Un capellán de un hospital de Canadá encuentra fuerza en su ministerio
Ciudad del Vaticano
Realizaba visitas a los pacientes cinco días a la semana. Ofrecía conversación, oración y los sacramentos como la Sagrada Comunión o la Unción de los enfermos, pero cuando estalló la emergencia sanitaria por COVID-19 tuvo que aprender en tiempo record el nuevo protocolo de salud mientras aún surgía información sobre el virus y el hospital se apresuraba a reaccionar. Estamos hablando del Capellán del Hospital St. Paul de la ciudad canadiense Vancouver, padre Víctor Fernandes. “Al principio no estaba realmente seguro, llevaba esa máscara, N95. Fue terrible en el sentido de que no se puede hablar demasiado y que la mascarilla está muy ajustada y no te sientes cómodo".
El Capellán del Hospital St. Paul explica para Bccatholic cómo fue la primera vez que visitó a un paciente con COVID-19: “Estaba lleno de ansiedad, tratando de seguir los procedimientos sanitarios adecuados y aprender a ungir al paciente sin riesgo de transmitir el virus a otros”. Describiendo los primeros días como caóticos, el padre Fernandes asegura que ahora todo esto es rutina y acoge con beneplácito el control diario de la temperatura en la entrada del hospital y puede "ponerse y quitarse" todo el equipo apropiado en cinco minutos.
El padre Fernandes ha estado con tres pacientes que padecen el nuevo virus. “Dos de ellos se han recuperado casi por completo, el tercero - relata – ha muerto”. Pero la muerte de este paciente con COVID-19 que había ungido lo golpeó igual que la muerte de cualquier paciente, porque – como asegura – trabaja en el hospital y está acostumbrado a este tipo de situaciones: “No es algo nuevo para nosotros. Los pacientes mueren, obviamente, debido a sus situaciones. No es solo COVID. Tenemos muchos otros casos, muchas otras situaciones. La gente se siente deprimida, sola. Algunos quieren morir, otros no".
Es una situación difícil de lidiar, pero asegura que saca la fuerza de su ministerio y de lo que sabe que Dios lo ha enviado a hacer: “Especialmente en esta situación de pandemia, estamos arriesgando nuestras vidas, pero tengo que hacerlo. Voy allí y al menos unjo a ese paciente, porque eso es lo que el ministerio está pidiendo. El valor viene del Señor. Él nos ha ungido. Nos ha llamado a hacer su trabajo. Ahí es donde está el coraje, pero humanamente hablando, no hubiera hecho esto. No es fácil".
A pesar de todo, destaca cuanto puede ser gratificante para un capellán ver a un paciente que parecía estar al borde de la muerte recuperándose rápidamente unos días más tarde. Igual de gratificante lo es poder ungir a esos enfermos, pues la Iglesia – concluye – “siempre está ahí para ellos".
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