Vivir el Evangelio y el Espíritu en la Iglesia
Entrevista de Silvina Pérez de L'Osservatore Romano
“Los países más vulnerables del mundo se enfrentan al dilema de morir de Covid-19 o morir de hambre o de enfermedades como el dengue, la malaria, etc. La comunidad internacional podría impedirlo con una hoja de ruta que pase por la ayuda, a las necesidades básicas, a la atención a la deuda, el comercio y los medicamentos y la solidaridad.
Para la Iglesia, la opción preferencial por los pobres no es estrategia, sino puro Evangelio y la misericordia es el marco, para encontrarnos con ellos”. Eso lo sabe muy bien el obispo argentino monseñor Eduardo H. García, de la diócesis de San Justo en Buenos Aires. En esta conversación con L’Osservatore Romano recorre los aspectos principales de la actual Pandemia desde una perspectiva de “testimonio de entrega generosa” por amor al que más sufre, que en su opinión permitirá que vuelvan a crecer “la fe y la comunión entre los fieles”.
Don Eduardo, ¿cómo ha percibido en este tiempo de confinamiento la acción de la Iglesia? ¿Qué debe hacer la Iglesia ante esta realidad?
La Iglesia tiene capital social muy relevante en nuestro país. Así lo demostró durante los peores años de la crisis económica y así lo sigue demostrando ahora a pie de calle con los afectados por el coronavirus. Desde el inicio del confinamiento, sacerdotes, religiosas y laicos han puesto en marcha cientos de iniciativas en todos los rincones del país. El objetivo es servir al bien común. En este tiempo más que nunca se aplican las palabras del Papa Francisco: “la iglesia como hospital de campaña”. Quizás porque miro la realidad desde mi diócesis ubicada en el partido de La Matanza donde, si bien los casos de coronavirus aún son pocos, tenemos que asumir y llevar adelante como se pueda los coletazos de la cuarentena en nuestras barriadas más vulnerables.
Teóricamente, ante el virus todos somos iguales, pero una vez que nos ha afectado, el coronavirus revela con crudeza las desigualdades y puede agravarlas: ancianos, pobres, discapacitados, personas frágiles entregadas a la soledad y a caminos desesperados. La Iglesia es sacramento. Es decir, signo eficaz y vivo de una realidad que actúa, que no se ve, pero, que se siente... Con esta certeza, hoy más que nunca, la Iglesia y los cristianos tenemos que dar el testimonio de entrega generosa por amor al que más sufre, creando ambientes de calma, servicio y esperanza.
Tras la flexibilización de la cuarentena en algunos países, se encendió el debate sobre la reapertura de las iglesias para ceremonias con público. ¿Cree que hay un riesgo de que esta situación pueda cercenar libertades fundamentales de los católicos y de la Iglesia misma?
Me hizo ruido, mucho ruido que en estos días circulara un video dirigido a nosotros, los obispos, con la frase “devuélvannos la Misa”. De un día para el otro, ruidosas corrientes políticas o religiosas que insisten en acelerar el desconfinamiento, nos han querido meter dentro de una coyuntura de conflicto como si fuéramos una Iglesia perseguida, situación que ha ocurrido y sigue ocurriendo bajo otros sistemas políticos en varias partes de mundo. Pero no en nuestro país. Creo que hay tantos profetas de calamidades, hay tantos que confunden la conversión pastoral y misionera con el relativismo moral, de la verdad. Esto es muy simple, prevenir el contagio es una responsabilidad ciudadana y cristiana. Y lo que justamente los obispos estamos haciendo es cumplir con la Ley de Dios, que en su quinto mandamiento nos manda guardar, promover y defender la vida, preservarla, simplemente eso es lo que estamos haciendo.
Creo que de muy poco servirá la reapertura gradual de los templos si no hay una reapertura radical de la Iglesia de cara a la realidad, debemos hacer un salto de calidad de la Iglesia fiel a los sacramentos (poseedora de la verdad y depositaria de la salvación) a una Iglesia del Evangelio y del Espíritu, la de una comunidad en camino. Soy consciente que esto requiere un cambio de rumbo importante para gran parte de la iglesia Católica.
Lo que define a un cristiano no es el ser virtuoso u observante, sino el vivir confiando en un Dios cercano por el que se siente amado sin condiciones y que prometió su presencia siempre. No debemos olvidar nunca el deber de atención espiritual y material a los enfermos, a los ancianos, a los pobres, a los niños y a las personas vulnerables que son la máxima preocupación de la Iglesia.
Hay una rápida adaptación de los fieles a la tecnología en la Iglesia y a una masiva participación espiritual en estos días de confinamiento por el Covid-19. ¿Podemos hablar de una nueva liturgia doméstica favorecida por esta situación?
Las muchas maneras de encuentros religiosos en las redes sociales y los medios de comunicación como la televisión y la radio han obrado como antiparalizantes ante la pandemia y la fiesta grande que representa en los fieles la Semana Santa. Claro que faltó la comunidad, el estar juntos. Pero hoy por hoy, hay millones de casas en las que las familias siguen las ceremonias del Papa en la televisión, la radio y en las redes sociales y eso ha sido un consuelo para Francisco. ¡Con el resultado de que hemos pasado a tener iglesias domésticas en todas partes! pero no quisiera que se pensara que una liturgia virtual puede ser suficiente para favorecer el encuentro con las personas. Creo mucho en construir comunidades. La revolución digital, que ya es evidentemente una revolución antropológica genera un lazo muy superficial, muy rápido. Nosotros, la Iglesia tenemos que construir lazos que estén más llenos de vida, no en competición con lo digital, pero que se conviertan en cariño y amor. Ese es el desafío. Construir comunidades, no grupos de WhatsApp, de relación verdadera entre los hombres.
¿Cree que hay que volver a la vida eucarística inmediatamente?
Creo firmemente en el Señor presente en la Eucaristía, centro y culmen de la vida cristiana, pero la Eucaristía en la vida de un cristiano no debe jamás convertirse en una especie de self service de la gracia. Si es cierto que no hay Iglesia sin la Eucaristía, es igualmente cierto que no hay Eucaristía sin una iglesia. Es evidente que estamos deseando poder volver a los templos y rezar juntos, escuchar juntos la Palabra de Dios y alabar juntos al Señor. Ojalá sea pronto. Pero la reapertura de los templos se realizará cuando las circunstancias lo permitan.
¿Qué ha cambiado para usted en estas semanas de pandemia?
Se ha incrementado mucho nuestra presencia en la comunidad. Los comedores sociales que ya funcionaban también se han tenido que reinventar y entre las muchas tareas que llevan a cabo estos días hay una nueva, la de repartir comida entre las personas sin hogar. En la zona de mi diócesis estamos repartiendo más de 20.000 comidas (eran 9000 al principio de la pandemia); incluso así no alcanzan los insumos para cocinar todos los días. Recibimos todos los días 100 personas más que el día anterior.
La respuesta de muchos que se acercan a buscar comida durante el aislamiento que no se puede cumplir a rajatabla es: “no sé si me va a agarrar el coronavirus, pero si no como seguro que me muero por hambre”. Y ahí aparece el otro gran tema de nuestros barrios: no hay dónde cumplir con el aislamiento necesario para evitar los contagios. No siempre las casas son el mejor lugar por el hacinamiento, la falta de higiene… Hemos abierto hogares improvisados para los “sin techo” de modo que mínimamente puedan aislarse: vienen creciendo de 1 en 100. Me animo a proyectar que dejarán de ser momentáneos porque, una vez pasada la pandemia, no los vamos a devolver a la calle. En general, trato de dar esperanza, de estar presente, de estar cerca de los necesitados. Todos deberíamos hacerlo.
¿Qué aprenderemos de esta emergencia?
Es muy difícil decirlo, porque a veces en el mal los humanos se convierten en mejores personas y no aprenden nada, permaneciendo en su somnolencia y necedad. Pero también puede ser una oportunidad para comprender que no podíamos seguir así, con este individualismo, en esta situación en la que solo valen los propios se derechos de libertad sin pensar en los demás. En resumen, somos una comunidad y debemos hacer cosas juntos, porque la calidad de vida depende solo de saber cómo vivir juntos y no aislados.
Gracias por haber leído este artículo. Si desea mantenerse actualizado, suscríbase al boletín pulsando aquí