Ucrania. Capellán de Mikolaiv: dar testimonio de Cristo y esperanza, a pesar de todo
Svitlana Dukhovych - Ciudad del Vaticano
"Han pasado 18 años desde que llegué al sur de Ucrania para realizar mi servicio sacerdotal. En estos años he echado raíces, cada persona que vive aquí es importante para mí, y entiendo que hoy están abandonados y necesitan ayuda. Cuando me acerco a ellos, los abrazo, los bendigo, les sonrío... Si no lo hago yo, ¿quién lo hará? Esta es mi misión". El padre Taras Pavlius, párroco de la comunidad greco-católica de Mikolaiv, perteneciente al Exarcado de Odesa, quiere compartir su testimonio, sobre todo para decir que, en estos tiempos de guerra, él, como sacerdote, debe dar testimonio de Jesús y ofrecer a la gente esperanza, amor y atención. El padre Taras reconoce que no es fácil: por la noche suele tener pesadillas sobre lo que ve durante el día, a veces se despierta sudando. "Pero esto no puede impedirme ayudarles", dice.
Ayuda humanitaria para los necesitados
Desde el comienzo de la invasión rusa, muchos sacerdotes católicos, tanto de rito bizantino como latino, no sólo se han dedicado al apoyo espiritual de sus comunidades -que sigue siendo la principal tarea-, sino que también han gestionado la ayuda humanitaria, esencial para la supervivencia de muchas personas en las zonas del país más afectadas por los bombardeos. En la comunidad greco-católica de Mikolaiv también se ha creado un centro de recogida para apoyar a los necesitados y una fundación, dirigida por el padre Taras, para hacer llegar la ayuda desde el extranjero. La mayoría de los feligreses han abandonado la ciudad, y quedan unas diez familias. Aunque son pocos, casi todos acuden a descargar y clasificar los paquetes de ayuda, que se entregan en camiones. "Todas estas cosas - explica el sacerdote - ya las he llevado a un pueblo cercano, donde hay unos 30 ancianos, familias con muchos niños, discapacitados. Han recibido pan, harina, pasta, carne y pescado en conserva, aceite, yogur, queso, productos que les durarán aproximadamente una semana. Porque los comercios no funcionan, todo está destruido, nadie proporciona alimentos, porque el pueblo está en el territorio de la acción militar. Así que durante el día hay bombardeos. La gente vive con miedo, no hay electricidad desde hace tres semanas, el gas llega de vez en cuando. Todo esto es terrible y por eso nuestras parroquias deben ayudar". En medio de tanta destrucción y sufrimiento, cada gesto de generosidad se percibe con más fuerza, como el del párroco de la comunidad católica romana de Mikolaiv, el padre Oleksandr, que ofreció al padre Taras su casa después de que ésta fuera destruida.
La misión del capellán
Además de ayudar a los necesitados, el padre Pavlius también proporciona atención espiritual a los soldados ucranianos. Ha sido su capellán antes, pero ahora, durante la guerra, la misión del capellán militar es diferente: "En tiempos de guerra, el sacerdote se convierte para los soldados en uno de los medios que les aseguran la presencia de Dios junto a ellos, como una protección. Es el momento en que pueden recibir la bendición del sacerdote. Recientemente, al pasar por los puestos de control de nuestros soldados, percibí en ellos un gran miedo a lo desconocido: no saben si les van a bombardear, si los van a abatir, si habrá un ataque o no. Me pidieron: 'Padre, bendícenos'. Cada soldado se acercaba a mí y yo lo bendecía y lo abrazaba... Así que la presencia del capellán cerca de ellos es el momento en que pueden sentir un poco de paz y alegría en sus almas".
El padre Taras se ocupa de unos 800 soldados. Su misión es visitarlos, no está con ellos todo el tiempo. "Los veo con frecuencia - explica - me conocen, aunque cambian todo el tiempo debido a la rotación. Pero saben que el sacerdote ha llegado. Nunca llevo la sotana, sólo el cuello blanco. Normalmente, cuando llego, no tenemos tiempo para rezar juntos, rezo solo por ellos. Les llevo algo bueno para comer, los bendigo, les cuento un episodio de la Sagrada Escritura que se adapte al momento actual, les cuento algunas historias y también intento bromear un poco para animarles, porque están todos apiñados en trincheras y refugios, unos al lado de otros... Tienen ganas de pasar a la ofensiva, de defender, de reconquistar y también, debo decir, de vengarse, de vengarse del enemigo por lo que ha hecho. Pero nosotros, como sacerdotes, entendemos que la venganza puede llevar a consecuencias mucho peores, así que tenemos que hacerles entender que también deben saber amar a su enemigo y al mismo tiempo rechazarlo y defender nuestra tierra".
Episodios que permanecen en el corazón
Hay muchos episodios que el capellán podría compartir, pero elige dos. Uno es cuando estaba con los soldados y oyó que se dirigían a un militar como "padre", como suelen dirigirse a un sacerdote. El padre Taras estaba intrigado y se acercó al soldado. Le reveló que él también había sido anteriormente pastor y capellán protestante, ahora ya no: "Debo confesarle que ya no soy pastor: tomé el arma en mis manos, porque no podía soportar el dolor". Así que se quitó la insignia de capellán de su uniforme, pero los soldados siguieron llamándole "padre".
El capellán también recordó a un joven soldado que, como todos los demás, se acercó a él y le pidió una bendición. Dijo que antes de la guerra solía ir a la iglesia a rezar, pero que ahora no tiene la oportunidad. El soldado pidió que se rezara por su madre, por sus hermanos y por más valor. "Cuando hay un fuerte bombardeo, me vienen diferentes pensamientos... Y por supuesto viene el miedo", dijo el joven. "Padre, reza para que tenga más valor, más fuerza". "Para mi -dice el padre Taras- fue un testimonio de gran amor a Dios y a su propio pueblo. Reconoce su propia debilidad y desea ser más fuerte".
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