Enrique Shaw, un empresario con sangre obrera
Felipe Herrera-Espaliat
Por sus venas corría sangre obrera, aquella que había heredado de la Doctrina Social de la Iglesia, pero también aquella que recibió los últimos días de su vida. Los trabajadores de la compañía que él conducía con éxito empresarial y caridad cristiana, se agolparon en el hospital bonaerense para contribuir como donantes de las transfusiones sanguíneas que Enrique Shaw necesitó a causa de su enfermedad.
Este argentino, esposo y padre de nueve hijos, fallecido en 1962 a los 41 años, vivió sus virtudes de modo heroico, lo que fue reconocido esta mañana por un decreto de la Santa Sede que, al declararlo venerable, lo acerca más a una eventual beatificación y canonización. Es un proceso que se inició oficialmente en 2001 con el impulso del entonces Arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Jorge Mario Bergoglio, hoy Papa Francisco.
Enrique Shaw nació en París en 1921 y a los dos años se estableció en Argentina, la tierra de sus padres. Siendo joven inició una carrera en la Armada, la que abandonó a los 24 años, cuando sintió una llamada a servir a Dios desde el mundo laboral, específicamente como obrero. Pero siguiendo el consejo de un sacerdote, que le hizo ver que con su formación y capacidades podía servir también desde la dirigencia de una compañía, se incorporó a las prestigiosas Cristalerías Rigolleau, de la que pronto llegaría a ser gerente general.
Una gestión marcada por la fe
Sus habilidades para alcanzar rentabilidad hizo que muchas empresas y bancos le pidieran integrar sus directorios, a lo que él daba el valor añadido de una gestión marcada por una fe que nutría diariamente con la oración y la eucaristía. Y eso se traducía, entre otras cosas, en un cuidado prioritario de los recursos humanos, porque “para juzgar a un obrero hay que amarlo”, escribía en uno de sus diarios.
Shaw fue, además, uno de los fundadores de la Asociación cristiana de dirigentes de empresas de Argentina, donde invertía horas dando formación y promoviendo el Evangelio, que lograba hacer dialogar con su experiencia, que fortaleció con un año de estudios en la Universidad de Harvard.
En 1957 se le diagnosticó un cáncer a la piel, que combatió sin desatender a su familia y mientras perseveraba en sus múltiples compromisos empresariales y eclesiales, entre los que se cuentan haber contribuido a la fundación de la Universidad Católica Argentina, además de haber sido parte de la Acción Católica, el Movimiento Familiar Cristiano y el Serra Club.
Los últimos días de agosto de 1962 su salud declinó y los obreros de Cristalerías Rigolleau, cuyos nombres Enrique conocía uno a uno, se acercaron en masa al hospital donde estaba internado para despedirse de aquel que consideraban y llamaban “el padre”. Y es que Shaw había logrado concretar aquello que había dicho claramente en una conferencia: “Que en la empresa haya una comunidad humana; que los trabajadores participen en la producción y, por lo tanto, darle al obrero el sentido de pertenencia a una empresa. Ser patrón no es un privilegio, es una función".
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