A 30 años de los mártires de la UCA, El Salvador
Ciudad del Vaticano
El Salvador vivió una guerra interna. La violencia comenzó en 1980, año en el que se desató una represión generalizada. Especialistas dicen que la guerra comenzó con el asesinato de Monseñor Romero, el 24 de marzo de ese año. Tres años antes, había sido asesinado el padre jesuita Rutilio Grande.
Durante los 12 años de guerra civil (1980-1992) y en años previos, sacerdotes, religiosas y personas afines a la Iglesia Católica, fueron asesinados. Monseñor Ricardo Urioste, presidente de la Fundación Monseñor Romero, dijo que al menos 16 religiosos murieron violentamente en ese período. Todos ellos representan una generación de sacerdotes y religiosos comprometidos hasta la muerte con las causas de los pobres.
Levantando la voz
La UCA iba a cumplir veinticinco años de vida en 1990. El equipo de jesuitas que la dirigía era muy unido. Lograron hacer crecer la Universidad, siendo una de las más importantes en Centroamérica. En ella se encarnaba su amor y entrega.
Los jesuitas asesinados se habían destacado por promover una solución pacífica al conflicto armado salvadoreño y por denunciar las injusticias sociales hacia los grupos mayoritarios del país centroamericano. Por su liderazgo espiritual a favor del pueblo y su voz de denuncia, resultaban incómodos para el poder político y militar de la época.
El momento del martirio
La madrugada del 16 de noviembre de 1989, en medio de una ofensiva guerrillera sobre San Salvador, efectivos del ahora proscrito batallón Atlacatl asesinaron a los seis sacerdotes y a dos de sus colaboradoras, madre e hija, en el campus de la UCA. Fueron alrededor de 30 hombres los que atentaron contra la vida de todos ellos. Un acto que marcó por siempre a la UCA, al Salvador y al mundo entero.
Los mártires de la UCA
El padre César Jerez, que era provincial de los jesuitas centroamericanos a la época de los hechos, hizo una reflexión sobre los jesuitas: “Su afán no era ser promovidos ni dentro de la Iglesia ni dentro de la Compañía. Su afán era quedarse allí, trabajar allí, rendir allí. Se dedicaron a estudiar profundamente los mecanismos de la sociedad para entregarle después a los hombres y mujeres que forman la sociedad esos estudios, esos análisis, sus palabras, sus escritos. Trabajaron por la justicia, por la verdad, por la paz. Hombres de verdad ante Dios, ante los hermanos y ante sí mismos. Mártires: porque la historia de los mártires no es cosa del pasado. En Centroamérica sabemos lo cerca que está el martirio de los que de verdad luchan por la justicia”.
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