2º domingo del tiempo ordinario: Jesús, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo
Amados hermanos y hermanas en Cristo:
Los textos que la liturgia nos propone en este segundo domingo del tiempo ordinario, en el umbral de la Semana de la Unidad de los Cristianos, nos revelan la figura de Cristo, el Cordero de Dios.
Difundidos en todo el mundo, procedentes de tantas culturas diferentes, los cristianos están unidos al Padre en el cuerpo de Cristo. Este Cristo del que Juan el Bautista da testimonio en la perícopa del evangelio tomado del primer capítulo de San Juan (Juan 1, 29-34). Cuando Juan vio que Jesús se acercaba a él, dijo a los que le seguían: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo". Esta afirmación anticipa y evoca la muerte expiatoria de Jesús al unir dos imágenes tradicionales; por un lado, la del siervo sufriente que asume los pecados de la multitud e, inocente, se ofrece como cordero; por otro lado, la del cordero pascual, símbolo de la redención de Israel.
El "he aquí" de Juan es por lo tanto y sobre todo un testimonio de revelación, de un Dios que asume la condición humana, exceptuando el pecado por el cual libera al mundo. Juan, el precursor, no lo conoció hasta que vio al Espíritu descender y morar en él en las aguas del Jordán. Por lo tanto, es Dios mismo quien se revela al hombre y le hace conocer la salvación. La llamada del Evangelio a nosotros de esta manera es dejar que nuestra mirada siga el gesto de Juan, mostrándonos al Cordero: el Hijo amado del Padre.
Sin embargo, este gesto de Juan siempre invita a cada uno a cuestionarse a sí mismo, preguntándose si su mirada es lo suficientemente clara para reconocer los signos de la presencia del Emmanuel. Sólo usando los ojos de la fe, esta fe recibida a través de nuestro bautismo, podemos reconocer y discernir verdaderamente la presencia del Cordero que camina con y entre nosotros.
Como nosotros, los oyentes de Juan estaban familiarizados con la expresión "Cordero de Dios", pero ciertamente no esperaban que el sacrificio de este Cordero fuera mucho más que simbólico y llevara al sacrificio de la cruz. Conocemos la expresión Cordero de Dios, la escuchamos en cada una de nuestras celebraciones eucarísticas, y pedimos al Señor que tenga misericordia de nosotros para que, comunicándonos a su cuerpo y a su sangre, recibamos de él la redención.
¿Pero nos preguntamos también sobre la misión que el Cordero de Dios nos da cuando lo recibimos en nuestras manos? En el idioma arameo que Jesús habló, la misma palabra se utiliza para designar al Cordero y al siervo. Somos, pues, siervos del Cordero, y como bien dice la conclusión de la primera lectura del libro de Isaías (Is 49, 3-6), el Señor nos hace la luz de las naciones, para que su salvación llegue hasta los confines de la tierra. En esta semana de unidad, no olvidemos la oración de Jesús por sus discípulos: "Que todos sean uno". Es esta unidad la que nos permite difundir el amor de Dios por todo el mundo.
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