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Cardenal Jean-Claude Hollerich, arzobispo de Luxemburgo y relator general de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos - foto de archivo. (REUTERS) Cardenal Jean-Claude Hollerich, arzobispo de Luxemburgo y relator general de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos - foto de archivo. (REUTERS)

Cardenal Hollerich, de una pequeña Iglesia a una comunidad de esperanza

El arzobispo de Luxemburgo recibe al Papa Francisco en su diócesis con ocasión de la 46ª visita apostólica del Santo Padre. Este estrecho colaborador del Santo Padre nos introduce en su Iglesia, que ha cambiado mucho en las últimas décadas.

Xavier Sartre - Enviado a Luxemburgo

El cardenal Hollerich estuvo unos días en Roma para ajustar los últimos detalles de la próxima sesión del Sínodo de los Obispos dedicada a la sinodalidad. Después voló de nuevo a Luxemburgo para encargarse de los últimos preparativos de la llegada del Papa Francisco a Luxemburgo este jueves 26 de septiembre. Entre ambas reuniones, dedicó unos minutos a hablar con los medios de comunicación vaticanos sobre su patria y su Iglesia.

¿Cuál es la situación de su Iglesia?


Es una Iglesia pequeña, débil, en una sociedad muy secularizada. Quizá podríamos comparar Luxemburgo con Irlanda, un país que era muy católico -algunos dirían incluso demasiado católico en su momento- y donde ahora la Iglesia es pequeña y débil, pero sigue viva. La visita del Papa nos brinda la oportunidad de fijarnos en los signos de esperanza que tenemos. Estos signos de esperanza son indicadores de nuestro camino juntos como pueblo de Dios.

¿Cuáles son esos signos de esperanza?

En primer lugar, hay que observar la sociología del país. La mitad de los habitantes de nuestro país no son ciudadanos luxemburgueses. Somos un país de migración. La población del país aumenta en 10.000 personas cada año, pero el porcentaje de luxemburgueses sigue siendo el mismo, es decir, hay tantos nuevos ciudadanos que adquieren la nacionalidad luxemburguesa como nuevos inmigrantes. Esto significa que muchos luxemburgueses son de origen extranjero y tienen doble nacionalidad. Un tercio de la población ha nacido en Luxemburgo, y no son sólo luxemburgueses. Además, la población de Luxemburgo está envejeciendo. No hay muchos niños luxemburgueses y hay un cierto materialismo, la comodidad económica es el valor supremo.

Pero cuando veo todas las demás poblaciones de nuestro país, a veces las iglesias son demasiado pequeñas. Se puede ver en las numerosas comunidades de habla portuguesa, pero también en la creciente comunidad de habla inglesa, sin olvidar las comunidades polaca, ucraniana, maronita, caldea, italiana y otras.

La variedad es enorme, pero las grandes fiestas religiosas del país, como la Octava de Nuestra Señora Consoladora de los Afligidos, reúnen a todas las poblaciones de Luxemburgo. Y es precioso. Y de hecho, el Santo Padre abrirá nuestro 400º año de veneración de Nuestra Señora de Luxemburgo, nuestro gran jubileo mariano en Luxemburgo.

Más allá del anuncio del Evangelio, más allá del reconocimiento de estos signos de esperanza, ¿qué espera de esta visita del Papa Francisco para la Iglesia de Luxemburgo?

En primer lugar, es una oportunidad para tomar conciencia de nuestra propia situación. También es una oportunidad para la oración, porque en primer lugar he pedido a todos los católicos que se preparen en la oración para la visita del Papa. Y sin oración no puede haber renovación de la Iglesia.

Esta visita del Santo Padre es también una ocasión para tomar conciencia de las nuevas posibilidades que se abren y para avanzar juntos con valentía.

¿Qué puede aportar su país a la Iglesia universal?

Creo que es muy importante que las Iglesias europeas vean esta experiencia, porque en Europa tenemos Iglesias nacionales muy fuertes: la Iglesia de Francia es muy diferente de la Iglesia de Bélgica, que a su vez es muy diferente de la Iglesia de Alemania y de la Iglesia de Polonia, por no hablar de la Iglesia de Hungría, etcétera. Así que tenemos que estar mucho más abiertos los unos a los otros. Tenemos que escucharnos unos a otros y acabar con el nacionalismo eclesial que podría establecerse con los otros nacionalismos que están despegando en Europa. Hay que evitarlo. La Iglesia nunca es nacional, está enraizada en lo nacional, en la cultura y la historia de cada nación, pero no es nacional.

En Luxemburgo, somos una Iglesia internacional. El bautismo no hace ninguna diferencia. No estás más bautizado si eres luxemburgués que si eres francés o portugués.

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26 septiembre 2024, 11:47