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 Portada del libro "Epifanías" de Alver Metalli Portada del libro "Epifanías" de Alver Metalli 

Una Spoon-River de personas vivas

En el libro "Epifanías. Cuentos mínimos de vida y de muerte" de Alver Metalli, los días del confinamiento vividos en una villa miseria de Buenos Aires

Silvia Guidi - L'Osservatore Romano

«Unconventional beauty» una gran belleza que corre el riesgo de quedar invisible, inadvertida, ignorada. Un paisaje lleno de detalles fascinantes (aunque a menudo bizarros, grotescos, casi surrealistas) que se revela sólo a una mirada atenta, cargada de afecto. Para el espectador distraído es sólo una villa de emergencia como tantas otras en las afueras de Buenos Aires; para Alver Metalli, autor de Epifanías. Cuentos mínimos de vida y de muerte (Bari, Edizioni di Pagina, 2021, páginas 156, 15 €), es su hogar.

Ubi Amor ibi oculus decía Ricardo de San Víctor en la Francia medieval hace muchos siglos. Sigue siendo cierto: allí donde se encuentra la presencia activa del amor, hay una mirada capaz de ver. Y el que mira se vuelve capaz de conocer, de cuidar y cultivar.

Vivir en una villa miseria no es fácil. Trabajar cansa, decía Pavese; una frase banal sólo para quien no ha hecho la experiencia, tan llena de sabiduría poética y pensamiento lateral capaz de abrazar las contradicciones de la vida que se convierte en el título de una de sus más bellas colecciones de versos. Trabajar cansa, tanto en el silencio de las Langhe como en medio del estruendo de mil chapas de zinc que golpea la lluvia, a orillas de un arroyo sucio que lleva el solemne nombre de «Reconquista».

Trabajar también cansa cuando se trabaja por el bien de la gente. Metalli lo cuenta con tranquila sinceridad, sin forzar las cosas para que “cierren las cuentas". Ocurre que un borracho crónico, felizmente libre del alcohol durante los días oscuros del confinamiento por el coronavirus, empiece de pronto a sumergirse una vez más en sus cajas de vino barato, nadie sabe por qué. No es fácil comprender de qué manera ayudarlo, cuál es la pena secreta que lo consume y lo empuja a buscar la oscuridad de una borrachera permanente.

Pero las ollas de guiso siguen hirviendo y las mujeres de la villa no dejan de repartir comida a los que no pueden cocinar un plato caliente; "Morta" (diminutivo de "Mortadela") sigue vagando entre las montañas de basura sin intentar siquiera apagar el fuego que estalló en el rompecabezas de chapas donde duerme todas las noches; la vendedora de billetes de lotería sigue esperando a sus potenciales clientes mientras arrecia la pandemia. “La solidaridad - escribe Metalli – sobre todo cuando abraza una población numerosa y se prolonga en el tiempo, no es algo automático ni se improvisa de un día para otro. No bastan las exhortaciones a ser solidarios para multiplicar la solidaridad. Lo que ha ocurrido durante la pandemia, la gran movilización que se ha visto en acción en los barrios marginales, tiene un sustrato de fe —sostenida, desarrollada y traducida en obras— que es de cada uno y es del pueblo. Un sustrato de devoción popular. Hecho de invocación a los santos, de imitación de sus virtudes, de confianza en la Virgen». Un sustrato que lleva el nombre de padre Pepe Di Paola, ese cura villero que conoce bien a sus ovejas porque vive en medio de ellas. El autor del libro rara vez habla de sí mismo, se limita a constatar con sencillez que "hay que tener valor". Pero es un valor especial, que nada tiene que ver con el entrenamiento autógeno o la confianza en los propios recursos o capacidades. Es un valor que se recibe como don,  ese «que tiene el alma cuando se siente agradecida».

En algunas páginas parece estar leyendo una Spoon River latinoamericana — dice Lucio Brunelli en la introducción — «historias de delincuentes que terminaron mal o redimidos in extremis por la Gracia de Dios, que se manifiesta a través de la humanidad acogedora (aunque nada empalagosa) del padre Pepe y sus amigos».

El título Epifanías está tomado de Joyce, quien con esta palabra se refería a una revelación espiritual repentina, provocada por un gesto, un objeto, una situación cotidiana tal vez banal, pero que inesperadamente trasluce algo más profundo y significativo. En el barro del arroyo "Reconquista" se ocultan pepitas de oro, como el respeto por los ancianos, cuidados, amados y acompañados con alegre dulzura en el último tramo de sus vidas, y el trabajo silencioso de las madres que ayudan a las jóvenes que tienen miedo de ser madres. De vez en cuando, de las barracas sale un ómnibus lleno de niños «para llevarlos a ver el mar», pero también para hacer que los adultos recuperen la alegría de vivir porque, como dice Borges, «Quien lo mira lo ve por vez primera, siempre». La revelación, para Metalli, es la "fiebre de vida" que habita la villa como respuesta a la violencia mortal del contagio, cuando se movilizan personas a las que el confinamiento les ha quitado el trabajo y la peste los ha privado de familiares y amigos. Personas que «podrían quedarse a salvo en sus casas y, sin embargo, se arriesgan a contagiarse acudiendo todos los días al amanecer a la parroquia del padre Pepe; un equipo pela papas y corta verduras, otro las cocina, otro lava las ollas enormes y desinfecta el lugar».

 

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09 noviembre 2021, 14:20