Padre Chisholm: Misioneras asesinadas, mártires de la cotidianidad
Renato Martinez – Ciudad del Vaticano
“Las hermanas murieron haciendo lo más sencillo, acompañar a los pobres, a los humildes y a veces el martirio se viste, se presenta, en una cotidianeidad que nunca se espera”, lo afirma el Padre Gregorio Chisholm, misionero canadiense que desde hace 42 años realiza su obra de evangelización en Pucallpa, en la amazonia del Perú, comentando el asesinato de las misioneras americanas en El Salvador, acaecido un 2 de diciembre de 1980.
Padre Gregorio, usted hace 40 años atrás se encontraba en El Salvador, ¿Nos podría narrar los sucesos y los hechos del asesinato de las misioneras americanas? ¿Cuál es su impresión como testigo ocular de los hechos?
R.- Un saludo muy especial a todos los radio oyentes de Radio Vaticana, especialmente de la lengua española, aquí desde Pucallpa, en la zona amazónica del Perú, les saluda con mucho cariño el Padre Gregorio Chisholm, canadiense, que desde hace 42 años me encuentro aquí en el Perú.
Por pura casualidad estaba en San Salvador la noche en que fueron asesinadas las religiosas americanas; dos hermanas de Maryknoll, Ita Ford y Maura Clarke; una Ursulina, Dorothy Kazel y la laica Jean Donovan, mujeres impresionantes por su compromiso, por su alegría al servicio de los pobres.
Una delegación canadiense en El Salvador
Nosotros fuimos a El Salvador como una delegación canadiense a la Misa – funeral de los dirigentes del FDR (Frente Democrático Revolucionario), que al día siguiente fueron enterrados en la Catedral de San Salvador. Cuando llegamos por la tarde, había un ambiente muy tenso en el aeropuerto, había muchos problemas en pasar por aduanas y migraciones, y saliendo de aduanas nos encontramos con las dos hermanas Ursulinas, Dorothy y Jean, que esperaban a Ita y Maura, que llegaban dentro de muy poco tiempo de Nicaragua en otro vuelo. Estaba con nosotros una americana que nos acompañaba por casualidad, que quería quedarse con las hermanas, pero ellas dijeron no, no, estamos bajo mucha presión, muchas amenazas, mejor que se vaya con los canadienses.
La intervención de los paramilitares
Así que al salir del aeropuerto, era una noche muy oscura, y de ahí a pocos minutos en un sector sumamente oscuro, de repente de una zanja, al costado de la pista, salieron cuatro personas muy fuertemente armadas y nos pararon de una manera muy brusca preguntando si éramos americanos y americanas. El que nos acompañaba, el secretario de Monseñor Rivera y Damas, era el Administrador Apostólico de la Diócesis, dijo claramente que no, que éramos todos canadienses y con una manera muy brusca nos revisaron y efectivamente al constatar de que éramos de verdad canadienses, en ese momento nos dijeron de irnos de ese lugar, no queremos verlos más.
El asesinato de las misioneras americanas
Justamente en ese punto, más o menos 45 minutos más tarde, pararon a las hermanas de Maryknoll que habían llegado y las dos Ursulinas y lamentablemente las secuestraron, las violaron y les metieron una bala en la cabeza de cada una. Algunos preguntaron, quienes fueron los que han matado a las hermanas, pero nosotros podemos decir que nos parece obvio de que hayan sido los hombres de la guardia o de la Fuerza Armada salvadoreña, que nos habían parado a nosotros, no nos cabe la más mínima duda de que fueron los militares los que han asesinado a las hermanas ahí.
¿Qué testimonio de fe nos han dejado estas Misioneras con su muerte? ¿Cuál es el mensaje que nos deja este hecho para hoy?
R.- Bueno, cuál es el testimonio de fe que podemos aprender de este hecho tan trágico que celebramos hoy día, 40 años que dos religiosas de Maryknoll y una religiosa Ursulina y una laica misionera de las Ursulinas dieron su vida en una cotidianidad de conflictos, de muchos problemas, pero un testimonio de mucha alegría. Nos contaron luego de la alegría de estas mujeres, especialmente nos contaba Roberto White, quien era el Embajador americano en ese entonces, que nos había acompañado al aeropuerto al día siguiente, cuando llegamos al aeropuerto él recibió una llamada telefónica que decía que se habían encontrado los cadáveres de las hermanas y se fue inmediatamente a rescatar los cadáveres.
¿Cuál es el testimonio de fe?
De que aún frente a las amenazas, que eran muchas, estas mujeres decidieron acompañar a su pueblo, muy particularmente a los desplazados, a los refugiados internos, que por cuestiones de guerra no tenían ni dónde descansar la cabeza y ellas les acompañaban tanto en la ayuda sanitaria, la ayuda alimenticia, la ayuda espiritual.
Que tremendo, que insensible fue el comentario de la entonces Embajadora de los Estados Unidos ante las Naciones Unidas, que acusaba a estas maravillosas mujeres, de ser mujeres más políticas que religiosas, que lejos de la verdad era todo esto que decía esta persona.
Son mártires de la cotidianeidad
Estaban haciendo lo más sencillo, acompañar a los pobres, a los humildes y a veces el martirio se viste, se presenta, en una cotidianeidad que nunca se esperaba, ellas dieron sus vidas sin saber que iban a dar la vida física, pero son mártires, en el sentido que son testigos, primero a los pobres, testigos de fe, de fuerza y de resistencia y de ir en contra corriente qué es a veces la crítica y la amenaza y acompañar a los más pobres. Pero son mártires que cuestionan también los poderes de los grandes, por ejemplo, al Secretario de Estado Americano recién que iba a tomar posesión, muy frívolamente, sin base decía que de repente fueron asesinadas en una batida, cuando los pararon en la pista y en un intercambio de fuego, que absurdo, son mártires porque cuestionan el poder, el poder de los Estados Unidos en este caso y de los militares salvadoreños que, para mantenerse en el poder estaban dispuestos a asesinar y a violar los derechos más elementales de los pobres, son mártires porque son testigos, son mártires porque nos hablan de alegría, de amor, de entrega, aún en tiempos difíciles.
Un ejemplo que ilumina nuestros días
Esta perspectiva es muy importante hoy en día, cuántas personas se encuentran en situaciones difíciles, en situaciones de conflicto, podemos mirar la situación de Siria en los refugiados, podemos mirar las víctimas de la pandemia aquí en América Latina, cuántos millones más pobres, humildes, desocupados, los testigos y las testigas de la verdad que están trabajando en los comedores populares, en creación de nuevos métodos de trabajo, de ingresos, es una alegría ver hombres y mujeres trabajando en y desde la fe tratando de mejorar la vida de nuestro pueblo hoy también que ha sufrido y está sufriendo, está gran pandemia que realmente está dejando secuelas muy difíciles. Ver los grupos de escucha, los grupos de apoyo en el momento de duelo, los grupos que acompañan a los más vulnerables, que son los ancianos en centros de acogida o en los niños que están en los comedores populares.
Han amado más la vida de los demás
Dios es grande, en nuestro y en este momento de Adviento decimos con absoluta certeza, que Dios vive y viene a regalarse en nuestro pueblo. Hay una pequeña película sobre Jean Donovan y las otras tres religiosas, sobre su martirio, que se llama “Rosas en diciembre”. Los que viven en los pueblos nórdicos, especialmente Estados Unidos, Canadá, Italia etc., saben que no hay rosas en diciembre, pero si, estas mujeres son como rosas en diciembre, que nos hace recordar que es posible que brote la vida aún en momentos difíciles de supuesta muerte, y que son mártires porque han amado más la vida de los demás, que su propia vida.
Entonces, saludamos hoy, a los 40 años de la muerte de estas grandes mujeres y le decimos gracias por su testimonio y gracias por las mujeres y los hombres, especialmente de Guatemala, Honduras, El Salvador, que tantos centenares han dado su vida por el Evangelio en los años 80, especialmente en la guerra civil, en esos pueblos, que Dios vive y es a los pobres de este mundo que Él revela el secreto del Reino, que Dios nunca abandona su pueblo y que Adviento es más que una temporada de grandes esperanzas.
Los anticuerpos a la pandemia son la solidaridad
A ese hermoso querido pueblo, el Pulgarcito de América, de El Salvador, el pueblo de San Óscar Romero, el pueblo de tantos mártires, tantos hombres y mujeres testigos y mártires de la verdad, en ese pueblo que sigue luchando por su libertad, que Dios los bendiga a todos nuestros queridos “guanacos” como le decimos con tanto cariño, que Dios bendiga El Salvador y a todo su pueblo y que en este tiempo de la pandemia que sea como el Santo Padre ha pedido los anticuerpos de la pandemia, serán siempre los actos de solidaridad, de cariño, de respeto mutuo y lucha por la vida.
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