El "Titulus Crucis": del Calvario a Roma, historia de la famosa reliquia de la Pasión
Maria Milvia Morciano - Ciudad del Vaticano
Helena, madre de Constantino, según el historiador del siglo V Eusebio de Cesarea, en su obra De vita Costantini, viajó entre los años 326 y 328 a Tierra Santa tras la pista de los lugares donde habían tenido lugar la Pasión y la Resurrección del Señor. Regresó a Roma portando diversas reliquias y la tierra de Jerusalén, que fue esparcida en el Palacio Sexoriano, residencia de la emperatriz. En él hizo construir una capilla para albergar los objetos sagrados que había traído consigo: entre ellos, fragmentos de la cruz, algunos clavos y el Titulus Crucis. La capilla constituye el primer núcleo de la basílica de la Santa Cruz en Jerusalén y su nombre evoca ya el deseo de la fundadora de reconstruir en Roma una réplica a escala del lugar santo. Una pequeña Jerusalén expresada también por la persistencia del topónimo Hierusalem.
"Jesús de Nazareth, rey de los judíos"
El Titulus Crucis es una tablilla de madera de nogal con una inscripción en tres líneas, en tres lenguas y todas con dirección de derecha a izquierda: hebreo, griego y latín. La inscripción dice: Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum, "Jesús Nazareno Rey de los Judíos", que también conocemos por las iniciales "I.N.RI.". Se trata del cartel colgado en la cruz por indicación de Pilato, que quiso así especificar el motivo de la condena según el derecho romano, a saber, la acusación de que Jesús se había proclamado rey de los judíos. Este uso sólo se reservaba a ciertos condenados "especiales". Además, las tres lenguas sólo se encontraban en inscripciones solemnes. Esta inscripción, junto con la corona de espinas y la caña como cetro, constituye una acción altamente humillante contra Cristo, sobre todo, porque fue realizada por un ciudadano y dignatario romano a un judío sumiso. Una vil burla. Todos los Evangelios, recuerdan este acontecimiento (Mc 15,26; Lc 23,38; Mt 27,37; Jn 19,19-20) destacando la importancia simbólica del titulus, pero también, evidentemente, la firme voluntad de subrayar su veracidad histórica.
Objeto de veneración antigua
Dejando de lado el testimonio concordante de los Evangelios, hay que llegar hasta finales del siglo IV para encontrar el primer testimonio del titulus. Egeria, en su Itinerarium, afirma haberlo visto junto con la Cruz, expuesto a la adoración de los peregrinos, durante su peregrinación a Tierra Santa en el 383 (Itinerarium Egeriae 37,1): "...y se trae una caja de plata dorada, en la que está el santo madero de la cruz, se abre y se saca, tanto el madero de la cruz como el título se colocan sobre la mesa". En 570, Antonino de Piacenza vuelve a mencionarla, citando también el texto, similar al de Mateo en los Evangelios, (Itinerarium, Corpus Christianorum, S. Latina, 175, 130). Esto podría significar que la reliquia llegó a Roma en un momento posterior al viaje de Helena. Lo cual no es extraño, ya que es la Cruz la reliquia indisolublemente ligada a la emperatriz, tanto en fuentes como la Legenda Aurea, como en el arte, por ejemplo, en los frescos de Piero della Francesca en Arezzo.
Un detalle muy importante que atestigua la especial atención prestada a la reliquia es su descubrimiento "físico" el 1 de febrero de 1492. Estaba encerrada en una caja de plomo con los tres sellos del cardenal Gerardo Caccianemici -el futuro papa Lucio II (1144-1145)- y tapiada en un nicho de la cumbrera del arco triunfal de la Basílica. Su colocación en este lugar se remonta, por tanto, a la época en que se construyó el crucero de la basílica. ¿Por qué se colocó allí? El lugar, la cresta del arco triunfal, sugiere su valor profundamente simbólico: en el centro de la Basílica, en el punto más alto de su arquitectura.
El debate sobre la autenticidad
Sobre la autenticidad o no de la tablilla, se ha desarrollado un debate que sostiene tesis opuestas: por un lado, la negación de la originalidad del hallazgo, a través de los resultados del análisis radiocarbónico, realizado en 2002, que desplazaría el cartel a una época tardía, entre los siglos X y XII. La segunda tesis la considera verídica o, al menos, una copia fiel de una época contemporánea a la muerte del Señor, basándose en ciertas pruebas, como los caracteres paleográficos que pueden remontarse al siglo I d.C.
Algunas discrepancias, como la correspondencia no exacta con las palabras de los Evangelios, pondrían de relieve una escritura de "primera mano", y la evidencia de Nazarinus en lugar de Nazarenus en el latín sería un error que un falsificador nunca habría cometido. Los partidarios de la autenticidad del titulus también rebaten cómo el análisis C14 debe cumplir una serie de condiciones que no son válidas para la tablilla, que además lleva las huellas biológicas de los muchos peregrinos que la tocaron y besaron, hasta el punto de consumir parte de la escritura. Algunos estudios creen, entre otras cosas, que no está intacta, sino que es una porción de una inscripción más larga y que, efectivamente, parte de ella permaneció en Jerusalén junto con parte de la cruz, dispersada posteriormente. Una suposición que contradicen algunos estudiosos que afirman que lo se encuentra en la Basílica de la Santa Cruz es integral y lleno de sentido.
Un entierro real
Entre los principales estudiosos favorables a la autenticidad del titulus se encuentra Maria Luisa Rigato, profesora de la Universidad Gregoriana, que reafirma su autenticidad basándose en el análisis paleográfico, que considera que las letras corresponden perfectamente a las que se utilizaban en el siglo I. La estudiosa plantea además una hipótesis realmente sugerente pero verosímil: que el titulus fue depositado en el entierro de Jesús. Por indicios como la piedra que cerraba el sepulcro, la tumba era grande, de tipo cámara. El cuerpo de Jesús fue ungido con ungüentos preciosos. El sudario, que la devoción reconoce en la Sábana Santa, es una tela preciosa y desde luego no se utilizó para los muertos comunes. Se trata de un enterramiento real que corrobora, según Rigato, la plena autenticidad del cartel con el que Pilato había colocado en la cruz.
La capilla de las reliquias
Hasta 1930, las reliquias se conservaron en la capilla subterránea de Santa Elena, que fue objeto de numerosas restauraciones y renovaciones con la ayuda de grandes artistas como Baldassarre Peruzzi, Giuliano da Sangallo, Pomarancio y Rubens. La capilla se consideraba sagrada al mismo nivel que el Sanctorum de San Juan de Letrán. La tierra del Calvario traída por la emperatriz se depositó justo delante de la capilla. La difícil accesibilidad de la sala y su humedad obligaron a trasladar las reliquias a otro lugar. La capilla actual se creó a partir de la sacristía situada al final de la nave izquierda, diseñada por Florestano Di Fausto. Inaugurada en 1930 y terminada en 1952, crea un recorrido marcado por las etapas de la Pasión que culmina ante los tres fragmentos de la Cruz, el titulus, un clavo y parte de la corona de espinas, así como otras reliquias menores añadidas en épocas posteriores.
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