Francisco: Diez años con los pobres en el corazón de la Iglesia
Enrique Ciro Bianchi*
Ya ha transcurrido una década desde aquel sorpresivo buonasera que resonó desde la logia de San Pedro en boca del primer papa latinoamericano de la historia. Diez años de gestos y enseñanzas que pueden –y merecen– ser consignados y analizados en sus distintas perspectivas. En esta breve reflexión solo queremos llamar la atención sobre una característica de su ministerio en que se reconoce su raíz latinoamericana: la centralidad de los pobres.
Riqueza de la revelación divina
La Iglesia vive de la Palabra de Dios, por eso para percibir la originalidad que América Latina puede ofrecer a la Iglesia universal queremos partir de la noción de revelación divina tal como la entiende el Concilio en Dei Verbum. En su misterio de amor a los hombres, Dios dispuso darse a conocer a Sí mismo y su voluntad ofreciendo así el camino de la felicidad plena: la comunión con Él. Este diálogo amoroso tuvo su culmen en Jesucristo, Dios y hombre, que lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió. Él completa y confirma la revelación divina con la efusión del Espíritu Santo y envía a los Apóstoles a anunciar este Evangelio de salvación a todos los confines de la tierra. Desde entonces innumerable cantidad de pueblos han recibido este mensaje de salvación y lo han acogido en sus vidas por la acción del Espíritu que es quien “les enseñará todo” y “los llevará a la verdad completa” (Jn 14,26; 16,13). Es tanta la riqueza y profundidad de este mensaje, que ningún pueblo puede pensar que lo ha agotado en su comprensión. De la revelación divina puede decirse lo mismo que San Juan de la Cruz afirma de Cristo: “hay mucho que ahondar en Cristo: porque es como una abundante mina con muchos senos de tesoros, que, por más que ahonden, nunca les hallan fin ni término, antes van en cada seno hallando nuevas venas de nuevas riquezas acá y allá” (Cántico Espiritual B, c.37, 4).
Con Francisco llega al centro de la Iglesia el cristianismo de rostro latinoamericano
El mensaje de Cristo llegó a América hace cinco siglos “en medio de un dramático y desigual encuentro de pueblos y culturas” (Aparecida 4). Fruto de este doloroso encuentro nació un nuevo pueblo, mestizo, con una historia signada por la dominación y expoliación de las riquezas naturales de su suelo. Con el tiempo, y a pesar de los procesos de independencia, la dominación de la época colonial se fue reconvirtiendo en nuevas estructuras que le dan a estas tierras el triste título de ser la región más desigual del mundo. En ese contexto, y guiado por el Espíritu Santo, el pueblo latinoamericano fue encontrando un modo original de vivir el cristianismo marcado por las limitaciones propias de la pobreza y el anhelo de liberación propio de todo pueblo oprimido.
En este proceso histórico, se ha constituido un rostro latinoamericano de la Iglesia, que tiene legítimamente sus acentos propios y –sobre todo en Francisco– ha mostrado que está en condiciones de ofrecer frutos originales a la comunión eclesial. Queremos destacar aquí uno de ellos, del que hoy disfruta toda la Iglesia. Se trata del haber captado y resaltado una veta de la revelación que estaba un poco dormida: la preferencia de Dios por los pobres. En palabras de Francisco: “el corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres” (Evangelii Gaudium 197). En el contexto latinoamericano de desigualdad social, donde el clamor de los pobres llega a los oídos de cualquiera que no haya decidido tapárselos, la reflexión teológica redescubrió la centralidad que los pobres tienen para Dios y formuló lo que se llamó una opción por los pobres.
Este redescubrimiento de la Iglesia latinoamericana se dio en una historia concreta cuyas coordenadas estuvieron marcadas, en lo eclesial por la recepción de las enseñanzas del Concilio Vaticano II que impulsaban al compromiso con los que más sufren en la sociedad, y en lo político por la dialéctica comunismo-capitalismo propia de la guerra fría, que fue fría en el Norte pero en América Latina devino en una espiral de violencia fratricida. Esta deriva de radicalización política hizo especialmente difícil la formulación y –sobre todo– la recepción de la verdad evangélica de la preferencia divina por los pobres. Hasta el día de hoy, cuando Francisco habla de los pobres hay quienes piensan que está influido por el marxismo. Sin embargo, a pesar de los malentendidos y las desconfianzas hacia ciertas corrientes teológicas latinoamericanas, en 1987 San Juan Pablo II propone para toda la Iglesia la opción o amor preferencial por los pobres, entendida como una “forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia” (Sollicitudo rei sociales, 42). También Benedicto XVI, a pesar de haber sido un conocido crítico de la teología de la liberación, supo reconocer el carácter evangélico de esta intuición central y afirmó –pisando suelo americano– que la preferencia por los pobres “está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros” (Discurso en Aparecida, 3).
Si bien esta cualidad del amor divino es patrimonio de toda la tradición de la Iglesia, debemos reconocer que Francisco la puso de relieve en su magisterio de un modo nuevo. Él la enseña, la vive y la propone como centro de la vida de la Iglesia. Son incontables la cantidad de gestos y palabras con los que enseña –oportune et importune– que “los pobres están en el centro del Evangelio, son el corazón del Evangelio: si quitamos a los pobres del Evangelio no se comprenderá el mensaje completo de Jesucristo” (Homilía en Manila, 16/1/2015).
Francisco se ocupó de la centralidad de los pobres en prácticamente todos sus grandes textos. En Evangelii Gaudium afirma que por ser algo que nace del corazón de Dios “la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica” (Evangelii Gaudium 198). Habría muchos motivos para hacer de los pobres sujetos preferenciales de nuestro amor, pero el principal es que Dios lo hizo, a ellos “les otorga su primera misericordia” (ibíd.) . Por eso la opción por los pobres no es algo optativo, que pueda depender de las inclinaciones personales de cada uno, sino una característica de la fe que todos los cristianos de algún modo u otro debemos vivir. Se trata de amar como ama Cristo, primero a los últimos, y desde allí a todos.
En relación con esto aparece otra característica notoria del ministerio de Francisco, su prédica apunta al corazón del Evangelio: la misericordia de Dios. La Iglesia está llamada a ser sacramento de la misericordia del Padre. Ella encuentra su identidad más profunda siendo instrumento de la misericordia divina anunciando a Cristo. Para ser fiel, el instrumento debe transmitir la misericordia como Dios quiere darla, en el orden que Él quiere, por tanto primero a los pobres ya que “Él es el Dios de todos, pero otorga su primera misericordia a los desposeídos de este mundo”. (Juan Pablo II, Homilía en Santo Domingo).
Conclusión
En síntesis, uno de los núcleos de la original lectura que América Latina hace del Evangelio es comprender que Dios derrama su misericordia desde los pobres a todos. El mensaje de Jesús nos muestra que hay una prioridad de los pobres en el corazón de Dios y que esta preferencia tiene que reflejarse en el corazón de la Iglesia. Mirando la última década, podemos pensar que cuando los cardenales fueron a buscar un Papa al fin del mundo, el Espíritu Santo estaba dando un golpe de timón: orientar la proa hacia los pobres, para “ponerlos en el centro del camino de la Iglesia” (Evangelii Gaudium 198).
*Profesor de la Facultad de Teología de Buenos Aires. Sacerdote de la diócesis de San Nicolás.
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