La esperanza del Jubileo en la Polinesia Francesa
Federico Piana - Ciudad del Vaticano
La arquidiócesis de Papeete cubre un territorio tan vasto que el padre Sandro Lafranconi utiliza una comparación eficaz para hacer comprender su grandeza a las personas que nunca han puesto un pie en esta remota parte del mundo en Oceanía, en la Polinesia Francesa para ser exactos: «Ocupa un espacio similar al que separa Túnez de Escandinavia, por poner un ejemplo. Es la arquidiócesis más grande de toda la Iglesia católica». El sacerdote, de origen italiano y miembro de la Sociedad de Misiones Africanas, lleva años en las islas de Sotavento, uno de los cinco archipiélagos que dependen de la arquidiócesis: las islas Australes, las islas Tuamotu, las islas de la Sociedad (de las que forman parte las islas de Sotavento junto con las islas de Barlovento), las islas Marquesas y las islas Gambier.
Acompañamiento humano y espiritual
Atender a los más de cien mil fieles dispersos en pequeñas aglomeraciones urbanas separadas por miles de kilómetros adquiere casi el sabor de una aventura para él y los otros veintitrés sacerdotes arquidiocesanos a los que hay que añadir cincuenta diáconos. Un número ciertamente inferior a las necesidades reales, pero que sin embargo permite a la Iglesia local estar más viva que nunca. «El arzobispo Jean-Pierre Cottanceau me pidió que asegurara mi presencia en las parroquias de la Sagrada Familia de Huahine, San Andrés de Raiatea, San Pedro Celestino y San Clemente de Tahaa, y también que me ocupara de la familia parroquial de San Celestino de Bora Bora», declaró el padre Lafranconi a los medios de comunicación vaticanos.
Enormes distancias
En cada una de estas islas de Sotavento, el misionero dispone de una residencia en la que puede permanecer unos días y luego partir hacia la siguiente etapa. Los viajes son siempre en avión y duran un máximo de 45 minutos, pero cubren distancias enormes. «Cuando ni yo ni el diácono que me acompaña conseguimos ir a las parroquias, los catequistas presentes en esas comunidades animan liturgias de la Palabra que, en los días festivos, van seguidas de la distribución de la Eucaristía», cuenta.
Proximidad jubilar
Con ocasión del Año Santo, monseñor Cottanceau ha señalado cinco parroquias jubilares en la isla de Tahití y otras siete en el resto del territorio arquidiocesano: entre ellas, la de San Andrés, en Raiatea, confiada al misionero italiano. «Nosotros -explica Lafranconi- empezamos a pensar en el Jubileo desde la pasada noche de Navidad. En las Islas de Sotavento, de hecho, se colocó una gran ancla en el centro de nuestros belenes para que quedara claro durante el tiempo de Navidad que el Dios que nace es el ancla de la esperanza que se nos ofrece gratuitamente».
Signos compartidos
Los habitantes de una de las islas de Sotavento también prepararon cinco grandes lienzos finamente decorados en los que destaca la cita, en francés y tahitiano, de Romanos 5:5 «La esperanza, pues, no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado». Estos grandes lienzos, según el padre Sandro, «se han entregado a cada una de las demás islas para que siempre haya un signo tangible del Jubileo. Pero esto es sólo el aspecto formal. Hay una obra más importante que ha empezado a hacer comprender el verdadero sentido de la indulgencia: un padre que abre su corazón cuando ve que su hijo se esfuerza por redimirse. Y no se fija demasiado en si su hijo es bueno o no o si le ha hecho mal. Se limita a quererle, comprendiendo su debilidad».
La indulgencia del padre
Insistir en este aspecto jubilar significa también recordar que, si Dios no se ahorra la indulgencia, la respuesta del hombre debe ser poner en práctica las obras de misericordia corporales y espirituales: «Y por eso, después de la apertura del Jubileo, pensamos en hacer un Vía Crucis en el que en cada estación correspondiéramos precisamente a una de las obras de misericordia. También, dentro de poco, intentaremos organizar algunas peregrinaciones para que los que no puedan ir a la catedral de Tahití, la sede del arzobispo, al menos puedan hacerlo en nuestra iglesia de San Andrés».
Ejercitar la esperanza
El ejercicio de la esperanza, tema central del Jubileo, en la gran arquidiócesis de Papeete se realiza ante todo por un aspecto peculiar: «Aquí hay una gran presencia de no católicos: desde protestantes a sectas. En una situación así, hablar de esperanza significa creer que, más allá de las divisiones, todos pueden llegar a ser uno. Y este Jubileo es una posibilidad para lograrlo». Pero no sólo eso. Esta virtud teologal la Iglesia local también debe ponerla en práctica afrontando algunos de los problemas sociales más impresionantes de los últimos años: el consumo generalizado de drogas y alcohol, especialmente entre los jóvenes, y la desintegración de las familias causada por la violencia y la infidelidad conyugal. «Para salir de estas situaciones humanamente inmanejables -concluye el misionero- sólo queda el ancla de la esperanza, que es Dios, como nos enseña y recuerda el Jubileo».
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