“¿Qué quieres de mí, Señor? Que recuperemos la vista en medio de esta pandemia
Ciudad del Vaticano
El ciego Bartimeo es una presencia que apenas aparece en los relatos del Evangelio, su paso por ellos es aparentemente fugaz, y quizás para algunos sea un sujeto insignificante. Sin embargo, por algún motivo que no comprendo bien, o quizás no quiero asumir enteramente, ha sido una presencia determinante en mi vida en los últimos años. Casi podría decir que no puedo entender mi experiencia de fe y de seguimiento de Jesús sin pasar por este personaje y su encuentro con Cristo.
Hoy, en los tiempos de pandemia en los que toda nuestra vida, y el contenido y sentido de lo cotidiano de ella, han sido confrontados y azotados, siento que podemos mirar a este olvidado Bartimeo para descubrir con él y en él las lecciones más profundas que nos ayuden a caminar por esta crisis sin precedentes, y salir adelante, porque: el ciego Bartimeo soy yo, eres tú, somos todos.
Su ceguera es nuestra ceguera
“… Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino” Mc. 10, 46
Si algo es evidente e incuestionable para el corazón que se deja tocar, es que esta pandemia nos ha hecho conscientes de nuestra fragilidad y de nuestras enormes equivocaciones acerca del modo en que hemos decidido vivir como sociedades. Nos damos cuenta del fracaso en las relaciones de unos con otros, es decir, en esta pandemia constatamos lo tremendamente ciegos que habíamos estado… y seguimos estando.
La predominante “cultura del descarte”, en la que la lógica de la dominación (del usa y tira) se ha aplicado para todo, incluso para las relaciones humanas, nos ha llevado al quebranto existencial, al punto de no retorno en el equilibrio ecosistémico, a la ruptura de la fraternidad y al vacío espiritual. Hoy es tiempo de asumir lo perdidos que hemos estado en muchos sentidos, como mendigos sin rumbo y sin un sitio de referencia en el cual vivir. Antes de esta pandemia nos encontrábamos ya de tantas maneras prácticamente sin cimientos. Frente a ello, el primer paso es reconocer y asumir esta crisis, y quizás a partir de esto podamos comenzar a buscar una nueva luz.
Grito por encontrar al Señor
Su implacable e irrefrenable grito por encontrar al Señor, es también nuestro grito desesperado en esta pandemia.
“Cuando se enteró de que era Jesús de Nazaret quien pasaba se puso a gritar: ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! Muchos lo reprendían para que se callara. Pero él gritaba todavía más fuerte” Mc. 10, 47-48
El grito de Bartimeo representa el grito de toda esta generación. Es el grito de la humanidad toda que gime con dolores de parto ante la incertidumbre de esta pandemia. Es un llamado exaltado para pedir compasión, es decir, que otros puedan sentir lo que nosotros estamos sintiendo y así acortar distancias para sabernos genuinamente acompañados en este dolor. Es la búsqueda de un nuevo modo de relacionarnos; uno en el que lo que predomine sea el sentido de misericordia, de tener un corazón capaz de abrazar lo que los otros están viviendo. Y para los creyentes es con Jesús con quien podemos experimentar la otredad en su mayor plenitud. Es decir, Él es la vía para poder superar las tantas fuerzas que reprimen, que silencian, que manipulan para evitar y matar el encuentro. De Él nos viene la fuerza para gritar más fuerte ante esta pandemia, para allanar el camino hacia una verdaderamente nueva cultura del encuentro.
Ponte de pie. Abandónalo todo
Su decisión de ponerse en pie, abandonándolo todo, es la invitación esencial que nos hace Dios el día de hoy en esta crisis.
“Jesús se detuvo y dijo: Llámenlo. Llamaron entonces al ciego, diciéndole: Ánimo, levántate, que te llama. Él, arrojando su manto, se levanto rápidamente y se acercó a Jesús” Mc. 10, 49-50
Por más difícil que parezca la situación actual en esta pandemia, estamos invitados como humanidad a reconocer nuestras fuerzas internas, a redescubrir las reservas de vida, espiritualidad y sentido que no pueden apagarse o agotarse por más compleja que sea la situación. Cuando la vida llama, y en esta crisis vemos innumerables expresiones de una vida que invita a ir contracorriente del sinsentido, somos capaces de ponernos de pie a pesar de nuestro quebranto, y emprender un nuevo camino. Es el Dios de la esperanza, en el camino de Jesús para los que tenemos fe, quien nos impulsa a crear posibilidades de vida en medio de esta crisis.
Ahora es momento de abandonar todo lo que ha sido nuestra aparente seguridad, sea material o espiritual, para encontrar lo verdadero de nosotros, lo verdadero de los otros, y lo que es verdad en la revelación de Dios. Con esta pandemia tantas cosas han cambiado en un plazo de algo más de un par de meses, y muchas cosas nunca deberían volver a ser igual. ¿Qué superflua seguridad, la cual pensaba era esencial, debo abandonar en este momento siguiendo el ejemplo de Bartimeo al lanzar esa manta que era posiblemente su única pertenencia, para disponerme a lo verdaderamente nuevo?
Reconocer que necesito ser transformado
Reconocer la necesidad de ser transformado, sabiendo que solo Dios puede devolverle la vista, es el mismo imperativo que vivimos hoy para discernir el modo en que hemos de vivir a partir de ahora.
“Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: Maestro, que recupere la vista” Mc. 10, 51
La vida nos da una oportunidad inédita para repensar nuestro futuro desde los cimientos de nuestro ser. Es momento de reconocer las raíces genuinas de nuestra existencia como humanos miembros de este hermoso mundo, e identificar lo que realmente da sentido a nuestras vidas, separándolo de lo efímero y pasajero. El discernimiento será el nuevo modo de vivir y de ser, o de lo contrario toda esta indeseable pandemia habrá sido en vano. Es tiempo de caminar día con día con la pregunta ¿qué quiere Dios de mí y en qué quiere que me gaste la vida a partir de ahora?
Recuperar la vista hoy es recuperar la capacidad de misterio, de alteridad, y de tejer Reino. Cuando Jesús nos pregunta ahora a todos y cada uno-a, igual que a Bartimeo: ¿qué quieres que haga por ti?, lo que está en juego es el futuro mismo. ¿Qué respondemos ante esta pregunta? ¿Somos capaces de asumir lo que implica poder ver un horizonte más allá de esta crisis?
Jesús, presencia que redime
Jesús es presencia que redime, que abraza nuestra condición rota sin juicio, y nos envía a dar razón de nuestra esperanza mirándolo todo con nuevos ojos.
“Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y al momento recuperó la vista y lo seguía por el camino” Mc. 10, 52
Para los creyentes, solo en el abandono absoluto en el Señor será posible hacer parte del nuevo mundo que debemos tejer y construir desde hoy, incluso con nuestras tantas fragilidades. Un mundo que renace y debe ser recreado sobre las ruinas y el dolor de esta pandemia, y sobre el pecado estructural preexistente que ella ha develado, para honrar la vida de todos los hermanos y hermanas que han quedado por el camino de manera inesperada -y tantas veces prematura (y los tantos más que lamentablemente todavía verán su luz apagada en los tiempos por venir). Esas muertes cotidianas por nuestra incapacidad de ser hermanos-as, las de la presente pandemia y las provocadas por las tantas formas de injusticia, han de ser asumidas como fuente de posibilidad para cambiar radicalmente el interior y el exterior. Una verdadera “metanoia”.
Jesús nos redime en medio de esta crisis y nos concede una vez más la posibilidad de emprender rutas inéditas hacia el Reino. Nos invita a seguirlo por el camino, aunque parezca que es de noche y sintamos ya el abrumador cansancio de cargar esta pesada cruz, pues sabemos que habrá de quedarse con nosotros y que lo reconoceremos al partir el pan de vida, un pan que nos habrá de llevar a superar esta pandemia.
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