XVIII Domingo del Tiempo Ordinario. La multiplicación de los panes
¿Cuál es tu reacción cuando te enteras de la muerte de un amigo, de un ser querido?
¿Qué pasaría si, en pleno luto, te buscan porque necesitan algo de ti?
El Evangelio de este Domingo inicia en el momento en el cual Jesús se entera de la muerte de Juan el Bautista. ¿Cuál es la reacción de Jesús? Probablemente lo que cualquiera de nosotros haría en un primer momento; alejarnos, pedir estar a solas, pedir privacidad o, posiblemente, entrar en oración. Y esto es precisamente lo que hace Jesús al enterarse de la muerte de Juan; se sube a una barca y se va a un lugar apartado y solitario.
Si tomamos en consideración otros textos en los cuales Jesús se retira, veremos que es para ponerse en oración. En este momento de tristeza, tal y como hace en otros acontecimientos importantes como el bautismo, transfiguración y pasión, Jesús no corta la comunicación con el Padre. No maldice y no reclama. Se pone en oración y dialoga con el Dios de la Vida, con el Padre misericordioso.
Ahora bien. Lo que deseo resaltar en esta reflexión, es la reacción de Jesús cuando al desembarcar, encuentra a una multitud de personas que lo seguían, que lo esperaban. Notemos el cambio en el ambiente; Jesús se retira porque quiere estar solo. La multitud, sabiendo del deseo de su maestro, de no querer ser molestado en este momento triste, lo sigue y lo busca. Me atrevo a decir que a la multitud no le importó el sufrimiento de Jesús.
El texto dice que muchos de esa multitud estaban enfermos o que padecían algún tipo de dolor. En cierto sentido, lo más importante de este Evangelio no es la actitud de la multitud, sino la reacción misericordiosa de Jesús, quién es capaz de abandonar su tristeza y poner en primer lugar el sufrimiento de los que le siguen. Veamos que este elemento puede iluminar nuestra vida, porque cuando enfrentamos momentos difíciles a nadie se le ocurre molestarnos. Es más, si estamos de luto o pasando un problema grande, lo normal sería tildar de irrespetuoso al que nos busca.
El Evangelio sigue hablándonos de nuestro Maestro Jesús, quien, en lugar de regañar a la multitud, se compadece de ellos, los cura, bendice los alimentos y los reparte. Todos quedan saciados. Todos quedan curados.
Y en este contexto, se realiza esta multiplicación de los panes, la cual nos recuerdan todos los evangelios con los mismos gestos; toma el pan, eleva los ojos al cielo, los bendice, parte y reparte el pan. Lo mismo hace Jesús en la última cena; a pesar del cansancio y de sentir la incomprensión de sus discípulos, se entrega sin reservas, da todo lo que tiene y todo lo que es.
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