Los desafíos del Líbano, entre crack financiero y pandemia
Stefano Leszczynski – Ciudad del Vaticano
La fase 2 anunciada por el gobierno libanés a principios de la semana pasada se detiene con la extensión de las medidas de bloqueo hasta el 24 de mayo. El primer ministro libanés Hassan Diab advirtió al público sobre los riesgos de una segunda ola de contagio, potencialmente peor que la primera, debido al incumplimiento de las disposiciones de emergencia. El Líbano ha registrado hasta ahora unos 740 casos de contagio y al menos 25 muertes por el virus. Sin embargo, el aumento de los controles impuestos por las fuerzas de seguridad como medida sanitaria preventiva difícilmente pueden ser vistos como totalmente desconectados de la difícil situación social causada por la crisis financiera del país.
La crisis de la deuda soberana
El agujero en las finanzas del Líbano asciende a unos 90.000 millones de dólares, mientras que el acuerdo que se está ultimando con el Fondo Monetario Internacional, además de una serie de garantías para restablecer la credibilidad en el plano internacional, prevé una intervención de emergencia en favor del Tesoro de unos 10.000 millones de dólares. Pero se trata de un acuerdo que, para entrar en vigor, requiere una serie de medidas legislativas cuya adopción en un país políticamente fragmentado como el Líbano dista mucho de ser sencilla. Mientras tanto, la lira libanesa sigue perdiendo valor, el desempleo aumenta y los ahorradores no tienen acceso a sus cuentas corrientes.
El llamamiento de la Iglesia libanesa
El Patriarca Maronita, Bechara Rai, ha anunciado una intervención para combatir la pobreza en todo el país con una contribución de más de 43 millones de euros. Lo que es preocupante es el enorme crecimiento del número de personas que viven por debajo del umbral de pobreza. Expresando el apoyo de la Iglesia Maronita al plan de rehabilitación puesto en marcha por el gobierno, el Patriarca Rai instó a las autoridades a no hacer faltar el apoyo financiero a los hospitales, escuelas y orfanatos, así como a quienes son pagados por el Estado.
"Cada vez que una crisis afecta al Líbano desestabilizando el equilibrio interno -explica Alessandra Fabbretti, arabista y periodista de la agencia DIRE- cada ciudadano libanés se hunde en la pesadilla de los 15 años de guerra civil, que sólo terminó en 1990. Los desafíos que enfrenta el Líbano en este momento son muchos: una inflación sin precedentes, el bloqueo del acceso a las cuentas corrientes, la falta de liquidez. Una realidad que tiene sus primeros efectos en la ampliación de la brecha social entre los pocos ricos y los muchos pobres. La tensión resultante ha llevado a grandes manifestaciones en las calles desde octubre. Sin embargo, las protestas de la población han caído en el vacío ante un sistema político muy cristalizado.
Las heridas de la guerra civil han cicatrizado, pero el recuerdo del pasado conflicto está vivo en cada libanés. Sin embargo, al país le cuesta encontrar una unidad incluso en las situaciones más críticas. ¿Cuánto pesa el difícil contexto regional en la situación del Líbano?
R. - El conflicto sirio que estalló en 2011 causó una enorme ola de desplazados que huyeron de la guerra. Más de un millón de personas huyeron al Líbano, que sufrió un fuerte impacto económico y social si se considera que su población es de unos 4 millones de personas. Los refugiados de las comunidades más ricas han salido del país hacia otras rutas migratorias, pero muchos se han detenido en campamentos temporales, especialmente en la parte nororiental del país.
¿Esta emergencia humanitaria adquiere un significado especial a la luz de la amenaza pandémica?
R. - El bloqueo y la quiebra financiera del país han empobrecido enormemente a la población, que no puede hacer frente a un número tan elevado de refugiados; además, la amenaza de Covid-19 es especialmente grave cuando hay situaciones de fragilidad y promiscuidad como en los campamentos. La situación que se ha planteado preocupa a las organizaciones humanitarias como el ACNUR porque, por un lado, han aumentado los rechazos en Siria y, por otro, las autoridades libanesas están adoptando toda una serie de medidas para alentar a los refugiados a abandonar voluntariamente el territorio libanés, por ejemplo, prohibiendo la posibilidad de construir refugios que no sean exclusivamente tiendas de campaña.
¿Es probable que la presencia de refugiados también afecte al equilibrio entre los grupos religiosos en el Líbano?
R. - Este es también uno de los legados que dejó la guerra civil: la estructura política e institucional del país es un reflejo de la presencia, en porcentaje, de las comunidades religiosas, de las cuales las principales son tres, la de los sunitas, la de los chiítas y la de los maronitas. La presencia de un gran número de refugiados que podrían convertirse en permanentes rompería ciertamente el equilibrio entre las comunidades musulmanas y entre ellas y la comunidad cristiana.
¿La crisis financiera y las medidas del ejecutivo libanés han detenido la afluencia de refugiados?
R. - A pesar de los rechazos y de las repatriaciones más o menos voluntarias (los acuerdos de repatriación entre Beirut y Damasco se remontan a 2018), la situación en Siria sigue siendo insegura. Muchos refugiados a su regreso ya no encuentran nada, son recibidos con desconfianza y a menudo son alistados y enviados a morir al frente. Muchos siguen tratando de escapar al Líbano. Esta presión continúa y las autoridades libanesas se ven obligadas a hacer frente a un fuerte movimiento de plaza de ciudadanos exasperados por la crisis económica y el conflicto en Siria, donde Hezbolá también está involucrado. Y esto, obviamente, abre escenarios internacionales y focos de tensión que son realmente impensables para un país tan pequeño y en este momento con tan serias dificultades.
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