24 de octubre. Comentario del Evangelio: “Maestro, quiero recobrar la vista”
Ciudad del Vaticano
La sanación obrada por Jesús en este relato del Evangelio tiene un significado espiritual que va más allá de la curación física. Meditemos sobre el sentido que puede tener para nosotros, teniendo en cuenta también las otras lecturas de hoy [Jeremías 31, 7-9; Salmo 126 (125); Carta a los Hebreos 5, 1-6].
“Jesús, Hijo de David, ¡ten compasión de mí!”
El título “Hijo de David”, tiene un significado especial. En efecto, uno de los milagros anunciados por los profetas del Antiguo Testamento como signos de la liberación que realizaría el Mesías prometido, descendiente del rey David, era el de hacer ver a los ciegos. Por eso en varias profecías, como la que nos presenta la primera lectura, los invidentes aparecen mencionados entre los beneficiarios de la acción salvadora de Dios, junto con las demás personas que tenían algún impedimento para emprender el camino hacia Jerusalén después de la liberación del destierro en Babilonia, cantada por el Salmo. En este sentido, Jesús se manifestaría en el Nuevo Testamento como quien “puede compadecerse de los ignorantes y los extraviados”, tal como se dice en la segunda lectura (Hebreos 5, 1-6).
Ahora bien, los ciegos a los que se refieren las profecías somos todos nosotros, por cuanto necesitamos que Dios nos ilumine liberándonos de la oscuridad espiritual, para que podamos reconocer el camino que nos lleva a la verdadera felicidad. Por eso también nosotros podemos suplicar, como el ciego Bartimeo en la primera parte del relato: “Jesús, Hijo de David, ¡ten compasión de mí!”. El texto griego del Evangelio emplea la palabra eleyson, la misma que pasó al texto litúrgico de la Iglesia y que fue traducida al castellano como “ten piedad”.
“Ánimo, levántate; te está llamando”
Ante la súplica de Bartimeo, la segunda parte del relato nos muestra dos reacciones sucesivas de la gente.
La primera es de molestia por los gritos del ciego: “muchos lo reprendían para que se callara”.
La segunda, motivada por Jesús, es de solidaridad: “ánimo, levántate; te está llamando”.
Podemos aplicar a nuestra vida los siguientes cuatro aspectos en esta segunda parte del relato:
Primero, Jesús no llama directamente al ciego, sino les dice a sus discípulos que lo llamen. Para nosotros esto puede significar que Dios nos llama a través de personas que Él mismo pone en nuestra vida para animarnos y ayudarnos a levantar cuando lo necesitamos.
Segundo, este relato nos invita a preguntarnos si estamos dispuestos a reconocer y ayudar a nuestros prójimos necesitados, animándolos a levantarse y cooperando para que reciban una ayuda efectiva.
Tercero, podemos tomar como hecha a cada uno de nosotros la invitación que animó al ciego a levantarse. Jesús nos llama para realizar en nosotros milagros que son posibles si tenemos fe en su poder sanador, y parte de esta fe es levantarnos y desprendernos de lo que nos estorba para acercarnos a Él, como lo hizo Bartimeo cuando “tiró su capa”.
Cuarto, entonces podemos oír que Jesús nos dice: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Y nosotros, reconociéndolo al igual que Bartimeo como el Maestro que puede hacernos ver el camino, podemos pedirle la recuperación de nuestro sentido de la vista espiritual, oscurecido por las tinieblas de nuestro egoísmo y nuestros afectos desordenados.
Recobró la vista y siguió a Jesús por el camino
En la tercera parte del relato del Evangelio, Jesús, después de devolverle la vista, le dice a Bartimeo:
“Puedes irte: por tu fe has sido sanado”.
Por una parte, ese “puedes irte” no significa una despedida, sino anda, ya puedes emprender el camino. Y Bartimeo comienza a seguir a Jesús en el camino hacia Jerusalén, signo de nuestro camino hacia la felicidad, que debe pasar por la cruz para culminar en la resurrección.
Y por otra, una vez más, como muchas otras en los Evangelios, el propio Jesús enfatiza la importancia decisiva de la fe como condición indispensable para obtener la sanación que necesitamos.
Conclusión
Jesús está siempre dispuesto, si nos reconocemos necesitados de salvación, a liberarnos de la ceguera que nos impide identificar y emprender el camino hacia la verdadera felicidad, siguiéndolo a Él que va delante de nosotros y nos muestra ese camino, que no es otro que el camino del Amor. Por lo tanto, invocando la intercesión de María santísima y de todos los santos, dispongámonos con fe a ser sanados por Él de nuestra ceguera espiritual y a seguirlo como nuestro Maestro por el camino que Él nos muestra al abrirnos los ojos para reconocerlo en nuestra existencia, en cada uno de los acontecimientos de nuestra vida, especialmente, en los momentos de oscuridad.
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