Monseñor Dumas: Hoy Haití necesita una reconciliación global, nacional
Olivier Bonnel - Ciudad del Vaticano
El 17 de octubre, en Nueva York, el Consejo de Seguridad de la ONU votó por unanimidad imponer un embargo mundial sobre todas las armas y equipos militares destinados a Haití. La medida pretende frenar el flujo de armas hacia las bandas armadas que controlan amplias zonas del país caribeño. Desde hace meses, Haití se encuentra bajo el dominio de estos grupos criminales, que han tomado el relevo de unas instituciones ausentes y corruptas y se han alimentado de la pobreza.
La nación parece hundirse inexorablemente en la violencia. A principios de octubre, una masacre de bandas dejó 115 muertos en Port Sondé, localidad situada en la ruta entre Puerto Príncipe y Cabo Haitiano, las dos principales ciudades del país. Una fuerza multinacional liderada por Kenia, para apoyar la seguridad en Haití, comenzó a desplegarse en el país este verano, pero los resultados son difíciles de obtener.
Al final del Ángelus del 13 de octubre, el Papa Francisco hizo un llamamiento para que no olvidemos al pueblo haitiano: "Sigo de cerca la dramática situación en Haití, donde continúa la violencia contra la población, obligada a huir de sus hogares en busca de seguridad en otros lugares, tanto dentro como fuera del país".
Son palabras que han conmovido a Pierre-André Dumas, obispo de Anse-à-Veau y Miragoâne. Él mismo resultó gravemente herido en una explosión el pasado mes de febrero. Lo entrevistamos mientras continúa su convalecencia en Estados Unidos. Monseñor Dumas sigue muy cerca de las comunidades de su país e insta al mundo a no apartar la mirada.
Una misión internacional dirigida por Kenia ya ha desplegado hombres en el país. En las próximas semanas deberían llegar 600 nuevos policías. ¿El restablecimiento de la seguridad en Haití depende de esta fuerza internacional?
Por supuesto que necesitamos esta fuerza internacional, con el apoyo, por así decirlo, del pueblo haitiano, que debe seguir en pie y participar en esta reanudación de la vida en sociedad, en el redescubrimiento y la reconstrucción de los vínculos sociales.
Pero lo que he observado desde la llegada de la Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad, el pasado mes de junio, es que nada ha cambiado en materia de seguridad. La seguridad del país sigue siendo muy frágil en términos de desplazamientos, inseguridad en cuanto a asesinatos, violaciones y secuestros. También hay inseguridad en términos de salud, con hospitales cerrados por bandas.
Así que tenemos que restaurar todo eso. Pero tenemos que hacer más: ¿cuántos inocentes más tienen que morir de esta manera? Hay que detener a las bandas. En mi opinión, tenemos que lanzar una operación para ayudarles a deponer las armas, y entrar así en una dimensión de reconciliación nacional a todos los niveles.
Hoy, Haití necesita una reconciliación global, nacional, una reconciliación entre los hermanos de este mismo país, una reconciliación también de la diáspora haitiana y de los haitianos. Necesitamos hacer algo por los más pobres, que han sido abandonados y dejados a su suerte. Todo esto requiere la reconciliación social necesaria para unir a la gente.
¿Qué papel desempeña la Iglesia haitiana en este contexto y ante estas exigencias?
La Iglesia acompaña al pueblo y su sufrimiento, y pide que se produzca esta reconciliación. Pero para que se produzca, la gente tiene que entender que va en serio. Eso significa vincular la reconciliación con la justicia. En algunos países, como Sudáfrica y Ruanda, se ha encontrado la manera de hacer las cosas ayudando a las personas que eran culpables a reconocer su falta y, al mismo tiempo, aceptando entrar en un proceso de reconciliación y perdón.
Al final, hay que "desarmar los corazones antes de desarmar a los hombres"... pero ¿cómo hacerlo?
La Iglesia sigue apoyando al pueblo haitiano y nunca ha dejado de hacerlo. En las parroquias, acogemos a los desplazados internos. Las personas que no tienen dónde quedarse son acogidas por comunidades religiosas. Las instituciones religiosas acompañan a los niños. 100.000 niños no pueden volver a la escuela porque han sido incendiadas o ya no funcionan.
Para vivir la reconciliación, las personas deben comprender que tienen que hacerse cargo de la historia de su país. No pueden limitarse a mirar y esperar a que venga otro a hacerlo, por el contrario, tienen que trabajar juntos, con la comunidad internacional, en un espíritu de solidaridad, y ayudar a la gente a salir adelante. Creo que en esta trágica situación que estamos viviendo, que está creando un éxodo, también necesitamos restaurar la solidaridad local, que junto con la ayuda internacional debería ayudar a crear una nueva mentalidad.
La Iglesia denuncia la violencia y la corrupción, pero también se implica sobre el terreno a través de Cáritas y las instituciones sociales. Ayudamos a crear cooperativas, a generar una economía basada en la solidaridad, arraigada en una mentalidad en la que no sólo buscamos bienes, sino también vivir una vida solidaria. A este nivel, la Iglesia está muy presente para hacer hincapié en el bien común que hay que salvaguardar, pero sobre todo en el respeto de la dignidad de la persona humana. Hay una manera de maltratar a las personas. Por ejemplo, en algunos países se expulsa a los inmigrantes haitianos. En otro país, se ha acusado a los haitianos de "comer ratas y gatos". Hay una falta de respeto por la dignidad. Hay demasiadas divisiones.
¿Haití también necesita una nueva clase política?
Haití necesita una nueva clase política porque el escándalo de corrupción a nivel del Consejo Presidencial de Transición ya es demasiado. No podemos seguir viviendo con la corrupción eternamente. Cuando hay corrupción, son los más pobres los que se ven penalizados, los hambrientos que no encuentran qué comer, los niños que hoy no pueden ir a la escuela. Necesitamos más transparencia y justicia. La reconciliación es necesaria, pero también debemos intentar construir una paz basada en el desarrollo.
Usted ha mencionado el papel de la diáspora haitiana. ¿Qué papel pueden desempeñar los haitianos que viven en el extranjero con sus hermanos y hermanas que sufren y se han quedado en el país?
Si Haití sigue existiendo, es ante todo obra de Dios que, a pesar de todo lo que se ha hecho para destruir el país, le ha permitido resistir y vivir resistiendo. Pero también es gracias a la solidaridad de la diáspora. Según los expertos, la diáspora envía cada año al menos entre 4.000 y 5.000 millones de dólares estadounidenses a Haití para apoyar a las familias que ha dejado atrás. La diáspora debe seguir viviendo esta solidaridad en su corazón, en términos de medios, recursos y bien común.
Creo que la solidaridad entre la diáspora y Haití es la esperanza para el futuro de Haití. Pero la gente de la diáspora también tiene que estar bien integrada a nivel local. La Constitución, por ejemplo, dice que las personas de la diáspora, si tienen una segunda nacionalidad, no pueden ocupar ciertos cargos en el país. Creo que son cosas que hay que revisar. Los jóvenes de la diáspora también deben ser solidarios entre sí. A menudo oímos a la gente decir "soy de Cabo Haitiano", o "soy de Los Cayos", pero cuando hablamos de Haití, vemos gente de todo tipo, del norte, del sur, del este y del oeste. Creo que es esta solidaridad reforzada la que ayudará a Haití a salir de esta situación de miseria, de sufrimiento, de olvido del mundo, de derrota, pero también de gran angustia para este pueblo.
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