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Navegar con el viento de la Gracia. Testimonio de Mitsuhiro Tateishi

En Japón la población de cristianos apenas llega al uno por ciento. Sin embargo, esta religión ha dejado una profunda huella en la historia del país, especialmente en Nagasaki, donde fueron perseguidos y dieron lugar a lo que hoy llamamos “cristianos en clandestinidad, cristianos ocultos”.

Manuel Cubías – Ciudad del Vaticano

Hace un poco más de 450 años, llegó el jesuita san Francisco Javier a Japón y con él, el mensaje del Dios de la misericordia. Así nació una pequeña comunidad eclesial que llegó principalmente a la gente marginada y a los huérfanos. Esto fue para ellos una esperanza.

Los misioneros que llegaron no fueron muchos, pero, a pesar de ello, fueron capaces de transmitir el Evangelio a la gente. Muchos se adhirieron a la Confraternidad de la Misericordia y a la de Santa María. Ambas atendían a los pobres y educaban en la fe, especialmente en la devoción al Santísimo Sacramento. Estos dos elementos permitirán a la comunidad, durante la época de la persecución, mantenerse en la fe y sobrevivir.

Prohibición del cristianismo

Una de las razones por las que se prohibió el cristianismo fue el temor a que Portugal y España pudieran tomar posesión de Japón. Por esta razón, los cristianos eran considerados sus agentes y no fueron permitidos. A esta presunción, se unió la idea de que Japón tenía religiones y enseñanzas muy antiguas, las cuales, consideraban, eran ignoradas por la religión cristiana. El cristianismo fue prohibido y perseguido desde 1587 hasta 1873.

Cristianos en clandestinidad

El Papa Francisco visitó la ciudad de Nagasaki, y frente al monumento a los Mártires, afirmó: Vengo hasta este monumento dedicado a los mártires para encontrarme con estos santos hombres y mujeres, y quiero hacerlo con la pequeñez de aquel joven jesuita que venía de “los confines de la tierra”, y encontró una profunda fuente de inspiración y renovación en la historia de los primeros mártires japoneses. ¡No olvidemos el amor de su entrega! Que no sea una gloriosa reliquia de gestas pasadas, bien guardada y honrada en un museo, sino memoria y fuego vivo del alma de todo apostolado en esta tierra, capaz de renovar y encender siempre el celo evangelizador”.

Mitsuhiro Tateishi, desdendiente de los cristianos en clandestinidad

Mi nombre es Mitsuhiro Tateishi. Soy descendiente de los cristianos en clandestinidad. Trabajo para la Oficina de comunicación social salesiana y para la editorial salesiana Don Bosco Press en Tokio.

Mi padre nació en la isla de Ikitsuki de la prefectura de Nagasaki. Todavía hay muchos cristianos en clandestinidad en esta isla. Mis ancestros fueron bautizados hace 470 años cuando San Francisco llegó a Japón.

Durante la era Edo, los Shogun prohibieron a los cristianos y expulsaron a los extranjeros de Japón. Varios miles de cristianos fueron asesinados.

En la novela “silencio” de Shusaku Endo, de la que se ha hecho también una película, los cristianos que patearon una imagen sagrada no fueron asesinados. Mi familia eligió la manera de sobrevivir, para poder mantener una fe verdadera a los descendientes. No tuvieron sacerdotes durante 250 años, pero los cristianos mantuvieron su fe secretamente.

Mis ancestros se escondieron en la isla Kuroshima, lejos de la ciudad de Nagasaki. A finales del siglo XIX, en la época Meiji, se permitió a la gente creer en el cristianismo. En ese tiempo, mi bisabuelo fue enviado de Kuroshima a la isla Ikitsuki para reconstruir la Iglesia.

Fue muy difícil hacer que los cristianos clandestinos regresaran a la Iglesia Católica. La jerarquía en el período Edo eran estaba constituida así: samurái, granjeros, ingenieros, mercaderes, parias y cristianos.  Los cristianos fueron muy discriminados y pobres.

Los cristianos se ayudaban entre ellos y practicaban las enseñanzas del amor de Jesús. Por ejemplo, los líderes cristianos servían a los pobres, por eso, la gente respetaba a los líderes y creían en el cristianismo.

Esta primavera, visité por primera vez en treinta años la isla de Ikitsuki, el pueblo de mi padre. Desde nuestra casa, podíamos ver la iglesia católica y a lo lejos pudimos ver la pequeña isla donde muchos cristianos fueron martirizados. La gente todavía aprecia la isla y la llaman la “Isla Santa”.

Mi padre me dijo muchas veces, “No te dejo herencia, pero te doy la fe”. Estoy muy agradecido con mis ancestros que superaron dificultades y nos heredaron la fe durante 470 años.

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05 diciembre 2019, 11:25