Religiosa brasilera: He visto el rostro de Dios en los niños indígenas
Sor Joana Aparecida Ortiz
El dolor que siente el pueblo es nuestro dolor. Como religiosa franciscana de Nuestra Señora de Aparecida, hija de esta tierra del Mato Grosso do Sul – en la región centro-occidental de Brasil – donde reside la segunda población indígena más grande del país – “Donde un buey vale más que un niño indígena, donde la soja vale más que un árbol de cedro”, en 2010 me sentí llamada a estar junto a este pueblo, que es mi pueblo.
La inspiración que viene de un sueño
Sentí una angustia terrible sin saber qué me estaba sucediendo, cuando soñé que los pueblos indígenas venían a nuestra casa y nos pedían ayuda. Al día siguiente el sueño continuó y en él aparecía mi madre (que seguramente tenía sangre indígena) que me entregaba un sobre pidiéndome que lo llevara al campamento indígena. Al día siguiente el sueño prosiguió, entregaba el sobre a un señor anciano de un pueblo en la orilla del camino. El viejo indio me decía: “no queremos dinero, sino la presencia”.
Me desperté conmovida por ese sueño, pensando que estaba realmente fuera de mí. ¿Pero cómo realizaría una misión similar si nosotras, como congregación, no teníamos una casa en el pueblo? Fue entonces que, con la ayuda de la CRB (Conferencia de Religiosos del Brasil) conocí el CIMI – Consejo Indígena Misionero, organismo de la Iglesia católica de Brasil. Así comencé mis recorridos por los pueblos del estado agroalimentario de Mato Grosso do Sul.
La triste realidad indígena del Mato Grosso do Sul
¡Dios mío, cuánto dolor y sufrimiento he visto! De pueblo en pueblo, de campamento en campamento, a las orillas del camino, en las reservas indígenas y en los terrenos de las haciendas. He visto incendiar las chozas de muchas personas, y a los niños desnutridos.
Y en ese momento he visto también a los misioneros del CIMI ocuparse de una niña en estado de grave desnutrición que, aunque fue asistida, al día siguiente falleció.
He identificado el carisma congregacional que me impulsaba hacia esta realidad: “Honremos el nombre de Aparecida, dejemos las plazas por donde ya pasa tanta gente, vayamos a los sótanos, donde no se dan codazos”, como decía nuestra fundadora, Madre Clara María de Azevedo e Souza.
En 11 años, el camino con Dios y con los indígenas
En 2012, concluí el curso básico del CIMI y, como misionera de este ente, pude ver el rostro de Dios en el rostro de los pueblos indígenas. Como congregación, me pude unir al trabajo misionero convirtiéndome en presencia.
En 2015 el organismo fue sometido a una CPI (comisión parlamentaria de investigación) por su defensa de los derechos de las comunidades. Estoy involucrada en ese proceso y pude experimentar en parte lo que Cristo vivió en el Sanedrín frente a las falsas acusaciones, porque quería la libertad de su pueblo.
Hemos sido perseguidos, calumniados, difamados, pero no derrotados, porque creemos que el Señor camina con nosotros. Hemos ganado esa batalla.
Desde hace once años estoy recorriendo este camino con los pueblos indígenas, siento que hay mucho por hacer.
Pero la alegría más grande es ver hoy el protagonismo indígena que conquista los propios espacios y derechos. “¡Nunca más un Brasil sin nosotros!”, es una frase pronunciada por Sonia Guajajara cuando asumió el cargo como ministra de los Pueblos Indígenas de Brasil a inicio de año. Como congregación, reafirmamos nuestro compromiso de apoyo y presencia para que los indígenas tengan las propias tierras delimitadas y los propios derechos respetados.
Hoy considero esta misión como una fuerte llamada de Dios en mi vida, en cuanto persona con sangre indígena en las venas. Salí de ese pueblo y a él he vuelto y me he convertido en una persona diferente. Aunque mi pueblo no ha conquistado todavía las propias tierras delimitadas y los propios derechos garantizados, ha conquistado su protagonismo.
Gracias por haber leído este artículo. Si desea mantenerse actualizado, suscríbase al boletín pulsando aquí