Clara, la hermana que vence al poder con pobreza y conciencia
Chiara Graziani
El derecho a no poseer nada. El deber de obedecer sólo a Dios y a la conciencia, discerniendo las órdenes de la autoridad. La huelga de hambre, además, como instrumento pacífico de fidelidad a Dios y a la conciencia, poniendo de lado el propio cuerpo inerte, como piedra de escándalo, sin cuidar la vida.
La Madre Clara de Asís sigue hablando hoy con voz clara y actual. La de su Regla —la primera en la historia de la Iglesia escrita por una mujer para las mujeres— y la de sus opciones de vida revolucionarias que hablan directamente a las mujeres y a los hombres de hoy. Desobedecer una orden que viola la relación de confianza con Dios, dice la Regla por la que Clara luchó hace ocho siglos, es un deber, no una opción. Un principio afirmado en la Regla Clariana de 1258 que, sin embargo, por voluntad del Papa, estaba destinada a no ir más allá del círculo de mujeres que llamaban “madre” a Clara en el monasterio de San Damián. Y así fue, históricamente. En la Regla de Clara leemos: “Las hermanas súbditas, (...) estén firmemente obligadas a obedecer a sus abadesas en todo lo que han prometido al Señor observar y que no sea contrario al alma y a nuestra profesión”.
Las pobreza franciscana en fidelidad al Evangelio
Palabras inauditas para la época, el contexto, el tema, y para ser escritas por una mujer: hace 800 años, un sujeto bajo tutela patriarcal desde la cuna hasta la tumba, último entre los últimos, ya preconizaba proféticamente el deber de desobedecer a quien te mande hacer el mal. Sea incluso a la autoridad. Defendía, de hecho, que eso mismo debía llamarse obediencia a Dios.
La interpretación auténtica de esas palabras de extraordinaria actualidad la han dado recientemente las hermanas de la Federación Santa Clara de Asís de las Clarisas de Umbría y Cerdeña; como colectivo, de hecho, han elaborado y firmado un estudio en tres volúmenes sobre la mujer a la que también ellas, hoy, llaman madre (Chiara D'Assisi, ediciones Messaggero Padua, reimpreso en 2018). Comenzaron el trabajo para volver a escuchar la palabra y el carisma de Clara y se encontraron ante una Regla que redescubrieron viva como un desafío. Vivir la “más alta pobreza” franciscana en fidelidad al Evangelio está en su corazón. En el siglo XIII , esta pretensión de libertad total parecía absurda, casi escandalosa. Y esto es lo que capta hoy el estudio del colectivo clariano.
“Está implícito”, leemos sobre la obediencia en el volumen titulado “El Evangelio como forma de vida”, “que en el caso de que el mandato salga de la esfera legítima se puede y se debe desobedecer: la desobediencia a un mandato ilegítimo o injusto es obediencia a la verdad y al valor que el mandato debería haber mediado y no lo hizo”.
La lucha para mantener el amor
La vida que hoy vuelve a tomar forma a partir de la investigación histórica y documental de las Clarisas no es, por tanto, la de una mujer que hizo una opción de mortificación, contemplación y renuncia al mundo en espera de tierras de ultratumba. Su opción que hoy nos transmite fue, por el contrario, la de una luchadora en el mundo, incluso desde la clausura. Una opción de amor integral exige también luchar para mantener el amor.
Y Clara enseñó, y nos enseña, que el arma más afilada del luchador es el derecho a no poseer nada. Clara luchó durante mucho tiempo para que el privilegio de la pobreza (privilegium paupertatis) se convirtiera en un derecho. Sobre todo, luchó para que fuera el escudo de quienes querían seguir el estilo de vida franciscano. Obtuvo el reconocimiento formal en 1228, cuando el Papa Gregorio IX escribió a las monjas de San Damián: “Reforzamos (...) vuestro propósito de la más alta pobreza concediendo que no podáis ser obligadas por nadie a recibir posesiones” (Sicut Manifestum Est, Perusa, 17 de septiembre de 1228).
El luchador, explicó Clara a la princesa Inés de Bohemia, debe estar desnudo para no ofrecer puntos de apoyo al adversario. El privilegio de la pobreza permite escabullirse de las manos del enemigo, por violento que sea. No hay nada de sumisión en esta imagen. Hay fuerza, determinación. Sagacidad incluso.
Aún hoy, el derecho a no poseer nada nos cuestiona. La posesión, en la civilización del consumo compulsivo, es la nueva “virtud” social y fuente de esclavitud. Clara, a quien las hermanas pobres de hoy vuelven a dar voz, dice que la posesión no es una virtud. Tampoco lo es la obediencia cuando pretende violentar la conciencia libre.
El privilegio de pobreza
Si se quisiera, pues, una prueba más de la contemporaneidad integral de Clara, habría que recordar otra de sus luchadoras invenciones. Corría el año 1230. Una bula papal, la Quo elongati, separó efectivamente a Clara y a la comunidad de San Damián de la atención espiritual de los frailes menores de Francisco. Clara, entonces, también devolvió a los frailes que llevaban comida a los “pobres reclusos” de clausura. Y nadie, privilegio de pobreza en mano, pudo desafiar su desobediencia, negándole el derecho a protestar. Fue una huelga de hambre de mujeres y una huelga por amor. Ganaron, las pobres (y recluidas) hermanitas de San Damián. Indomables en la obediencia a Dios, sembraron, como reclusas, también nuestro futuro.
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