Mi experiencia del Sínodo hasta ahora
Hermana Marie Solange Randrianirina
Mi experiencia de este Sínodo sobre el tema «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión» comenzó cuando la Conferencia Episcopal de Madagascar me nombró entre los miembros del grupo nacional encargado de animar y preparar a las Iglesias de toda la isla para vivir este momento. Éramos siete en ese grupo: tres sacerdotes diocesanos, un sacerdote religioso, un laico, una laica y yo, una religiosa, naturalmente con el obispo designado para participar en el Sínodo. Es en ese grupo donde comenzó la experiencia de «caminar juntos», un estilo de vida caracterizado por la comunión, la misión y la participación, que el Papa Francisco nos invita a vivir como hijos e hijas de Dios.
En este grupo somos diferentes en muchos aspectos, como el estado de vida, los conocimientos, los talentos, la sociedad de la que venimos, la edad, además del carácter de cada uno... Pero el amor a la Iglesia que tenemos en común y las diferencias aceptadas, que se han convertido en diversidad, constituyen mi primer paso hacia la sinodalidad, porque de esto depende la disponibilidad para escuchar: escuchar al Espíritu Santo, el protagonista del Sínodo, escuchar a los demás y escuchar también la «casa común», y de esto depende también la capacidad de discernir. Luego, la escucha y la acogida de los demás se hicieron cada vez más importantes a medida que interactuaba con todos los que participaban en el Sínodo a nivel diocesano, luego a nivel nacional y también a nivel continental, durante la cita celebrada en Addis Abeba (Etiopía) a principios del mes de marzo, y sobre todo ahora en que la Iglesia del mundo entero está viviendo la experiencia de «caminar juntos». Así, poco a poco fui ampliando el espacio de mi tienda para tejer la comunión con todos aquellos que ahora se han convertido en miembros de mi familia, mis vecinos y mis amigos.
Lo que espero con impaciencia
De la oración por el Sínodo me gusta mucho esa parte que dice: «Somos débiles y pecadores; no permitas que promovamos el desorden. No dejes que la ignorancia nos lleve por el camino equivocado ni que la parcialidad influya en nuestras acciones». En primer lugar, espero que esta oración se haga realidad en nuestra Iglesia. Si la Iglesia, a través de sus hijos e hijas, vive sus propósitos, será agradable permanecer dentro de ella y, por lo tanto, será como una mancha de aceite a medida que vaya caminando con la sociedad. Este Sínodo ha permitido que personas de diferentes estratos sociales se acerquen aún más. Ha favorecido el espíritu de comunión y el sentido de escucha recíproca y de compartir. Todos, y en particular los laicos, estaban entusiasmados por poder pronunciarse sobre puntos esenciales que podían promover su relación con la Iglesia. Este Sínodo ha reforzado el compromiso de todos los bautizados en la vida de la Iglesia. Por tanto, espero con impaciencia que la sinodalidad se haga tangible en la Iglesia a todos los niveles.
El Sínodo para mí y para las religiosas en África
Este Sínodo sobre la «sinodalidad», sobre todo en la forma en que se ha desarrollado, es una gran oportunidad para subrayar que todos, sin excepción, son útiles en la Iglesia. Así, cada uno y cada una, según el don que ha recibido (1 Cor 12,4-7), sus competencias y su vocación, participa en la misión de la Iglesia. El Sínodo nos abre a la gracia de comprender que no podemos ir solos hacia Dios y que la Iglesia necesita a sus hijos para poder cumplir su misión evangelizadora en el mundo actual. Por lo tanto, no debe haber interferencia en las responsabilidades o lucha por el lugar entre nosotros, sino más bien complementariedad y respeto mutuo. Las religiosas en África son como las (pocas) mujeres que han seguido a Jesús, se comprometen, como mujeres y según sus carismas, en el anuncio del Evangelio. Este Sínodo nos interpela ante todo a revisar nuestra forma de «caminar juntos» en nuestra congregación y luego nuestra forma de «caminar juntos» con la Iglesia y con la sociedad africana en la que vivimos. También nos ofreció la posibilidad de hacernos sentir, de formar la familia de Dios.
El camino sinodal no es siempre un largo río tranquilo, sin problemas, pero estoy convencida de que con la voluntad de caminar juntos y de soportar las dificultades, llegaremos a un resultado tangible porque «solos se va más rápido, pero juntos se va más lejos» (proverbio africano). Así, la docilidad al Espíritu Santo nos impulsa a abrirnos a los demás, nos da la certeza de escucharnos mutuamente y nos ayuda a aprender los unos de los otros, ya que la diversidad es una riqueza y una garantía que nos permite vivir de manera eficaz nuestra identidad: «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión».
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