Las Pequeñas Hermanas de los Pobres en Benín: La alegría de servir a los ancianos
Marie Duhamel - Vatican News
«Cuando entré por primera vez en el refectorio, viendo a la monja dar de comer a una persona anciana, vi la belleza. La atención a la persona que acaba de llegar… una atención que dura en cada momento. No había indiferencia, pero tampoco condescendencia, nada empalagoso. Lo que percibí era belleza. Ponen la belleza en todo lo que hacen: en una decoración, cuando preparan la mesa, una comida».
El impacto recibido durante su primera visita, en 2011, fue tan fuerte que, a pesar de que Berenice estuviera limitada en los movimientos por un hándicap que la obliga a estar en silla de ruedas, ha querido venir una, dos, incluso tres veces al año (a excepción del periodo Covid) a visitar a las Pequeñas Hermanas de los Pobres en su casa de Tokan-Calavi, en la periferia de Cotonou, dedicada a los ancianos.
Dar gratuitamente y por amor
Es necesario recorrer caminos de tierra roja para llegar al gran edificio de ladrillo ocre y beis. Ahí, no había nada antes de que se pusiera la primera piedra en 2001, dos años después de la llegada de la congregación a Benín. Poco a poco, alrededor, la vida empezó a brotar y surgieron varias construcciones. La casa de las hermanas se encuentra en una zona urbana, pero permanece un oasis de paz para los 32 huéspedes.
«Los ancianos ya han sufrido mucho en la vida», explica la responsable de casa de Tokan. «Han trabajado mucho, y ahora están cansados. Y nosotros estamos aquí para mostrarles que se puede dar gratuitamente y por amor. Con nosotros viven un cierto bienestar. Se encuentran bien, están serenos. La demostración es que están aquí desde hace 10-15 años. Desde que llegan aquí, su vida se alarga», precisa sor Filomena.
La alegría de vivir junto con los ancianos
La religiosa nigeriana sintió la llamada para servir al Señor con 14 años, cuando fue a visitar la casa de las Pequeñas Hermanas con un sacerdote de su parroquia. «Fue allí donde entendí el gusto de dar la vida para servir a los demás». Sor Filomena tiene un recuerdo muy vivo de la abuela que acompañó su infancia. «Fui muy feliz de vivir con ella. Veía todo lo que podía hacer por ella, veía cómo éramos felices cuando ella estaba». Recuerda las fábulas que le contaba la abuela, la complicidad en las travesuras, las correcciones sin amenazas ni castigos. Sor Filomena explica que en aquella época ya intuía la alegría de vivir con las personas ancianas.
Transmitir el gusto de la vida
Junto a las otras hermanas de la comunidad sor Filomena trata de animar a sus huéspedes: «Siempre buscamos transmitirles el gusto de la vida, hacerles reflorecer y aprovechar la vida y las fuerza que el Señor les dona porque – ve- para los ancianos es fácil creer que ya no son capaces de hacer nada. Sin embargo, es importante hacerles entender que todavía son capaces de hacer cosas».
Sí, porque donde las Pequeñas Hermanas de los pobres siempre hay cosas que hacer. Después de la misa de la mañana y un tiempo de oración, los huéspedes desayunan y después se les invita a participar en los quehaceres de la casa. Algunos ayudan en la cocina limpiando las verduras, otros van a la lavandería a doblar y organizar la ropa seca. Después están los que ayudan a los más frágiles a pasear por el jardín. La casa tiene un único piso precisamente para facilitar la deambulación: está a la sombra de muchos árboles y puede contar con un huerto propio.
La solidaridad intergeneracional
La casa de las Pequeñas hermanas recibe la visita de muchos benefactores y amigos, pero raramente de los familiares de los huéspedes. Entre todas las peticiones de admisión que llegan, los ancianos de Tokan han sido elegidos entre los más pobres y los más aislados. Algunos de ellos han sido literalmente abandonados por sus familias. «La vida ha cambiado de forma radical y lamentablemente muchos hijos tienen compromisos tales que nos les consienten cuidar de sus padres. Ellos van a las ciudades y los padres se quedan en los pueblos. A menos que no estén aún a cargo de los padres, son pocos los hijos que se quedan a vivir con ellos», cuenta sor Filomena. Señala que en los últimos años el número de las peticiones de acogida en su estructura realmente se ha disparado. «Ya no sabemos cómo hacer», deplora. En Benín non existe – especifica la religiosa – una política de asistencia social, ni del hacerse cargo a nivel económico o sanitario de las personas ancianas.
Para explicar ulteriormente el hecho que algunos ancianos sean descartados, la religiosa nigeriana nos cuenta una creencia popular que la tocó profundamente. Recuerda al respecto a dos jóvenes novios que habían ido para pedir la bendición de los abuelos residentes en la casa de las Pequeñas hermanas en su país de origen. Sin embargo en Benín es otra cosa: mientras que algunos siguen amando y respetando a sus abuelos, otros piensan que las personas ancianas sean brujos o en todo caso personas que recurren a la brujería para alargar su vida a costa de los demás. Estas creencias sor Filomena realmente no las comprende, y prefiere tenerlas alejadas.
En Tokan, como también en su casa de Porto Novo, inaugurada en 2018, las Pequeñas Hermanas testimonian cada día su alegría de servir a los ancianos. Se comprometen por su inclusión y su rehabilitación en los encuentros del barrio, en las parroquias, en las escuelas. Llevan allá donde sea posible las recientes palabras del Papa Francisco durante las audiencias generarles en Roma, dedicadas a las personas ancianas.
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