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Los centros culturales jesuitas entre el pueblo Rarámuri

Rodrigo Espinoza S.J. tiene dos años de ser sacerdote, sin embargo, los caminos de su vida y los de las comunidades Rarámuri se entrecruzaron desde el 2007. Hoy cuenta su experiencia de fe y de servicio a este pueblo del norte mexicano.

La Sierra Tarahumara es parte de la Sierra Madre Occidental, la cordillera más larga de México y unas de las zonas más biodiversas de América del Norte. Está formada por enormes barrancas y profundos cañones que albergan a una gran parte de la biodiversidad mexicana: bosques, miles de especies de plantas, cientos de especies de aves, mamíferos e invertebrados. También es un territorio codiciado por quienes extraen la madera, el narcotráfico y grupos religiosos pentecostales.

El sacerdote Rodrigo Espinoza S.J. relata algunos detalles sobre la misión que vienen realizando los jesuitas con la población de la Tarahumara de México. Se centra en el proyecto de los Centros Culturales.

Los jesuitas en la Tarahumara

Desde el 2014, en la misión de la Tarahumara (México) comenzamos el proyecto de los Centros Culturales en comunidades rarámuri de la Parroquia de San Miguel de Guaguachique, con sede en Samachique. Hemos abierto cuatro centros culturales en los pueblos de La Gavilana, Pamachi, Guaguachique y Samachique. El enfoque de nuestro trabajo es el fortalecimiento de la identidad cultural rarámuri en los niños y, de manera secundaria, complementamos la formación dada en las escuelas.  Los Centros Culturales son una respuesta al deterioro cultural originado por diversos actores que con el tiempo han ganado fuerza, como el narcotráfico, las iglesias protestantes y la ideología del consumo. Los Centros intentan salvaguardar lo bueno y evangélico presente en el mundo rarámuri en una tónica de apertura al diálogo y trabajo intercultural. Creemos, sobre todo, que el fruto de nuestro trabajo viene del encuentro entre las culturas, que interactúan constante y permanentemente.

Una comunidad que educa y evangeliza

Con alegría he sido testigo de la evolución de los Centros Culturales en estos cinco años de trabajo. A veces me gusta entender los Centros Culturales como Centros Comunitarios, un pretexto y espacio para el encuentro de los hermanos rarámuri, una de tantas poblaciones vulneradas y marginalizadas por los poderes de nuestro tiempo. Aunque trabajamos con niños, creo que el impacto de los Centros es más extenso. Primeramente, está el equipo de maestros, jóvenes músicos rarámuri que orientamos y formamos para trabajar en los Centros; al final son ellos, rarámuri, quienes sostienen los Centros y son los agentes ideales para enseñar y transmitir las costumbres y tradiciones a los niños. Además, la comunidad adulta se beneficia. Los maestros, por ejemplo, hacen visitas a las casas, acompañan las fiestas (animando las danzas tradicionales con su música), distribuyen apoyos que llegan a la parroquia y organizan actividades que involucran a toda la comunidad, como proyectar películas o jugar voli o básquet. Nuestro trabajo como jesuitas ha sido crear el espacio y el Espíritu (o el “Santo Iwigá,” como dicen acá) ha hecho el resto.

La pandemia nos ha golpeado

En el contexto actual de la pandemia, decidimos seguir adelante con el trabajo de los Centros (al menos en tres), pues el deterioro educativo, de por sí grande, se intensificó con el cierre de las escuelas. Por el momento, detuvimos el trabajo en el Centro de Samachique, mientras que en los otros se continuó con asistencia reducida. Hemos querido ver la cara buena de la moneda, educando y concientizando sobre las enfermedades de las que, desde años ancestrales, han sido víctima los rarámuri. ¿Cómo seguir adelante en medio de tiempos de crisis y dificultad? Un pueblo que tradicionalmente ha resistido embates de toda índole, desde los tiempos de la Colonia, sin duda conoce las claves fundamentales para responder una pregunta de este tipo. Curiosamente, una de estas claves es seguir danzando a Dios y celebrando el rito tradicional, centro de la liturgia rarámuri, conocido como Yúmari. Opuesto al discurso de las autoridades médicas (del que, por cierto, no tengo ninguna duda), la sabiduría rarámuri sigue proclamando que la supervivencia viene dada no por el aislamiento, sino por la vida comunitaria. ¡Qué gran paradoja!

Fortalecer la comunidad

Creo que la convicción teológica de que la salvación viene dada por los medios terrenos y materiales de nuestra existencia cotidiana (como un poco de pan y vino, por ejemplo) anima nuestro trabajo en Tarahumara y en los Centros Culturales. Estos propician actividades y espacios de encuentro sencillos, que se convierten en la razón de ser de eso que los estudiosos denominan “reconstrucción del tejido social.” Es decir, los Centros son lugares de encuentro que refuerzan el sentido de la pertenencia comunitaria. Aún falta mucho por caminar, pero a la vez sería ingenuo pensar que nuestro trabajo es un acto inerte. En el Centro de Guaguachique, por ejemplo, se formó un grupo que llamamos “chiveros” (nombre que con entusiasmo los mismos alumnos utilizan); éstos son niños rarámuri que nunca tuvieron la oportunidad de asistir a la escuela por dedicarse al trabajo en el campo. En el Centro de Gavilana, la comunidad se reúne con emoción todos los lunes por la tarde a ver una película o cualquier otro día alrededor de la cancha de basquet para jugar lo que se les ocurra. En el Centro de Pamachi, una vez los maestros organizaron un Yúmari muy grande en el que participó toda la comunidad. Cada año, también los maestros organizan carreras de bola (un deporte tradicional) que reúne a niños y adultos de las diferentes comunidades. En fin: la excusa es la labor educativa, pero al final el fruto es el fortalecimiento comunitario. Y la unidad comunitaria, ahora más que nunca, es necesaria para la subsistencia y renovación de la vida en nuestros pueblos indígenas.

Fiesta comunitaria
Fiesta comunitaria

Contemplación y acción en la actividad misionera

El ideal misionero que inspiró la creación de los Centros fue el de la “estancia activa” entre los rarámuri, que resumidamente es el doble valor ignaciano de la contemplación y la acción. O, dicho de otro modo: es ese mismo balance, que siempre nos sale imperfecto, ilustrado en la historia de Marta y María en el Evangelio de Lucas (la primera hace, la segunda está). No sólo queremos aprender y contemplar lo bueno que hay en nuestras comunidades indígenas, sino también buscar la construcción del Reino a través de las semillas del Evangelio presentes en las culturas del mundo. Esto implica un entendimiento de la evangelización que es intercultural, que es de diálogo y no de imposición de unas formas sobre otras. Aprendemos con entusiasmo la síntesis e integración religiosa que la cultura rarámuri ha logrado a través de los siglos, edificada sobre una iglesia auténticamente autóctona; y a la vez queremos compartir la Buena Nueva del Dios de la vida que Jesús proclama. Poco a poco, lenta y discretamente, nuestro trabajo genera un poco de esperanza en un mundo indígena quebrado y marginal.

Balance del año que está por terminar

2020 ha sido un año tremendamente difícil. Parece que la pandemia y neurosis colectiva del coronavirus de algún modo ahuyentaron la lluvia de la sierra. Mientras que unos lugares sufren de inundaciones devastadoras, en la sierra nos falta el agua. El cambio climático tiene las cosas de cabeza y las comunidades rurales que dependen del temporal han sido las primeras en sufrir. En Samachique, racionamos y administramos el agua con extremo cuidado, cuidando hasta la última gota. La gente está triste porque el maíz no creció y se secó. En medio de esta crisis, el pueblo rarámuri sigue resistiendo y celebrando la vida, confiado que Dios está de nuestro lado. Los Centros Culturales son un espacio de encuentro comunitario y un “granito de arena” (entre muchos otros) para seguir manteniendo viva la esperanza en el corazón de los pueblos indígenas. Sobre las dificultades, aunque fuertes, la vida sigue emergiendo. El Espíritu anima y sostiene todo lo que de bueno habita en nuestras comunidades; y nos llama a ir en esta dirección.

Entrevista con el padre Rodrigo Espinoza S.J. de México

 

 

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Pueblo Rarámuri
28 diciembre 2020, 14:56