Mongolia. La misión en Arvajhėėr, estrategias de los hombres, sorpresas de Dios
Vatican News
Según el último censo, en Arvajhėėr hay menos de 20 mil habitantes. En esa pequeña ciudad de Mongolia, a 400 kilómetros al sur de la capital, los misioneros comenzaron su labor apostólica hace apenas veinte años. Antes de eso, no había rastro de presencia de la Iglesia católica en esa región.
El "nuevo comienzo" de la misión de Arvajhėėr es el punto de partida del cuarto vídeo-reportaje realizado por la Agencia Fides por Teresa Tseng Kuang yi en vista del viaje del Papa Francisco a Mongolia del 31 de agosto al 4 de septiembre. Las imágenes, el material de archivo y los testimonios inéditos condensados en el vídeo sugieren de forma sencilla y desorientadora de qué fuentes de gracia bebe la aventura misionera vivida en Mongolia en las últimas décadas.
Arvajhėėr", explica el cardenal Giorgio Marengo, misionero de la Consolata y hoy Prefecto Apostólico de Ulán Bator, después de haber sido párroco durante mucho tiempo en la pequeña ciudad del centro-sur de Mongolia, "era realmente la misión de primera línea para mí", porque "la realidad de la capital es una cosa, la provincia, el campo, es otra". Al llegar a Arvajhėėr, los primeros misioneros y misioneras dejaron atrás "ese poco de certeza" que habían adquirido en los primeros días de su presencia en Mongolia, para "abrirse de nuevo a la novedad total". Allí el camino se desveló en "un sencillo testimonio de vida con los más pequeños, con los más pobres". Y así "nació también en algunas personas el deseo de acercarse a la fe".
En el vídeo-narración, los testimonios de misioneros como el padre James Mate, la hermana Magdalene Maturi y la hermana Theodora Mbilinyi afloran casi sin querer los rasgos distintivos de toda auténtica labor apostólica: la concreción, la inmanencia en lo ordinario de la vida de la gente, la humildad gozosa de quien reconoce que la misión de tocar y cambiar el corazón de las personas no es mérito suyo, sino obra de Otro. "No hay nada grande en lo que hacemos, sólo la amistad y las pequeñas cosas que podemos hacer con ellos", dice sor Theodora, que inmediatamente añade que se siente "bendecida" porque las cosas que ha visto en Arvajhėėr no son lo que sólo "estudiamos en los libros", sino que son "algo real y vivo".
Hechos y encuentros que son reales y vivos -esto se desprende del vídeo-reportaje de Arvajhėėr- pueden acompañar la vida de los misioneros y misioneras a lo largo del tiempo, configurándolos a Cristo. La asimilación dócil a Cristo es el secreto de la fecundidad de toda auténtica aventura misionera. No a través del voluntarismo en busca de visibilidad mediante empresas rimbombantes, sino por el camino de la fidelidad agradecida y cotidiana. "Si pensamos en la vida de Nuestro Señor a lo largo de los 33 años que pasó en esta tierra", dice el cardenal Marengo en el reportaje de vídeo, "los primeros treinta años transcurrieron en el anonimato de Nazaret. Luego, tres años de ministerio y tres días de Pasión, Muerte y Resurrección'. La vida de los misioneros -señala el Prefecto de Ulán Bator- a menudo parece seguir un "patrón", con la sucesión de muchos días "quizá no tan significativos, al menos lo parece", pero vividos en fidelidad a la relación con Cristo. Tratando de construir relaciones con los demás como Jesús hizo con sus amigos y discípulos. "Y luego, dentro de este tejido de vida, el Señor construye todo su misterio de amor por las personas a las que somos enviados". No sirve de nada inventar estrategias misioneras y "tener grandes planes", mientras que es mejor "estar abiertos a lo que la realidad nos dice día a día". Así la gente puede darse cuenta de que "más allá de nuestras pobres vidas hay un mensaje de amor, de misericordia, que luego les toca y acaba por moverles hacia la fe".
La gratitud que testimonian los mongoles bautizados, los primeros que fueron movidos y atraídos a la fe en Cristo, atestiguan cómo Cristo sigue ejerciendo su preferencia por los pobres y los pequeños. En el reportaje, la pareja de ancianos Perlima y Renani relatan la alegría de ir a misa y las oraciones con las que cada día piden a Dios que proteja sus vidas y también su ganado. Confiesan que conocieron a la pequeña comunidad católica de Mongolia en una época en la que con sus cuatro hijos "la vida era muy difícil", no había trabajo y "no teníamos comida todos los días". Pero añaden que, desde entonces, cada noche, incluso cuando había poco que comer, "nos reconocíamos ricos en el amor de Cristo".
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