El Día Mundial de la Tierra y nuestro compromiso con la Casa Común
Ciudad del Vaticano
Hace cincuenta años, el 22 de abril de 1970, tuvo lugar el primer Día de la Tierra. Unos 20 millones de ciudadanos estadounidenses salieron a las calles para protestar contra la ignorancia medioambiental y para demandar un mayor compromiso socio-ecológico con nuestro planeta. Desde el año 2009, el 22 de abril fue asumido como el Día Internacional de la Madre Tierra, por una resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
En este 50º aniversario del Día Mundial de la Tierra, el Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA, Fernando Chica Arellano, reflexiona sobre como en aquel 22 de abril de 1970 en las calles se movilizaron en torno al 10% de la población estadounidense de entonces. Hoy, cincuenta años después, buena parte de la población mundial vive en una situación de confinamiento obligatorio, debido a la pandemia. “Si entonces la temática se centraba en la contaminación del aire debido a los gases emitidos por el uso masivo del coche y al funcionamiento ineficiente e irresponsable de las industrias, en este año 2020 somos más conscientes de los retos del cambio climático y, sobre todo, vivimos con mucha intensidad los zarpazos de la amenaza de un virus que nos está lacerando sin piedad” se lee en su reflexión publicada en la página web de la Diócesis de Jaén (España).
El desbordamiento zoonótico
El Observador permanente explica que, más allá de lo coyuntural, “esta emergencia sanitaria está claramente demostrando que vivimos en un mundo global e interconectado” y menciona alguna de las teorías médicas que apuntan a que el Covid-19 tiene un origen animal, muy probablemente en murciélagos. “A través de un mecanismo conocido como transferencia o “desbordamiento zoonótico”, parece que el virus cruzó la barrera entre especies y afectó a seres humanos, tal vez a través de un huésped intermedio (por ejemplo, un animal doméstico o un animal silvestre domesticado)” asegura, y puntualiza que todo esto muestra “las estrechas relaciones entre la salud humana, animal y ambiental”.
Cada 4 meses emerge una nueva enfermedad infecciosa en los humanos
Además dice, de acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), “cada cuatro meses una nueva enfermedad infecciosa emerge en los humanos. De estas patologías, el 75% proviene de animales. También sabemos que diversas acciones humanas (como el cambio climático antropogénico, la deforestación, las modificaciones en el uso del suelo y sobre todo el creciente comercio ilegal de vida silvestre) pueden aumentar la transmisión de enfermedades infecciosas de animales a humanos (llamadas enfermedades zoonóticas)”.
Todo está conectado, también lo positivo
Ante este panorama, Fernando Chica nos invita a “escuchar al Papa Francisco y tomar en serio su vehemente aseveración de que “todo está conectado” (Laudato Si’, nn. 16, 91, 117, 138, 240)”. “En su Mensaje Urbi et Orbi del día de Pascua, el 12 de abril de 2020, el Santo Padre aludió al contagio del coronavirus y habló de la fuerza de la Resurrección del Señor en estos términos: “Es otro ‘contagio’, que se transmite de corazón a corazón, porque todo corazón humano espera esta Buena Noticia. Es el contagio de la esperanza: ‘¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!’”. Se propaga la enfermedad, se contagia el mal, es cierto, pero mucho más se contagia la vida, la esperanza, la solidaridad”.
Una Jornada Mundial que nos llama a formar parte de la Casa Común
“La celebración de esta jornada mundial dedicada a nuestra responsabilidad respecto a la tierra, en este tiempo de Pascua marcado por el flagelo del coronavirus, es una ocasión propicia para avivar nuestra conciencia de formar parte de la casa común; para que asumamos la vulnerabilidad que nos hace humanos y nos vincula con todos los demás seres de la Creación, para que escuchemos “tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (Laudato Si’, n. 49)” señala Mons. Fernando Chica.
En su reflexión, Chica hace hincapié en que esta jornada “nos invita a preguntarnos con sinceridad, a ponderar con urgencia y a analizar con rigor la situación actual por la que pasa nuestro planeta”, de hecho dice, “es el gran desafío al que tenemos que enfrentarnos con celeridad, lo cual ha de pasar por considerar los problemas referidos a la tutela del medio ambiente como un camino para incrementar en nosotros la apremiante necesidad moral de tejer nuestras relaciones con el precioso hilo de una solidaridad renovada, no solo entre naciones sino también entre individuos, ya que Dios ha dado los frutos de la tierra a todos los seres humanos, por lo que su uso implica una responsabilidad personal hacia la humanidad en su conjunto, particularmente hacia los menesterosos y hacia las generaciones futuras”.
Por último, considera “esencial” que cambiemos de rumbo, “transformando los criterios que actualmente nos rigen, a través de una mayor y más compartida aceptación del deber que todos tenemos de velar por la Creación”, pero ojo, se trata de una exigencia - puntualiza – “que nace no solo de factores ambientales, sino también por el escándalo de la miseria y del hambre en el mundo”.
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