Mourad: Los jesuitas Van der Lugt y Dall'Oglio, nuevos mártires de Siria
Jean Charles Putzolu - Ciudad del Vaticano
Secuestrado en Siria en 2015 y retenido durante cinco meses por los yihadistas del autodenominado Estado Islámico antes de lograr escapar, el padre Jacques Mourad, arzobispo católico sirio de Homs, estuvo a punto de ser martirizado. "Conviértete o te cortaremos la cabeza", le dijeron sus carceleros. Esta frase, pronunciada como un ultimátum, puso al entonces sencillo monje del monasterio de Mar Elian frente a sus votos. "Me encontraba exactamente en esta encrucijada", dice, "seguir llevando la Cruz hasta la muerte con Cristo, por amor a la Iglesia y a la salvación del mundo, o renunciar a ella y dejar así también de lado mi vocación". Luego vino la certeza de seguir llevando la Cruz, y no sólo eso. "También de pensar en mis carceleros", dice el Arzobispo de Homs. "El don que he recibido durante esta experiencia -añade- es mirar a estas personas, a estos yihadistas, con espíritu de oración para pedir a Dios que ilumine sus corazones, que los convierta. No por mí, sino por su salvación y por la paz mundial". Esta renovada confianza total en Dios "me liberó de todo temor", prosiguió el prelado. "Cuando nos enfrentamos a la muerte, hay un cierto sentimiento de miedo que penetra en nuestra alma. Cada vez que tenía este miedo rezaba el Rosario, el miedo desaparecía y se convertía en valor".
El cautiverio un tiempo de gracia
"Hoy considero aquella experiencia como una gracia", dice monseñor Mourad, "una gracia que comenzó el octavo día, justo antes de la puesta del sol". El arzobispo sirio católico de Homs recuerda que, al final de su primera semana como rehén, recibió la visita del gobernador de Raqqa, sin saber que el hombre que tenía delante era el líder del autodenominado Estado islámico en Siria. "Cuando le pregunté: ¿por qué somos prisioneros? ¿Qué hemos hecho de malo para serlo?", el líder islamista respondió: "Considera este tiempo como un retiro". "Su respuesta conmocionó el resto de mi vida", subrayó el arzobispo, que admitió que nunca esperó una respuesta así de un líder extremista al frente de uno de los grupos más sanguinarios, un enemigo. "Aunque para un discípulo de Cristo no hay enemigo. Y si lo hay, estamos invitados a amarlo", exhorta el arzobispo de Homs, "¿cómo se puede amar a un enemigo que quiere matarte y al que tú querrías matar? Ahí está el misterio del amor de Cristo, que se reveló claramente cuando dijo en la cruz: 'Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen'". Jacques Mourad se fugó en su quinto mes de detención, ayudado por un joven musulmán que, junto con una quincena de personas, organizó también la huida de decenas de rehenes. "Dios quiso salvarme en este mundo para que pudiera seguir sirviendo y dando testimonio de un importante principio evangélico: si quieres la paz, empieza por abrir tu corazón".
El martirio del jesuita Frans Van der Lugt
Un año antes del secuestro de Jacques Mourad, también en Homs, el jesuita holandés Frans Van der Lugt fue asesinado en el jardín de su convento. En 2015, el actual arzobispo de Homs sabía, por tanto, exactamente a qué se enfrentaba con sus secuestradores yihadistas. "El padre Frans fue para mí, y para todos los sirios, el ejemplo de fidelidad a su maestro, Jesucristo. Dedicó su vida al amor por Siria y por el pueblo sirio". Su ejemplo, prosigue monseñor Mourad, es el de Cristo encarnado que lleva a todos el mensaje del amor del Padre, "y la verdadera salvación sólo puede venir a través del amor y del sacrificio de sí mismo".
Paolo Dall'Oglio, un mártir viviente
El arzobispo de Homs recuerda a continuación a otro jesuita, Paolo Dall'Oglio, del que no se tienen noticias desde 2013. En Roma, en la iglesia de San Ignacio de Loyola, se celebró una misa en el décimo aniversario de su desaparición, el 29 de julio pasado. Monseñor Mourad también participó en la celebración. Él y el padre Dall'Oglio compartieron casi 30 años juntos. Juntos restauraron el monasterio de Mar Moussa. Se conocen desde 1986. "Conocí al padre Paolo como me conozco a mí mismo y le quise como me quiero a mí mismo. Para mí, es un mártir viviente. Es un verdadero mártir viviente, tanto si está muerto como si sigue vivo". "Un mártir es alguien que vive siempre en la memoria de la Iglesia", señala el arzobispo de Homs, "en el corazón de la Iglesia y del pueblo de Dios. El padre Paolo apoyó a tanta gente, explica, que la gente venía de todas partes para conocerle. "Si recopilamos los mensajes y las cartas que recibía o enviaba, podríamos hacer una enciclopedia con ellas", dice monseñor Mourad, sonriendo. "Era alguien que siempre estaba ahí para todos, tanto para los más jóvenes como para los más mayores; tanto para el creyente como para cualquier otra persona".
La oración nos ayuda a vivir la libertad que Dios nos ha dado
Hablando de su cautiverio, monseñor Mourad considera que estar prisionero es lo peor que se puede infligir a un ser humano creado a imagen de Dios, "creado libre, libre para pensar, libre para hablar, libre para moverse". "Dios nos ha dado esta gracia", aclara, y hacer prisionero a un hombre es "un acto contra la voluntad de Dios en su creación". En este contexto, "la única práctica que nos ayuda a vivir esta libertad esencial es la oración, porque es la oración la que nos permite salir de nosotros mismos para estar con Dios y vivir con los que amamos". "Puedo dar testimonio de que era lo único que daba sentido a mi detención, a mi vida cotidiana". Paradójicamente, concluye el prelado, el periodo de mi cautiverio fue "el más generoso de mi vida espiritual, de mi relación con Dios y con la Virgen María".
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