El escándalo del migrante más pequeño que hoy da ejemplo en España
Felipe Herrera-Espaliat desde Cádiz, España
Por las estrechas calles del centro de Cádiz, España, hay un rostro que se hace cada vez más familiar, pues suele acompañar a los migrantes que llegan, principalmente, desde África. Se trata del trabajador social Mohamed El Harrak, un joven profesional de origen marroquí contratado por la Fundación Centro Tierra de Todos y que conoce bien los dolores de la migración, porque los padeció en su propia piel.
Mohamed tenía nueve años cuando su padre cayó en la cárcel, y junto a su madre y a sus tres hermanos mayores quedaron desamparados en Ketama, un sector rural donde vivían pobremente al norte de Marruecos, África. Pero según había escuchado este niño, el puerto de Tánger no estaba tan lejos y desde allí se podía viajar hasta España, esa suerte de tierra prometida donde muchos marroquíes lograban abrirse un futuro.
Por eso, pese a su corta edad, Mohamed no lo dudó, arrancó de casa y recorrió 220 kilómetros hasta llegar a dicha ciudad. Después de semanas de deambular por las calles, y tras innumerables intentos fallidos, aprovechó un semáforo en rojo y logró subir a un camión y esconderse en la cajuela de las ruedas de repuesto. Pocas horas después el vehículo cruzó sobre un barco hasta el puerto español de Algeciras, donde la policía descubrió inmediatamente al pequeño polizón.
“Fue un caso muy escandaloso, porque era una novedad que un niño tan pequeño viniese de la forma en que yo vine. Estuve varios días de comisaría en comisaría hasta que me metieron en un centro de acogida llamado El Cobre”, recuerda Mohamet. A partir de ese momento comenzó un itinerario de dos años que lo condujo por seis distintos hogares de protección en diversas ciudades de la región española de Andalucía. De hecho, según los registros oficiales, es el niño de menor edad que ha llegado sin un adulto a España en calidad de migrante indocumentado.
La anhelada estabilidad
Él mismo reconoce que, siendo tan joven, carecía de autocontrol y solía fugarse de las residencias, pues no lograba adaptarse a nada. Solo cuando llegó al Centro de Menores Divina Infantita de Cádiz, obra de las Esclavas de la Inmaculada Niña, encontró la anhelada estabilidad. Estaba por cumplir 12 años. Allí fue cobijado por cinco religiosas que, junto a un equipo interdisciplinario de profesionales, le brindaron un acompañamiento apropiado y lograron matricularlo en el Colegio Salesiano, donde se le abrió un mundo nuevo, marcado especialmente por la acogida de sus compañeros y de sus familias.
“Mi ambición fue llegar a su nivel de idioma, de cultura, académico y de costumbres. Yo me dije, ya que estoy aquí me tengo que integrar. Yo me levantaba y me acostaba en la biblioteca”, detalla este joven que hizo del estudio y del fútbol su programa cotidiano.
Así, consiguió acabar su formación escolar y, posteriormente, obtuvo un grado en atención a personas en situación de dependencia, y otro en animación sociocultural y turística. Pero eso no bastó, porque habiendo recibido una beca, se tituló de Trabajador Social en la Universidad de Cádiz, carrera que pudo estudiar mientras trabajaba 40 horas a la semana. Esto le permitió mantenerse financieramente y no perder el permiso de residencia otorgado por el gobierno español, porque ya era mayor de edad y debía asumir sus responsabilidades como migrante.
El momento más bonito
Mohamet tenía 20 años cuando regresó por primera vez a Marruecos a ver a su familia. Había retomado ya el contacto telefónico con sus padres, quienes habían sumado a la familia dos nuevos hijos. “Ese fue el momento más impactante de mi vida, porque fui a conocerlos. Yo no los había visto nunca y fui a recogerlos al colegio. Creo que es el momento más bonito de mi vida”, expresa con emoción Mohamed.
Sin embargo, él ya había echado sus raíces en España, hasta donde regresó para seguir trabajando en el ámbito del servicio social. Hoy está cursando un Master en Mediación, mientras ha sido contratado en Tierra de Todos, organización dependiente del Obispado de Cádiz y Ceuta que se dedica, entre otros proyectos, a la acogida y promoción de los migrantes.
El director del Secretariado de Migraciones de este obispado, el misionero scalabriniano Sante Zanetti, conoce de cerca la historia de Mohamed y también la de miles de migrantes que ha encontrado en Europa y América a lo largo de su vida religiosa. Para él, el gran desafío ante la migración es ayudar a que las personas no se vean forzadas a perder su identidad ni sus valores originales, y que aprendan a interactuar con las características de la sociedad a la que llegan. “Se trata de unir capacidades, valores y proyectos para crear esa humanidad nueva cuyo camino nos indica Jesucristo. Esa unión de fuerzas, proyectos y fe nos ayuda a construir un mundo mejor, más fraterno y más humano”, afirma el sacerdote.
Y en ese cometido está empeñado Mohamed, quien por su proveniencia, idioma, experiencia y por sus competencias adquiridas, juega un rol fundamental en la bienvenida y orientación de quienes arriban por primera vez a Cádiz desde África. “Mi objetivo ha sido siempre ser un ejemplo para ellos. Les digo que mantengan la calma, que tengan paciencia, y que cumplan con todas sus responsabilidades, porque todo llega si van por el camino de lo correcto”, asegura Mohamed. El pequeño niño que huyó de Marruecos ya cumplió 25 años y hace cinco meses obtuvo la nacionalidad española. Algo que valoran hondamente sus colegas porque, según ellos, él es un gran aporte para el país.
Este reportaje fue hecho en colaboración con el Global Solidarity Fund.
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