Tercer domingo de Adviento. “Una voz grita en el desierto”
En otros evangelios y en los Hechos de los Apóstoles, encontramos noticias de la fama de Juan el Bautista (Hch 19,3; Mt 3,5), conocido por muchos en Palestina y en toda Asia Menor. Es evidente que Juan el
Bautista congregaba en torno a su predicación y su bautismo de conversión a una gran multitud de personas.
Debido a esta fama, es que el Evangelio de este tercer domingo de Adviento pretende describir el lugar que ocupa dentro del plan de Dios. Es interesante que son los judíos, representados por los sacerdotes, levitas y fariseos, los que tienen dificultad en comprender la misión e identidad de Juan el Bautista. Están confundidos y por ello le preguntan en repetidas ocasiones quién es, cómo se presenta y por qué bautiza.
Lo importante de estas preguntas, es la claridad con la cual responde. Juan el Bautista sabe quién es y
cuál es su lugar en el Plan de Dios. Notemos que las primeras respuestas son en negativo, enfatizando quién no es.
El Bautista no se auto exalta ni se alaba por cuenta propia. No aprovecha la confusión para crecer en fama. Por ello los que le rodean están confundidos. ¿Cómo es posible que alguien aclamado y buscado ceda su lugar a alguien más? Juan el Bautista, en una nueva lección de humildad evangélica, cumple con su misión sin apoderarse de ella (Jn 1,27;3,30). Predica sin apropiarse del mensaje. Se presenta como la
voz que grita en el desierto, como aquel que prepara el camino a alguien de quien no se considera digno de desatarle las correas de sus sandalias.
Al igual que a los discípulos, también a nosotros se nos dificulta cumplir con humildad y sencillez nuestra misión dentro del proyecto de Dios. Nos confunde la fama y el poder, y cambiamos el Evangelio por
aplausos y venias inmerecidas. Contemplemos a Juan el Bautista y escuchemos a esa voz que grita en el desierto.
En otros evangelios y en los Hechos de los Apóstoles, encontramos noticias de la fama de Juan el Bautista (Hch 19,3; Mt 3,5), conocido por muchos en Palestina y en toda Asia Menor. Es evidente que Juan el
Bautista congregaba en torno a su predicación y su bautismo de conversión a una gran multitud de personas.
Debido a esta fama, es que el Evangelio de este tercer domingo de Adviento pretende describir el lugar que ocupa dentro del plan de Dios. Es interesante que son los judíos, representados por los sacerdotes, levitas y fariseos, los que tienen dificultad en comprender la misión e identidad de Juan el Bautista. Están confundidos y por ello le preguntan en repetidas ocasiones quién es, cómo se presenta y por qué bautiza.
Lo importante de estas preguntas, es la claridad con la cual responde. Juan el Bautista sabe quién es y
cuál es su lugar en el Plan de Dios. Notemos que las primeras respuestas son en negativo, enfatizando quién no es.
El Bautista no se auto exalta ni se alaba por cuenta propia. No aprovecha la confusión para crecer en fama. Por ello los que le rodean están confundidos. ¿Cómo es posible que alguien aclamado y buscado ceda su lugar a alguien más? Juan el Bautista, en una nueva lección de humildad evangélica, cumple con su misión sin apoderarse de ella (Jn 1,27;3,30). Predica sin apropiarse del mensaje. Se presenta como la
voz que grita en el desierto, como aquel que prepara el camino a alguien de quien no se considera digno de desatarle las correas de sus sandalias.
Al igual que a los discípulos, también a nosotros se nos dificulta cumplir con humildad y sencillez nuestra misión dentro del proyecto de Dios. Nos confunde la fama y el poder, y cambiamos el Evangelio por
aplausos y venias inmerecidas. Contemplemos a Juan el Bautista y escuchemos a esa voz que grita en el desierto.
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