Del amor por la tierra al respeto por toda la creación
Marina Tomarro – Ciudad del Vaticano
Una asociación que nació hace muchos años, incluso a principios del siglo XX, y que nunca termina, sino que se renueva y evoluciona hasta hacerse más fuerte y grande, echando raíces profundas y duraderas. La historia de la empresa Fornovecchino de Montefiascone, en la provincia de Viterbo, nace de un profundo amor por la tierra, el que impulsó a su fundador, Claudio Pagliaccia, a ponerse en juego para redescubrir los orígenes rurales de su gran familia.
Nutrir por amor
“Nosotros – relata Claudio – somos agricultores desde hace generaciones: "Mi bisabuelo tenía una enorme parcela que visitaba a caballo, luego esas muchas hectáreas se fueron reduciendo y subdividiendo, pasando de padres a hijos, hasta que llegó mi padre. Pero se había convertido en una parcela demasiado pequeña para pensar en ganarse la vida trabajando la tierra, hasta el punto de que había renunciado a ella. Fuimos nosotros, los hijos, los que deseamos firmemente esta vuelta a nuestros orígenes". Claudio decidió entonces ir un paso más allá que sus hermanos. No sólo cultivará la tierra, sino que transformará lo que nace en un producto que alimente con amor al prójimo.
Una agricultura más consciente
"En 1994 – continúa Pagliaccia – ya había fundado la empresa, pero decidí dar un paso más y convertirla en una granja ecológica. A partir de ese momento, empecé a ver los efectos positivos de este tipo de agricultura diferente, de lo que ocurre cuando se eliminan los productos químicos. A partir de ahí también inicié un camino de divulgación, para ser un ejemplo para otros agricultores. Porque si no hacemos una agricultura que podamos definir como sostenible, me pregunté, en este momento ¿qué peso le estamos dando a la Tierra? De hecho, si seguimos agotando y consumiendo sin descanso lo que nos da nuestro planeta, llegaremos a un punto en el que ya no nos sostendrá. En cambio, si se practica una agricultura con conciencia global, todos podemos salvaguardar la creación. Pero debemos trabajar juntos".
Claudio no se detiene en lo orgánico. Su investigación continúa porque apunta a los orígenes. Y así amplía su estudio hacia los que fueron granos creados por la propia naturaleza, capaces de defenderse del ataque de los infectantes. "Los granos antiguos que he recuperado – subraya el productor – son semillas nacidas de forma espontánea, que se han adaptado a lo que es un poco su naturaleza y al suelo donde se cultivan y, por tanto, son capaces de defenderse de los parásitos de forma natural, por lo que no es necesaria la química". El Papa Francisco, en su encíclica Laudato si', aborda el tema de la educación ambiental. "Si al principio estaba muy centrada en la información científica y en la concienciación y prevención de los riesgos ambientales – escribe el Pontífice – ahora tiende a incluir una crítica de los ‘mitos’ de la modernidad basados en la razón instrumental y también a recuperar los distintos niveles del equilibrio ecológico: ese interior consigo mismo, el solidario con los demás, el natural con todos los seres vivos, el espiritual con Dios”.
Una gran familia
Con el paso de los años, la empresa de Claudio crece y necesita ampliarse también en cuanto al personal que trabaja en ella. Nació la idea de crear algo nuevo, más allá de la simple relación propietario-empleado. "En el 2005, cuando empecé – dice Pagliaccia – estaba solo con mi mujer. Luego el proyecto se amplió, inmediatamente decidimos no introducir máquinas dentro del taller, sino sólo aprovechar la ayuda de las personas, también por una cuestión de ética, porque queríamos dar trabajo al mayor número de personas posible y a partir de ahí crear como una gran familia, donde ya no hay un horario fijo, sino que hay que llevar a cabo un proyecto, donde los que están asignados a diversas tareas pueden realizarlas con seguridad en los horarios más convenientes.
Por ejemplo, si hoy tengo compromisos familiares, vendré una hora más tarde y quizá me quede un poco más por la noche. Esto ha creado vínculos, como una gran familia, en la que estamos unidos incluso fuera del trabajo. Y creo que encontrar una relación humana es quizás lo mejor que he conseguido.
La dimensión familiar del trabajo surge de los recuerdos de la infancia de Claudio, cuando sus abuelos le contaban cómo por la noche, después del trabajo, se reunían todos juntos en el patio o alrededor de la chimenea para compartir lo que habían vivido durante el día. "Realmente era una gran familia – explica Pagliaccia – en las viviendas había seis o siete familias que vivían todas juntas. Quería desandar un poco ese camino, porque para mí es fundamental redescubrir el aspecto humano, y no simplemente producir y hacer economía.
Una economía no ligada al yo
En esta idea de una economía al servicio del hombre y no lo contrario, vuelve de nuevo el eco de las enseñanzas del Papa Francisco. "En esta época en la que vivimos – reflexiona Claudio – se ha pisoteado la ética y la dignidad humana, ya que hay gente que se enriquece a costa de la piel de los demás y esto es realmente una expresión de la debilidad humana. En cambio, deberíamos llegar a una condición en la que todos seamos iguales. La persona no debe sufrir. Si se está bien, se debería aprender a compartir el propio bienestar con los demás. Y creo que ésta es la mayor satisfacción cuando vuelves a casa por la noche".
Gracias por haber leído este artículo. Si desea mantenerse actualizado, suscríbase al boletín pulsando aquí