De la Policía de Estado al convento de las Apostolinas
De Valentina Angelucci y Giuditta Bonsangue
Americana de color azul, gorra con solapa lateral, cartuchera sujeta al cinturón y el lema histórico «Sub Lege Libertas»: esta es la imagen que viene a la mente al pensar en una mujer con el uniforme de la Policía de Estado. Y así podemos imaginarnos a Tosca Ferrante en 1989: mirada orgullosa y porte austero, pero con una luz diferente en los ojos, en los cinco años de servicio en las fuerzas policiales italianas. «En aquellos años, a pesar de la alegría, sentía una cierta inquietud respecto el futuro y seguía haciéndome preguntas sobre el sentido de la vida y cómo Dios quería compartirla conmigo», nos cuenta hablando sobre ese período particularmente intenso.
Pero desde hace unas décadas, al lema histórico de la Policía del Estado se le suma otro: “Estar siempre”. Y es en la proximidad inherente a esta frase que Tosca Ferrante comienza a vivir su ser mujer policía de una manera diferente: «Muchos fueron los rostros de “pobres” que vi esos años: delincuentes, toxicómanos, mujeres jóvenes víctimas de la prostitución, extranjeros en espera de un permiso de residencia a menudo víctimas de estafas de autodenominados mediadores: en fin, mucha pobreza, mucho vacío y también mucha maldad».
Historias que tocan, sangran, arañan. Historias que no pueden dejar indiferente. Entonces, un día, el punto de inflexión definitivo: «Un día estaba en la Comisaría de Torpignattara en Roma y me pidieron que vigilara, mientras esperaba instrucciones, a un joven menor que había cometido un robo. Estábamos en la misma sala y comencé a dialogar con él sobre los motivos de su acción (era la primera vez que cometía un delito). Recuerdo todo de ese momento: empezó a llorar diciendo que tenía miedo, lloraba amargamente, estaba asustado. Lo escuché, le entregué un pañuelo: realmente parecía indefenso. En un momento determinado, sin dejar de llorar, me dijo: “tengo miedo, ¿me puedes dar un abrazo?”. Respondí “no”. No podía, estaba de uniforme. Pero, en el fondo, ¿qué me había pedido? ¡Un abrazo! Un gesto que es una de las primeras formas de comunicación con el mundo: un recién nacido es puesto en brazos de la madre: es calor, es continuidad de amor, es ternura, es cuidado. ¡Pero dije que no! De vuelta a casa, me miré en el espejo y dije: “¿en quién te estás convirtiendo?”».
Arriesgar el Amor
Este es el comienzo de su verdadero encuentro con el Resucitado, este es su camino hacia Damasco, iniciando un serio discernimiento que la llevó a una sentencia irrevocable de su conciencia: «¡Comprendí que tenía que arriesgar el Amor!». Después de algunos años, se unió a las monjas Apostolinas del Instituto Reina de los Apóstoles donde seguía cuidando a los “pobres” que había conocido cuando llevaba el arma en el cinturón: «La transición del servicio policial a la vida religiosa no fue para mí sorprendente, fue natural: el contacto con las personas mencionadas anteriormente me hizo comprender lo que Dios quería para mí».
Sin duda un notable cambio de vida, en el que sin embargo sor Tosca logra reconocer las huellas de Aquel que la ha guiado: «En efecto, hoy, después de tantos años, reconozco el hilo rojo que ha sostenido mi vida: es el deseo de cuidar la vida de los demás, a través de la dedicación de la propia vida».
La vida al servicio del prójimo
Desde pequeña sor Tosca soñaba con ser enfermera o maestra, de mayor soñaba con ser policía, ahora reconoce en su ser religioso que a todas estas llamadas les une el deseo de poner la vida a disposición de las necesidades del prójimo que vive a nuestro lado. Y de hecho hoy se ocupa de la pastoral vocacional y juvenil, además de coordinar el Servicio Regional para la protección de menores y adultos vulnerables en Toscana.
De la particular historia de esta religiosa surge un fuerte mensaje para los jóvenes de hoy, tan confundidos por la falta de puntos de referencia y asustados por la misma palabra “vocación”: «Quien nos ayudará a comprender quién estamos llamados a ser, está a nuestro alrededor, son las situaciones de la vida, es esa “estrella” que nos orienta desde fuera, nos conduce, nos guía. Creo firmemente que la vocación es algo que comprendemos mientras vivimos, mirando la realidad en la que vivimos, la pobreza que nos rodea. Para mí, al menos, fue así: encontré a Dios en el rostro y en las historias de los pobres: ¡me inclino ante ellos! ¡Y doy gracias a Dios!».
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