Mariangela está en el círculo de la vida
Andrea De Angelis - Palmi (RC), Ciudad del Vaticano
La historia de Mariangela Crea nos pone ante la siguiente pregunta: ¿quiénes somos nosotros para decidir matar de hambre y sed a un ser humano? Una pregunta a la que alguien, recientemente, ha dado una respuesta: la muerte. Otros, muchos otros en cambio, defienden siempre y en todo caso la vida. La dignidad del ser humano. Como la de Mariangela, la joven italiana de veinticinco años, en quien resuenan las palabras pronunciadas por el Papa Francisco el pasado mes de julio: “No construyamos una civilización que elimine a las personas cuyas vidas creemos que ya no son dignas de ser vividas: toda vida tiene valor, siempre”. Palabras que los padres de Mariangela, ambos médicos, llevan más de veinte años poniendo en práctica...
La belleza de una niña de tres años
Se puede diseñar de varias maneras, pero siempre tendrá un centro. El círculo puede contener dentro de sí radios y diámetros de diferentes longitudes, está por definición formado por un conjunto infinito de puntos que están distantes de un punto dado: el centro. Cuya dignidad es comparable a la de la vida, que puede conocer caminos alternativos, ciertamente diferentes, enfrenta factores que nunca son los mismos, pero siempre deben tener un centro: la persona humana.
A Mariangela le encantaba Simba, el protagonista de una de las películas de animación más famosas de finales del siglo pasado. “El Círculo de la Vida” era la canción que acompañaba aquel film. La niña pasaba horas viendo a ese león en la pantalla, tal vez soñando con conocerlo mientras jugaba con el juguete de peluche que tan bien lo representaba. De niña, era conocida por todos en su pueblo: la última de cuatro hijos, la primera mujer, tan esperada como amada. Cabello rubio, ojos verdes, una sonrisa dulce. Una criatura imposible de pasar desapercibida, con un carácter fuerte y decidido: ya desde muy temprana edad sabía hacerse entender.
La enfermedad
La enfermedad de Mariangela comenzó en enero de 1998. En marzo la primera hospitalización, en Reggio Calabria. El médico que la visitó afirmó: “Esta niña me recuerda las meningitis tuberculosas que se veían en un tiempo”. En los sucesivos cinco meses hubo otras tantas internaciones: dos en Reggio y tres en Trieste. Es allí donde se le diagnostica una infección por Bartonella. Mariangela regresa a casa, pero la situación empeora: las lesiones cerebrales parecen más consistentes, y en junio, un primer día de coma que se resuelve espontáneamente. De Trieste es llevada Bruselas, donde se excluye la infección por Bartonella. Se trata de una infección tuberculosa. Se multiplica el número de procedimientos quirúrgicos en el verano de 1998. A principios de octubre de nuevo en coma, que luego se transformará en estado vegetativo, un estado en el que Mariangela sigue estando hoy en día. La niña permanecerá siete meses con su madre en Bruselas, para volver a casa en mayo de 1999. Acaba de cumplir 5 años.
Una nueva vida
La vida cambia, totalmente. Lo sabe bien la madre de Mariangela, la Dra. Mariagrazia Cannizzaro, que renuncia a su profesión para dedicarse a cuidar a su familia, especialmente a su hija más pequeña. Médico, como su marido, quiso hacer el mayor sacrificio: renunciar a la vocación que la había visto durante más de diez años en los textos universitarios, hasta realizar el sueño de una profesión que, como es bien sabido, es también una misión. La vida se trastorna y arrolla. Los otros niños, los tres hermanos de Mariangela, saben algo al respecto, llamados a enfrentarse a un dolor y a un desafío tan grande como el cotidiano en una época tan delicada como la de los que asisten a la escuela primaria y entran en la adolescencia. De lo que estamos hablando es conocido por todos los familiares y conocidos de la familia Crea, especialmente por las abuelas que, entonces como ahora, están cerca de su amada nieta. “Grande, inmenso, infinito”: son los tres adjetivos que la abuela paterna asocia con el amor por su nieta, la que lleva el mismo nombre de la niña que vio nacer y que ahora está postrada en la cama. La mano de su abuela materna está siempre estrechada a la de su nieta. Sostenida por una gran fe se sienta todos los días cerca de Mariangela. Ella reza, reza sin cesar, como su otra abuela y como muchas otras personas que siempre su pensamiento en esa niña. Hoy tiene veinticinco años.
El amor de un padre
Ser padres significa dar al mundo una nueva vida, custodiarla, y luego dejarla libre. Una libertad que implica coraje, responsabilidad, madurez. Todas cualidades aún más necesarias para aquellos que se encuentran frente a una hija enferma, que necesita ser custodiada porque es frágil, hoy como en los primeros años de su vida. Una fragilidad diferente, pero que no cancela aquella dignidad que defiende el padre de Mariangela a toda costa. Médico, padre, hombre. “Ahora está en su mundo, pero no ha dejado de ser una persona”, dice, contando su historia. La de una familia a la que la vida ha pedido ser fuerte. De hecho, muy fuerte. “Si no le doy de comer y de beber, mi hija muere. Dejar morir de hambre y sed a los que se encuentran en esta situación significa ofender a la humanidad, porque lo que ha ocurrido en el mundo –afirma con voz rota por la emoción- ha hecho que mi hija pierda su dignidad de persona”. Una dignidad que él, junto con su familia, ha reclamado por siempre y para siempre.
En casa, “fingiendo que la vida es normal”
En Palmi, la ciudad donde Mariangela siempre ha vivido, se encuentra Villa Mazzini, uno de los lugares más encantadores de la provincia de Reggio Calabria. Parece casi que se puede tocar Sicilia desde allí, el estrecho es claramente visible, al igual que las Islas Eolias. A esa Villa, especialmente en verano, los padres llevan a Mariangela a última hora de la mañana, cuando el sol ya está tibio pero el aire sigue siendo fresco. Ese paseo, con el azul del mar a un lado y el verde de la vegetación al otro, es para el doctor Crea "un paraíso". "Hay sol, aire fresco, ¿no es así Mariangela?", dice el padre a su hija, tocándola con una caricia. Luego se va, después de revelar el dolor que lleva dentro, diciendo: "Y fingimos que la vida es normal". Mis mejores deseos Mariangela, mis mejores deseos a tu valiente familia que cada día, desde hace más de veinte años, muestra al mundo lo que significa poner a la persona humana en el centro. La vida, la dignidad de todos y cada uno de nosotros.
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