Perú. Un misionero, un hermano, ahora obispo para Iquitos
El domingo 18 de julio fue ordenado obispo monseñor Miguel Ángel cadenas, a quien el Papa Francisco nombró obispo de Iquitos el mes de mayo pasado. Participaron en la ceremonia numerosos obispos y sacerdotes, el Nuncio mons. Nicola Girasoli, así como miembros de las comunidades de Iquitos, Nauta y los alrededores.
Leonardo Tello, director de Radio Ucamara presenta al nuevo obispo de Iquitos dibujando la imagen con los retazos de una consolidada amistad. Al compartir las historias de unos y otros se ha ido construyendo la hermandad y ésta es para siempre, afirma Tello.
Den razón de su esperanza. Una charla viajando por el río
Cuando un conocido o un extraño llegan a tu casa, siempre es bien recibido en el patio, en la sala y en la cocina. Confías y le vas mostrando los caminos, las sacaritas, los lugares de caza, la pesca, el río y le cuentas tus historias y las de tu pueblo. Un día te das cuenta que ya es tu hermano o hermana, se ha vuelto parte de tu vida y de la comunidad. Si la otra persona hace lo mismo de compartir sus historias, entonces, es tu hermano o hermana para siempre. Así es como recordamos la llegada del P. Miguel Ángel.
En los viajes por el río, después de hacernos hermanos, en la década del 2000, conversábamos mucho. No siempre de preocupaciones pastorales o políticas, también de cuestiones de gentes, simples gentes. Como la vez que me contó de su niñez, mientras me mostraba una imagen “Este es el castillo de mi pueblo (Laguna de Negrillos). De niños íbamos a jugar a ahí, a buscar tesoros que estaban escondidos. Nos pasábamos el tiempo cavando para encontrar los tesoros. Siempre nos quedaba muy poco para encontrar el tesoro. Nunca lo encontramos (a pesar de buscarlo por años). Como puedes ver, la torre del fondo es de la Iglesia. Ambos están en el centro del pueblo”. Debes extrañar mucho el lugar donde jugabas de niño, le dije.
Le brillaban los ojos, imaginando, esos años que se guardan en el corazón y que vuelven con los recuerdos, lejos del hogar materno. Luego añadió: “La gente de mi pueblo son todos agricultores, como mis padres. Así que se dedicaban a la chacra”.
El P. Miguel Ángel, procede de una familia pequeña, diferente de las familias kukama que son numerosas. Sabe que acompañar las comunidades ribereñas da lecciones duras, mientras aprende de la gente a vivir y a comunicarse. El marañón, el Tigre, Corrientes y Pastaza son ríos y lugares muy críticos por los constantes derrames de petróleo que hasta inicios del 2000 nadie denunciaba, porque, hasta entonces, no se sabía la magnitud del problema y de los daños a la vida y al territorio.
Los sufrimientos y sentimientos de la gente frente a estos desastres y explotaciones están separados geográficamente y políticamente olvidados. No se siente. Alguien tiene que juntarlas. Algunos esfuerzos de las misiones de estos tiempos ya están emprendiendo algo. Miguel Ángel se suma junto Manolo Berjón. Hay misioneras que trabajan con entrega y cariño a la gente.
El Marañón se va juntando en reuniones pastorales, defensa de los DDHH, acompañamiento en sus problemas y organizándose con más frecuencia. Mucha gente se va sumando y aparecen las federaciones indígenas para la defensa de la vida y el territorio. Produce indignación escuchar los problemas y las injusticias que sufren los pueblos. Pese a los graves daños, las injusticias parecen triunfar. Los viajes por el río tardan mucho tiempo y no hay movilidad con frecuencia.
Así cuenta Miguel Ángel: “El 3 de octubre de 2000, se produce un derrame en el Marañón, en Saramuro. Dos horas antes de llegar el derrame a Santa Rita, al caer la tarde, había un olor penetrante a petróleo. Con la gente de DDHH conseguimos que viniera la ministra de la mujer de la época, Susana Villarán. Aquello quedó todo en nada, pero fuimos los primeros en hablar del petróleo. Ese tema nos marcó y toda nuestra actuación pastoral ha estado marcada por ese hecho”.
Un misionero en Iquitos
Las decisiones importantes en la vida vienen con patadas en el tunchi. Un viaje largo para la misión. Miguel Ángel nos lo cuenta: “Llegar a Iquitos fue un impacto muy grande. No comprendes a la gente. El tono de voz es distinto, y para un español, la gente habla muy bajito. El calor es sofocante y te encuentras perdido. Después de una semana en Iquitos fui a Nauta con Basilio en la lancha. En Nauta comprendía menos a la gente. La sensación de soledad y de no entender nada es terrible. A la semana fui a Santa Rita de Castilla. Ahí fue peor. Recuerdo que los primeros días el P. Miguel Fuertes me mandaba a que jugara al fútbol en las tardes. El primer día fue bonito. El segundo día me patearon varias veces, pero pensé que había sido sin darse cuenta. El tercer día me patearon más. Así que ya no volví a bajar a jugar. El fútbol acá es mucho más fuerte, con golpes, de lo que yo estaba acostumbrado. Cuando salí a las comunidades, fue más terrible todavía. No entendía ni una palabra de la gente. La incomunicación era tremenda. Cuando regresé a Castilla desde las comunidades me parecía un lugar estupendo para descansar. Cuando llegué a Nauta, me parecía una ciudad. Y cuando llegué a Iquitos, de retorno del río, me parecía que había llegado a Nueva York (se ríe…). Después terminó gustándome mucho el río”.
¿Qué pasó con tu familia luego de venir al Perú P. Miguel Ángel?
Mi madre, Pura, vive en su casa. Mi hermana le llama todos los días 4 veces por teléfono y todas las semanas va a verla uno o dos días. Yo también la llamo con frecuencia para conversar. Desde el río era más difícil llamarla. También han venido a visitarme. Mi madre vive en el pueblo, acompañada por sus amigas, que la mayoría también son viudas.
“…mi padre, Seferino, murió en enero 2020, justo antes de la pandemia. El último verano que pasé en casa fue muy triste (agosto 2020). Los dos sabíamos que ya no nos volveríamos a ver. Tuve que ir a Roma para una reunión de agustinos. Fue terrible porque mi padre tenía cáncer y estaba muy mal. Tenía muchos dolores. Fue una salida de casa horrible. Pero como Roma está cerca de España me animé a ir. Cuando llegué a Roma, mi padre mejoró. Así que me sentí más tranquilo. Al terminar la reunión en Roma pasé otra vez por mi pueblo a ver a mis padres. Los doctores decían que viviría hasta diciembre, más o menos. Así que me vine para Perú. Pasó el fin de año 2019 tranquilo. Conversábamos todas las semanas por whatsapp. El 12 de enero 2020 comenzaron los dolores de nuevo. Le llevaron al hospital. Me llamaron y el 17 de enero viajé urgente a España. Mi padre estaba sedado en el hospital. Llegué el 18 de enero, me pasé esos días con él en el hospital. Murió el 20 de enero de 2020. Como estaba sedado ya no me reconoció ni pude conversar con él. Es muy triste, pero así es la vida”.
“Mi hermana es bióloga. Da clases en secundaria. Le encanta dar clases. Su marido es químico, también da clases de matemáticas en secundaria. Les va bien. Son gente buena, aunque no comparten la fe. Cuando vinieron a Iquitos le sorprendía todo. Lo pasaron muy bien y siempre te recuerdan.”
En febrero de 2003 es destinado a la Parroquia de Nauta. Al P. Miguel Ángel parece agradarle Nauta. Pero Nauta en esos años estaba convulsionada por los líos políticos de corrupción, crecimiento desordenado y una ola de suicidios que rápidamente se convierte en una de sus preocupaciones pastorales. Nauta, además, es el escenario perfecto para estudiar los cambios bruscos y acelerados que sufren los pueblos que se van convirtiendo en ciudad. Nada más llegado a Nauta, se convierte en el segundo director de Radio Ucamara promoviendo un cambio sustancial en la formación de los nuevos integrantes de la radio. Esta parte de su paso por Nauta merece una nota aparte, que esperamos escribirla un día.
En las muchas conversaciones que tuvimos luego de su salida de Nauta, recordaba muchas cosas lindas con una especial mención a los animadores cristianos y algo que me conto de esta forma: “Lo de las piedras en Nauta tampoco se me olvida. Fue impresionante. Nos respetaron a Manolo y a mí. Hubiera sido muy fácil darnos una pedrada o un bote con humo. Nadie nos lastimó en ese enfrentamiento entre los pobladores de Nauta, el grupo que apoyaba al cuestionado alcalde de entonces y la policía y, pudimos ayudar a evitar un derramamiento de sangre en aquel enfrentamiento que hubo justo cuando salíamos de Nauta destinados nuevamente a Santa Rita de Castilla a principios del 2009”.
De su encuentro con los Omuranos, un pueblo indígena que habita estos territorios y, que, a mediados del siglo pasado había sido declarado extinto por la academia, nos cuenta: “Estábamos en un taller de catequistas en Santa Rita y pedí que cada uno contara un cuento. Así que nos pasamos la mañana escuchando narraciones. A uno de los urarina (Rafael Macusi) le pedí que lo narrara en urarina. Al final le pregunté a su compañero que tradujera (Máximo). Y no sabía traducir así que le pregunté qué idioma era a Rafael. Y contestó: omurano. Paré el taller y llamé a Manolo que estaba en la casa. Así comenzamos con los omurano. Después visitando el Urituyacu hicimos lo posible por conocerlos. En un taller en San Enrique hablé en público de los omurano. Lo escucharon algunos profesores. Al año siguiente uno de esos profesores trabajó en San Joaquín de Omaguas, donde llegó Zachary O'Hagan, y se lo comentó…”.
“Cuando llegué a Santa Rita, Miguel Fuertes era el párroco, sólo entrábamos en la quebrada Tigrillo (r. Chambira), el resto no lo visitábamos. Yo hice lo mismo. Ahora me arrepiento. Miguel Fuertes ya había comenzado a tener un Animador urarina en el Urituyacu (Antonio Vela en San Antonio de Bancal). Yo seguí con eso. Poco después de mi llegada se organizaron todas las comunidades urarina. Al final hicimos varios talleres (uno con Zachary O'Hagan) en varias comunidades urarina del Urituyacu. Los Omurano aparecieron de casualidad”.
Conversar con un hermano de la vida, siempre trae a cola muchos recuerdos, muchos trabajos, luchas y viajes por el río acompañando a los pueblos. Hoy, a unas horas de su ordenación como Obispo del Vicariato de Iquitos que será Mañana domingo de 18 de julio, nos alistamos para esta celebración esperanzadora. Sin la intención de cargarle todo el trabajo, sino de sumarnos al trabajo que ya empezó hace rato, hay que lucharla más debido a la urgencia del planeta, debido a la urgencia de salvar nuestras vidas, debido a la necesidad de ser más humanos. Más gente.
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