Livia Ciaramella: Una religiosa en la cárcel para encontrar lo que se perdió
De Valentina Angelucci
Una pastilla de jabón, un rollo de papel higiénico, un cojín de esponja, sábanas, un plato: eso es todo lo que tienen las personas cuando la hermana Livia se encuentra con ellos. “He aquí un mensaje: una esposa desesperada porque no sabe cómo enviar cosas al marido que arrestaron anteayer”, dice mirando un viejo teléfono móvil, “pueden ser personas muy ricas, pero una vez que son arrestadas y enviadas a la prisión más cercana, sólo tienen la ropa que llevan puesta y el kit de la prisión”. Y ahí es donde entra ella, la hermana Livia Ciaramella, encargada de las vías de reeducación dentro de la cárcel de ‘San Donato’ de Pescara. Oriunda de la capital de los Abruzos, monja de la Congregación de las Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y María, fundada por la Madre Eugenia Ravasco, después de haber sido misionera en Costa de Marfil, en 2006 fue invitada a animar la celebración eucarística por el entonces capellán de la cárcel, el padre Marco Pagniello, hoy director de Cáritas Italiana.
Un amor sin reservas
Desde entonces, nunca ha dejado solos a los reclusos. “El momento más difícil -dice- es cuando llegan: el impacto de la prisión, cuando pasan de comer la comida de casa a la de la cárcel, cuando ya no tienen nada, perder la oportunidad de hablar con ellos, de escucharlos en ese momento tan delicado, puede llevar a consecuencias irreversibles”. Su constante disposición a escuchar y su mirada de amor sin reservas no pueden sino apuntar a un Amor mayor: de hecho, hay muchas iniciativas espirituales que involucran a los presos. Además de la celebración de la Eucaristía y de la posibilidad de confesarse con el capellán, hay momentos especiales del año que la imaginación de la hermana Livia sabe aprovechar para convertirlos en momentos de intensa oración: “En mayo pongo el calendario en cada sección de la cárcel, los internos lo reservan y yo voy a su celda a rezar el rosario: anteayer lo dije en siete celdas diferentes. Llego, llevo la estatua de la Virgen de Fátima y rezamos todos juntos”.
Experiencia de verdadera humanidad
Pero su compromiso es total: por la mañana Sor Livia se levanta a las cinco, después de rezar va a buscar entre generosos benefactores algo de comer para la merienda de los reclusos, y luego se dirige a la cárcel donde todos los días dirige talleres de diversa índole para que los reclusos puedan utilizar sus habilidades manuales, produciendo incluso pequeñas artesanías que en los mercadillos benéficos organizados por Sor Livia, se venden para conseguir las cosas que necesitan los últimos que llegan. Todo está pensado para que los presos no pierdan su dignidad: “Me encuentro con la persona -dice la Hna. Livia-, pero al encontrarme con la persona llevo a Jesús, porque esa persona se siente amada y no juzgada”.
La experiencia le ha llevado a conocer bien las leyes del sistema penitenciario, y Sor Livia las utiliza para que los presos tengan la oportunidad de experimentar la verdadera humanidad, porque un amor tan grande no puede quedarse dentro de los muros de la cárcel, y de hecho hay varias iniciativas que la “monja de Ravasco”, como se llama comúnmente a las monjas de su Congregación, ha organizado fuera de la cárcel con los mismos presos. “En base al artículo 21, en colaboración con Unitalsi, varias veces hemos llevado a algunos jóvenes a hacer servicio con los enfermos en Pompeya o Loreto: se encargaron de empujar las sillas de ruedas y ayudarles en lo que fuera necesario”.
Una pequeña monja, un salvavidas
También se presta especial atención a la celebración eucarística, que se prepara siempre con gran esmero: “De acuerdo con el artículo 17, en ocasiones especiales, como Navidad y Pascua, cuando el arzobispo Valentinetti viene a celebrar, llamo a los jóvenes que tocan varios instrumentos, para hacer la celebración eucarística aún más hermosa: tenemos un grupo litúrgico, cada domingo ya sabemos quién tendrá que leer o hacer los diversos servicios”.
Tantas historias de sufrimiento, tantas familias rotas que encuentran en esta pequeña monja de edad indefinida, un salvavidas. Y esto da frutos de varias maneras y, entre muchos, también el más hermoso: “A veces sucede que la gente me pide que les enseñe a rezar, a menudo esta es la pregunta-síntoma que me lleva a preguntar si están bautizados. Puede ocurrir que no lo estén. Por eso me ocupo de darles cursos personalizados, además del catecismo de los sábados, para que puedan recibir los sacramentos de la iniciación cristiana”.
Dado que la prisión lleva el nombre de un santo, Sor Livia también ha conseguido que el mismo San Donato entre en la cárcel: en 2018, la urna que contiene las reliquias del santo llegó, de hecho, desde Castiglione Messer Raimondo (PE) y fue llevada al interior de la prisión para una jornada completa de oración y celebración eucarística.
La preocupación de Sor Livia está obviamente dirigida también a lo que viene después de la cárcel, por eso existe una colaboración continua con laCEC (Comunidades de educación con los presos), un proyecto de la Comunidad Papa Juan XXIII que se ocupa de la reeducación de los detenidos:
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