He decidido quedarme entre mi gente. Testimonio de una religiosa de Myanmar
Suor Rosalind Arokiaswami IJS
Esta es mi primera experiencia en un país extranjero, que ha sufrido en estos últimos años la pandemia del Covid y el golpe militar del 1 de febrero de 2021, lo que desembocó en mayo en la guerra civil que todavía tiene lugar. Este último evento causó manifestaciones, protestas y desórdenes en muchas partes del país, mientras que muchas personas están escapando a la selva para salvarse la vida. Muchas congregaciones religiosas que viven y trabajan en Myanmar han expresado abiertamente sus protestas por la situación. Basta recordar a sor Ann Rose Twang y su valiente gesto de arrodillarse delante del soldado que blandía un fusil.
A propósito de mi experiencia, he tenido sentimientos encontrados. Por un lado, siendo una persona procedente de otro país, estaba en deuda con las autoridades por haberme dado el permiso para trabajar aquí. Era consciente del hecho que mi visado podía ser retirado y por tanto corría el riesgo de ser enviada de regreso a mí país de origen. Al mismo tiempo, era plenamente consciente de que debía ser muy prudente en mi forma de hablar por el peligro de ser denunciada a las autoridades.
Una auténtica prueba de fe
Después de haber vivido la fatiga de integrarme en esta nueva realidad y aprender una lengua que no conocía en absoluto, llegó otra prueba: Dios me desafiaba a estar preparada para sufrir con mi pueblo, el que Él mismo me había confiado. Tengo que decir con humildad que he tenido, y tengo todavía, momentos de duda y de ansiedad. A veces me he preguntado si tengo la paciencia y sobre todo la fe de confiar en Dios que no nos decepcionará. Esta situación fue una auténtica prueba para mi fe. El beato Barré dijo que “también cuando todo parecerá estar en contra de toda esperanza, espera todavía en Él”. La pregunta es si estoy preparada para fiarme de estas palabras de mi fundador.
Lista para dar mi vida por la gente
Lenta pero inexorablemente, de una forma desconocida para mí, me di cuenta de cómo Dios me sumerge en situaciones en las que Él quiere que yo le demuestre mi fidelidad a Él. Afrontando situaciones que no había vivido nunca antes y haciendo todo sola, me di cuenta de que “el exceso de amor de Dios” era, y es, nuestra seguridad. Este ha sido el momento decisivo en mi camino de Fe para descubrir que “ya no se podía volver atrás”. Desde ese momento decidí estar preparada para dar mi vida por la gente, sobre todo por los pobres. Con esta consciencia (iluminación, diría), de una forma inexplicable y providencial, he sentido dentro de mí una cierta paz y calma, que no había experimentado antes.
No hay ninguna garantía de que mi vida se pueda salvar
Así, mirando a la situación en Myanmar no hay ninguna garantía que mi vida esté al seguro. Los militares, incapaces de detener la desobediencia civil y las marchas de protesta del pueblo, han empezado a disparar a la multitud que se manifiesta. Muchos jóvenes han perdido la vida. Muchas mujeres jóvenes han sido asesinadas y violadas sin piedad. Un gran número de personas todavía sigue huyendo y muchas de sus casas han sido quemadas. En este contexto no hay ninguna garantía de que mi vida se pueda salvar. Podría morir en la explosión de una bomba o con un solo proyectil. Puede asustar mucho, pero esta es la realidad que estamos afrontando. Si es la voluntad de Dios para mí, estoy preparada: como Jesús ha dado su vida por sus ovejas, así yo estoy preparada para dar la vida por las personas con las que vivo.
Debido a la represión militar, muchas personas han perdido el trabajo y no son capaces de mantener a sus familias. Comerciantes, sin escrúpulos, se han aprovechado de la situación y han aumentado el precio de los géneros alimenticios. La gran mayoría de la población se encuentra en el umbral del hambre. Si esta situación sigue así, el resultado será cada vez más desastroso y los pobres serán los más golpeados. Es doloroso e insoportable ver a mucha gente muriendo de hambre por falta de alimentos.
La presencia de las Hermanas del Niño Jesús
Frente a esta situación, la gran mayoría de la población considera la presencia de las Hermanas como una bendición. Aprecian nuestra presencia y nuestro apoyo. Saben que hay alguien a quien se pueden dirigir en cualquier momento, para desahogarse por sus preocupaciones, sus ansiedades, sus frustraciones y su malestar mental. No somos capaces de apoyarles económicamente, y ellos lo saben. Sin embargo, mirándonos a nosotras y nuestra presencia es ya una bendición. En la cultura asiática este aspecto está muy presente entre los budistas, los católicos e incluso entre los hindúes. Es aquí que he entendido la intuición profética del beato Barre cuando pedía a sus Maestras que vivieran con y entre los pobres e identificarse con su situación. “Estar con ellos”. Esto es todo lo que se espera de nosotras. Al mismo tiempo, me he dado cuenta de que nosotras somos evangelizadas por las personas con las que vivimos. A menudo, ellos son los mejores maestros para nosotras y yo puedo aprender mucho de ellos.
La fe de las personas sencillas
Esto se hizo realidad cuando, a finales de junio de 2021, fui a Yangon para renovar mi visado y mi pasaporte. No estaba segura de si mi visado pudiera ser renovado o no. Antes de salir hacia Yangon, dije a mi gente que me tuvieran presente en sus oraciones. Su respuesta espontánea derritió mi corazón. Me dijeron: “No te preocupes hermana, todo irá bien y obtendrás tu visado. Dios no te decepcionará. Quiere que sigas estando con nosotros. Él conoce nuestros corazones”. Me di cuenta de que me estaban enseñando la fe. Aunque sean pobres, sencillos y sin formación, tenían una fe más fuerte que la mía. Ahora he entendido que, si Dios quiere que yo siga sirviendo a su pueblo, Él hará lo necesario. No tengo nada de lo que preocuparme, sino invocarlo constantemente para aumentar mi Fe.
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