Hacinamiento, epidemias y violencia en las cárceles de Honduras
Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano
La Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos han expresado reiteradamente su preocupación por el hacinamiento, los contagios y la violencia en las cárceles de Honduras.
Antes que llegara la pandemia, las cárceles han estado desde siempre super pobladas de reclusos, creando una situación de tensión y extrema violencia. En medio del hacinamiento, existen deficiencias estructurales en materia de salud y seguridad, si se considera que hay poco personal médico y los que hay son generales. Muchos de los presos están en condiciones precarias de salud, afectados entre otras enfermedades, por la tuberculosis. A estas condiciones: violencia y enfermos, se agrega el alto riesgo de contagios por el Covid. Y después del paso de los huracanes Eta y Iota sobre el país, ha aumentado el riesgo de contraer el dengue y la malaria.
Con la pandemia, el gobierno ha buscado aliviar el hacinamiento penitenciario con un decreto en el que puso en libertad a mil 263 presos que estaban cumpliendo años de prisión preventiva.El decreto hizo “una revisión obligatoria de las medidas cautelares de prisión preventiva en el caso de personas que tengan una enfermedad de base que las ponga en mayor riesgo frente al COVID-19, con miras a la aplicación de medidas no privativas de la libertad”. Una medida mínima, para el desborde existente de presos en las celdas.
El Padre Agustín Lara, mexicano de la Orden de la Merced, capellán de la Pastoral Penitenciaria a nivel de la Arquidiócesis de Tegucigalpa, informó a Vatican News que en Honduras hay cerca de 25 centros penitenciarios, y junto al presidente de la Conferencia Episcopal de Honduras, Monseñor Angel Garachana, siguen la realidad penitenciaria a nivel nacional.
Su labor hasta que llegó la pandemia, fue ayudar a los presos en su formación educacional, y en el aprendizaje de algún trabajo manual, como la manufactura de cojines, en las cárceles femeninas, trabajos en artesanías, carpintería entre otros. También tenía horas de relajación con juegos, entre éstos los de pelota.
Desde marzo, como afirma el sacerdote, no pueden entrar fácilmente en las cárceles, así que decidieron colaborar con la elaboración de cubrebocas, y el envío de algunos artículos de primera necesidad. O sino consiguiendo las mascarillas. Desde lejos, el capellán, evangeliza, lleva la Palabra de Dios, rezan por ellos.
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