4 rasgos de la vida de Ignacio de Loyola para los jóvenes de hoy
Manuel Cubías – Ciudad del Vaticano
Jesús Zaglul Criado, jesuita de República Dominicana, asistente para América Latina Septentrional y consejero general del Padre General de la Compañía de Jesús nos presenta la figura del santo fundador, Ignacio de Loyola en su relación con los jóvenes de hoy.
Un santo impactante para los jóvenes de hoy
El padre Zaglul Criado considera que Ignacio de Loyola sigue siendo una figura impactante para los jóvenes de hoy. Para explicar esto, identifica cuatro rasgos de su modo de vivir:
Ignacio fue un gran soñador
El jesuita dominicano identifica un rasgo clave de la vida de Ignacio: “fue un gran soñador, tanto en los sueños con ser caballero y, después de su conversión, los sueños de seguir a Jesús haciendo cosas más allá de los santos, los sueños de juntar un grupo de compañeros para poder hacer ese seguimiento más transformador y enfrentar todos los desafíos que tuvo que enfrentar: viajes, cárcel.
La capacidad de enfrentar los retos
Un segundo rasgo, señala Zaglul, es la capacidad de enfrentar los retos. Ignacio pone toda su pasión y los medios prácticos para llevar a cabo sus pensamientos y deseos. Se trata de un proceso largo que lo lleva de Loyola a Manresa, a Roma, Jerusalén. San Ignacio no fue siempre comprendido por la gente de su época. Al principio vivió muchas dificultades por la novedad de sus propuestas.
En su autobiografía, Ignacio se define en este momento como “el peregrino”, como alguien “que estaba en camino siempre y que quiere realizar sus sueños (…) por ejemplo, cuando va a Jerusalén, porque quiere seguir los pasos de Jesús, arriesga su vida porque el barco en que viajaba naufraga. Aquí se parece mucho a San Pablo pues vive un cambio radical en su vida” y es capaz de dejarlo todo.
El santo de Loyola poco a poco fue cayendo en la cuenta de las posibilidades reales y decide con sus compañeros “ponerse al servicio del Papa e ir a donde él los quiera mandar”.
Construir la comunidad
San Ignacio descubre que la misión a la que se siente llamado la tiene que hacer con un grupo y, ese grupo se llama “amigos en el Señor”, afirma el padre Zaglul y añade: “se trata de un grupo de amigos que actúan con mucha libertad, mucho cariño, y aunque viven separados, hay muchos proyectos que los unen (…) y a los siete primeros compañeros lo que los une es la experiencia del amor de Dios”. La vivencia de los Ejercicios Espirituales les permitirá tener una actitud constante de discernimiento, de ver por dónde va el llamado de Dios para sus vidas, como individuos y como grupo.
Profundidad interior, profundidad espiritual
Zaglul afirma que al hablar de profundidad interior no se trata solamente de la capacidad de reflexionar y de mirar la propia vida, sino “de la capacidad de mirarla al modo de Jesús, de mirar el amor de Dios en nosotros y descubrir que Dios se nos comunica, que Dios nos habla”.
“Yo creo que Ignacio fue el descubridor de la inteligencia emocional, porque él se da cuenta de que Dios nos habla a través de las emociones”, afirma el jesuita, quien añade, Ignacio descubre “cómo los sentimientos de Dios, las mociones, porque nos mueven a cosas grandes, a cosas buenas, siempre están ligadas a una alegría que permanece, mientras que los engaños a veces se nos esconden bajo la apariencia de una alegría falsa, superficial”.
La alegría es el elemento que va a marcar por dónde va el camino de Dios, la alegría marca siempre una plenitud y esa plenitud está unida a una entrega generosa. Él descubre cómo Jesús es el fondo de la alegría. En este sentido, los Ejercicios Espirituales van a ser ese camino de encuentro personal con Dios, insiste el religioso jesuita.
La experiencia interior nos lleva siempre al seguimiento de Jesús. No se trata de imitarlo y de hacer lo que él hizo, sino de seguirlo y de descubrir que nos dio su espíritu que nos mueve a responder a su llamada en este tiempo. Como amigos, como grupo, como comunidad y desde una profundidad del encuentro consigo mismo y del encuentro con la persona de Jesús envía a transformar este mundo.
La fuerza del encuentro personal con Jesús. Testimonio de un jesuita
“Lo que me ha impresionado siempre y hasta el día de hoy es la fuerza del encuentro personal con Jesús en la vida de Ignacio. Lo que es la persona, la figura, la vida, la historia de Jesús es lo que marca el cambio radical en el peregrino de Loyola”, afirma el padre Zaglul.
El jesuita recuerda un episodio presente en la autobiografía de Ignacio, se trata de un encuentro, un encuentro con una persona a quien denomina “la señora de muchos días”. Ignacio cuenta el relato de una señora de muchos días que le dio un consejo cuando él estaba perdido, tenía muchas desolaciones, momentos de tristeza, de confusión interna, de escrúpulos y le dijo: ‘ruegue a Dios para que se le manifieste nuestro señor Jesucristo, para que se os muestre, se os aparezca’. Dice Ignacio: - ¿aparecérseme a mi nuestro señor Jesucristo?.
Ignacio dice al final del capítulo tercero de la autografía que nadie le ayudó tanto en cosas espirituales como esta señora”. Yo creo que allí está como el secreto no solamente de la vida de Ignacio sino también de los Ejercicios Espirituales. Porque si nos fijamos, en los Ejercicios Espirituales somos testigos, vemos como Jesús vivió su vida, no solamente su muerte y su resurrección por nosotros.
Ignacio insiste en los Ejercicios en el hecho de que Jesús “por mí que se encarnó y se hizo hombre. Para que conociéndolo más lo ame y más lo siga”. Creo que ahí está el centro, el corazón de Ignacio y de lo que va a ser la Compañía de Jesús que él funda. El seguimiento de Jesús, no solamente la imitación, es un seguimiento que se apoya en saber que Jesús vivió su vida, cada momento de su vida por mí y que yo en la oración puedo vivir también con él ese momento y así se va haciendo una relación de amistad.
Otro momento crucial, indica el padre Jesús Zaglul lo constituyen las contemplaciones y los coloquios a los que Ignacio invita en los Ejercicios Espirituales.
Creo que las mismas contemplaciones de la Encarnación primero y después del nacimiento en las que pone a Dios mirando a toda la humanidad, esa mirada de Dios que decide encarnarse, asumir nuestra humanidad radicalmente. Este hecho, para él, va a ser un elemento central, incluso de la relación con el mundo porque para él, como va a decir muchos años más tarde Teilhard de Chardin: “para quien tiene ojos para ver no hay nada en este mundo que sea profano. Todo está marcado por la presencia de Dios”.
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