5 de diciembre. Comentario del Evangelio: ¡Preparen el camino del Señor!
Ciudad del Vaticano
“En el año quince del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, Herodes Antipas tetrarca de Galilea, Filipo su hermano tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene; en el tiempo en que Anás y Caifás eran sumos sacerdotes, dirigió Dios su palabra a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Recorrió entonces toda la región que está al lado del Jordán llamando a todos a convertirse y bautizarse para obtener el perdón de los pecados, según está escrito en el libro del profeta Isaías: “Una voz grita en el desierto: ¡Preparen el camino del Señor!¡Ábranle vías rectas! Toda hondonada debe rellenarse, todo cerro y colina rebajarse. Que lo torcido se enderece, que se allanen los senderos escabrosos. Y verán todos los mortales la salvación que trae Dios” (Lucas 3, 1-6).
“Dirigió Dios su palabra a Juan”
El evangelista Lucas sitúa detalladamente, en una época específica de la historia, el inicio de la predicación de san Juan Bautista, el precursor de Jesús. El relato comienza haciendo referencia a la situación de dependencia política de la provincia de Judea, cuya capital era Jerusalén y estaba sometida al imperio romano –además de los datos correspondientes a Galilea y las regiones vecinas, situadas al norte de Israel–, para ubicar la acción de Juan que predicaba en el desierto de Judea, a orillas del río Jordán. El emperador romano ya no era Octavio César Augusto, aquél que había ordenado el censo de todos los pueblos vasallos de Roma en virtud del cual María y José habían viajado a Belén para que allí naciera Jesús, sino su sucesor, Tiberio César. Ubica asimismo Lucas el inicio de la predicación de Juan Bautista en el tiempo de los sumos sacerdotes del Templo de Jerusalén que unos tres años más tarde, siendo aún Tiberio el emperador, promoverían la muerte de Jesús en una cruz. Juan invitaba a sus oyentes a un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. En su significado original, bautizarse era sumergirse en el agua del río, que simboliza el torrente de la vida, para salir de ella renovados.
También hoy, en este preciso momento de la historia que estamos viviendo nosotros, cuando la humanidad sigue padeciendo la pandemia que comenzó hace ya casi dos años, y en este tiempo litúrgico del Adviento, estando próxima la celebración de la Navidad, la palabra de Dios nos invita a reconocer la necesidad de convertirnos, rectificando nuestro comportamiento en todo lo que implica preparar el camino que nos conduce a Él, para que así se renueve en nosotros la vida espiritual que un día recibimos en nuestro bautismo.
“Preparen el camino del Señor”
En nuestro lenguaje solemos decir “voz que clama en el desierto” para referirnos a un mensaje que nadie escucha o que no es tomado en cuenta. Pero ¿cuál es el significado original de esta frase, tomada del profeta Isaías (40, 3-5)? Se trata originariamente de un anuncio proveniente de Dios y dirigido a quienes vivían desterrados en una situación de esclavitud. Esta profecía y la evocada en la primera lectura (Baruc 5, 1-9) fueron pronunciadas cuando los judíos oprimidos en Babilonia (el actual país de Iraq), fueron liberados por el rey persa Ciro hacia el año 538 a.C. y se preparaban para emprender su regreso a Jerusalén atravesando el desierto de Judea. La liberación de aquel cautiverio que duró cuarenta años fue el origen del Salmo 126 [125], propuesto para este domingo como salmo responsorial y en el que se expresa la esperanza en Dios, quien puede cambiar la tristeza en alegría.
Por otra parte, como dice el profeta Baruc, es Dios quien ha ordenado rebajar los montes elevados y las cumbres inmóviles, y rellenar las hondonadas (…), para que pase Israel. E Isaías, evocado por el Evangelio, exhorta a los beneficiarios de la acción liberadora de Dios a que colaboren activamente en la preparación del camino. La traducción de este pasaje en la versión “Biblia de Jerusalén” dice así: “Una voz clama: en el desierto abrid el camino a Yahvé, trazad en la estepa una calzada recta a nuestro Dios (…)”. Así el desierto es no sólo el lugar en donde grita la voz, sino en donde hay que abrir y trazar el camino, que no está hecho. Hay que hacerlo. Hoy podemos decir nosotros, repitiendo el verso del poeta Antonio Machado (1875-1939) que tan bellamente llevó a la música Joan Manuel Serrat en el año 1969: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”.
“Y verán todos los mortales la salvación que trae Dios”
El texto del Evangelio termina con esta cita del profeta Isaías, que constituye una promesa para quienes se dispongan al encuentro con Dios rectificando lo que hay que rectificar. “Ver la salvación de Dios” es, en el sentido más profundo de este texto bíblico, experimentar vitalmente su acción liberadora, que Él ha querido realizar por medio de Jesús, cuyo nacimiento nos disponemos a celebrar.
El tiempo del Adviento en el que nos encontramos no sólo se refiere a la primera venida de Jesús hace poco más de 20 siglos, sino que implica también una esperanza activa en su venida gloriosa y definitiva al final de los tiempos, que para cada uno de nosotros será el momento del encuentro definitivo con Él cuando pasemos de esta vida a la eternidad. En la segunda lectura (Filipenses 1, 4-6.8-11), el apóstol san Pablo les dice a los primeros cristianos de la ciudad de Filipos, ciudad situada en Macedonia, al norte de Grecia, unas palabras que también se dirigen hoy a nosotros y constituyen una plegaria a la cual podemos unirnos aquí y ahora: Pido en mi oración que el amor de Cristo Jesús siga creciendo más y más en ustedes. Así podrán vivir una vida limpia y avanzar sin tropiezos hasta el día en que Cristo vuelva.
Preparémonos, pues, para que tanto en las próximas fiestas de Navidad que vamos a celebrar, como cuando nos encontremos con Él en la eternidad, podamos experimentar la salvación que quiso y quiere realizar el Señor en cada uno y cada una de nosotros, si lo dejamos actuar en nuestras vidas. Tal salvación sólo es posible para quien quiera de verdad convertirse a Él saliendo del cautiverio del egoísmo, rectificando lo que hay que corregir para ponerse en camino, con la ayuda de Dios, hacia el encuentro pleno y feliz con Él en una verdadera comunidad de Amor. Y con esta intención, invoquemos la intercesión de María santísima, cuya Inmaculada Concepción celebraremos el próximo 8 de diciembre, y de san José, a cuya memoria especial ha consagrado el Papa Francisco este año 2021.
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