, jugaban frontón, iban a la playa, se enfadaban con sus superiores y con el provincial. No eran seres extraños a la realidad social. Pero eran compañeros que habían decidido seguir a Jesús y se mantuvieron fieles al llamado en medio de muchos vaivenes. No hay en ellos una fuga del mundo (fuga mundi), cómo pudo darse con legitimidad en el pasado. No eran ni los más comprometidos con los pobres, pero tampoco su compromiso era menor. No es cierto que el mártir sea una especie de vanguardia de la Iglesia. Esa es una imagen idílica del martirio. No eran seres angelicales; tenían una obediencia conflictiva al superior religioso y a la Iglesia; lo que Pedro Casaldáliga llamó rebelde fidelidad. En esto reside la grandeza del martirio: Dios nos llama desde lo que somos, no desde la nada ni desde un vacío social. Nos llama porque le seguimos y le seguimos porque nos llama.
Nuestros compañeros eran seres humanos, con todo lo que ello implica. Y en medio de esa condición fueron llamados para dar testimonio del amor mayor: dar la vida. O como dice el P. Jon Sobrino: no solo dar vida sino también dar la propia vida. Pero no se trata de dar vida y dar la propia vida buscando el martirio, sino dar vida, y si el Señor nos da el don, entonces se da la propia vida. No es válida la búsqueda del martirio, como queda reprobado en tantos documentos desde los Padres Apostólicos.[7] En este sentido, debemos leer lo que Jesús dice en el evangelio de San Juan –”nadie tiene amor más grande que el que da la vida [el alma, literalmente] por sus amigos” (Jn 15,13)– no como un llamado a la búsqueda del martirio, sino como una búsqueda de la vida; y en el querer dar vida puede surgir la muerte martirial. Esto es lo que sucedió con nuestros compañeros: no buscaron el martirio, buscaron la vida para el pueblo pobre. Y esta búsqueda les trajo la muerte martirial.
Debemos insistir en que nuestros compañeros mártires eran seres humanos, pecadores como nosotros, y en esto justo reside la grandeza de Dios: que los llamó para ser sus testigos. No porque ellos fueran grandes o por sus méritos, sino por la grandeza de Dios. Ante miles de fieles reunidos en la Plaza de San Pedro, el Santo Papa Francisco ha subrayado la realidad humana del martirio: “Hoy hay más mártires que al principio de la vida de la Iglesia y los mártires están por doquier. La Iglesia de hoy es rica en mártires, está irrigada por su sangre que es «semilla de nuevos cristianos»” citando a Tertuliano.[8] Y concluyó: “Los mártires no son santitos, sino hombres y mujeres de carne y hueso... Ellos son los verdaderos vencedores.”[9]
Aun cuando las razones objetivas del martirio puedan variar históricamente, en ello debe haber siempre algo esencial e invariable: una grave amenaza a la fe y a las costumbres cristianas y no a aspectos periféricos de las mismas y, en este sentido, debe haber una causa interna a la fe. No puede haber mártir ni martirio si no hay plena consciencia y libertad, de lo contrario, se trata de una víctima, pero no de un mártir que, por cierto, no es una víctima, sino alguien que enfrenta la muerte y la vence, pues tiene la convicción, de que tras su muerte se da su encuentro inmediato con Dios, mientras que otros aguardan el juicio final. Una buena síntesis de lo que quiero decir es lo que el P. Sobrino escribiera sobre el martirio hace algunos años:
Mártir es no sólo ni principalmente el que muere por Cristo sino el que muere como Jesús; mártir es no sólo ni principalmente el que muere por causa de Cristo, sino él que muere por la causa de Jesús. Martirio es, pues, … reproducción fiel de la muerte de Jesús.[10] Digamos también que la cruz de Jesús remite a las cruces existentes, pero que éstas, a su vez, remiten a la de Jesús…”[11]
El mártir enseña a la sociedad el valor inalienable de la dignidad humana y de la vida; y este valor el mártir enseña con su vida. Así surgió la veneración y el respeto al que daba su vida por amor a Cristo y al prójimo. Nuestros mártires se convirtieron en modelo de vida cristiana, la que fue recogida en la vida de los santos y de los mártires, que debía inspirar en los demás una vida ejemplar. En este sentido, el mártir educaba, y el mártir es un educador: inspira una vida radical y solidaria; eso son San Óscar Romero, Rutilio Grande y los jesuitas mártires de la UCA: nos enseñan cómo vivir una vida cristiana, solidaria; al servicio de nuestro Señor y de nuestros prójimos, y no la mediocridad consumerista a la que estamos ya habituados. El martirio y el mártir, en este aspecto, son parte de la nueva didaché o enseñanza que debemos impulsar. ¿Es posible recuperar hoy este valor educativo del martirio? Este es el reto a la UCA, a la Iglesia en El Salvador, XXX años del asesinato de nuestros compañeros, maestros y amigos.
San Salvador, 16.XI.2019
[1] Subsecretario, Sección Migrantes y Refugiados, Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, Roma. Para desarrollar algunas de las ideas sobre el martirio que aquí expongo, me he auxiliado de un estudio realizado por Prof. David López de la Universidad de El Salvador a Santa Ana. “Monseñor Romero, ¿mártir? Análisis del concepto mártir y sus implicaciones para la consideración del martirio de Monseñor Romero”. AKADEMOS no. 18, Revista de la Universidad Dr. José Matías Delgado. Antiguo Cuscatlán, El Salvador, 2013.
[2] En la historia y en la tradición de la Iglesia, no cualquiera es mártir; y tampoco se es mártir por accidente. A partir del Martirio de Policarpo y a lo largo de la segunda mitad del siglo II AD, por ejemplo, surge un claro paradigma teológico de lo que es el concepto de mártir y de martirio, y también de lo que no es. Se afirma que el mártir es discípulo y seguidor de Jesús y se subraya que su santidad cristiana y su recta confesión de la fe preceden su muerte martirial. El sacrificio de su vida debe ser “según el paradigma de Cristo” o según el Evangelio, como dice el Martirio de Policarpo. Así también, nuestros compañeros eran seguidores de Jesús antes de ser mártires.
[3] Cf. Rahner, K. (1983). Dimensiones del martirio. Concilium, Revista Internacional de Teología No. 183 (1983) 321-324.
[4] Documento Final, 16.
[5] http://w2.vatican.va/content/francesco/es/messages/pont-messages/2016/documents/papa-francesco_20160901_messaggio-giornata-cura-creato.html
[6] Cf. Anna F. Rowlands and Robert E. Czerny, "The eight works of mercy", 19.2.2018. https://www.thinkingfaith.org/articles/eight-works-mercy
[7] En el Martirio de San Policarpo y de San Cipriano se nos cuenta, por ejemplo, que ellos se escondieron y huyeron de la persecución. Trataron de evitar la muerte, pero el Señor permitió que los encontraran y por eso hoy los recordamos y los veneramos. De lo contrario, probablemente no formarían parte de nuestra memoria y veneración.
[8] Apologético, 50,13.
[9] Papa Francisco, Audiencia General, 25.9.2019. Cf. Diario 1, San Salvador, 25.9.2019.
[10] Jon Sobrino, Jesucristo liberador, San Salvador, 1991, p. 444.
[11] Ibid. p. 310.
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